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Existe una Asturias discreta y silenciosa, poco dada a vociferar sus encantos. Una Asturias que no bebe sidra sino vino y que, aunque está tapizada del mismo verde intenso, no sufre la masificación de otras partes del principado. Es la Asturias que se aleja del mar para replegarse en la esquina suroccidental, aislada por sinuosas carreteras, remota y prometedora como un paraíso perdido.
Aquí, en la comarca de Fuentes del Narcea, en este privilegiado entorno encajado en la cuenca de dos ríos y salpicado de pueblos hundidos en los valles o aferrados a las laderas, en este territorio que a duras penas mantiene sus oficios tras la sentencia a muerte que les dictó la minería, descansa una de las más extraordinarias muestras de la naturaleza ibérica: el Bosque de Muniellos, el mayor robledal de España y una de las masas forestales más emblemáticas de Europa.
Emplazado en pleno corazón del parque natural de Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias, se trata de un lugar único. Especialmente en otoño, cuando los robles centenarios lucen sus mejores galas y el bosque caducifolio estalla en esplendor cromático. Visto desde arriba, es un anfiteatro de rojos, ocres y dorados, abrazado por suaves montañas. Contemplado desde dentro, es una espesura de sutiles ejemplares con un alto valor ecológico.
Por su frágil singularidad, y también por las múltiples voces alzadas para preservar su riqueza (entre ellas, la del famoso naturalista Félix Rodríguez de la Fuente) este espacio ha sido declarado Reserva Natural Integral, lo que significa que goza del más alto grado de protección. Esto se traduce en que su visita está restringida a veinte personas al día (ha de solicitarse con antelación aquí) y a que no hay más sendas ni caminos que los que traza la naturaleza: tan solo existe una ruta posible de 20 kilómetros, circular, que lleva unas siete u ocho horas en completarse.
Es la llamada ruta de Fonculebrera, que transcurre por un terreno complejo. "En realidad hay otra opción más corta, que es la que se corresponde con el tramo final de la ruta larga (empezándola en dirección opuesta). Es un recorrido de unos 16 kilómetros ida y vuelta por el fondo del valle y a la vera del río", explica Víctor García, guía de naturaleza.
En ambos casos, se ha de partir del Centro de Recepción del Visitante, en Tablizas, también conocido como la Casa del Guarda. Aquí podremos informarnos sobre los distintos ecosistemas de este bosque barnizado de fábulas de la mitología astur y de otras leyendas más peregrinas. Como la que dice que de sus árboles se extrajo la madera con la que se construyeron los barcos de la Armada Invencible, aunque parece ser que más bien con ella se repararon los daños de su derrota.
Con una climatología montañosa, conviene armarse de ropa de abrigo para caminar sobre el manto de hojarasca, en un paraje en el que la humedad impregna siempre el ambiente. Y es que Muniellos está atravesado por el río del mismo nombre, afluente del Narcea, que recoge las aguas de los arroyos que se deslizan por el parque.
A lo largo del trayecto, la dificultad varía sin llegar a ser muy elevada. Hay que superar una pendiente estrecha antes de que la senda se sumerja en el bosque intrincado. Una masa en la que destaca el roble albar, ese árbol de copa majestuosa que cubre las tres cuartas partes de las casi 2.700 hectáreas que ocupa la reserva. Junto a él crecen importantes especies. "Sobre todo tejos, acebos, hayas y abedules. También, en los niveles inferiores que discurren junto al río, fresnos, pláganos, sauces y avellanos", explica Víctor.
Caminar por Muniellos, donde cada tanto saldrá al paso una zona de claros para disfrutar de las vistas, es descubrir una naturaleza detenida en el tiempo. Ni rastro de la mano humana más allá de los puentes de madera o los carteles informativos, que también figuran en braille. Todo podría remitir a un puñado de siglos atrás, puesto que nada ha cambiado en este parque intacto. Al final del recorrido, aparecen el conjunto de lagunas glaciares (La Peña, La Grande, La Honda y La Isla) que rematan la escena perfecta.
También la fauna se hace un hueco en la espesura del bosque. Y no una fauna cualquiera sino la que conforman jabalíes, lobos, corzos, gatos monteses y hasta el esquivo urogallo. Pero el rey de los moradores del entorno sigue siendo el oso pardo. Porque aunque resulte harto difícil toparse con el gigante cantábrico, lo cierto es que toda esta zona reúne las condiciones ideales para su supervivencia.
Lo explica, muy claramente, el guía de naturaleza: "El hecho de contar con la mayor población del oso pardo no es casualidad: está vinculado a la riqueza de alimento y a las cuevas de origen kárstico que existen por este lugar". Eso sí, a la hora de lanzarse a su búsqueda, no vale cualquier conducta. En una concienciada apuesta por la sostenibilidad, existe un Manual de buenas prácticas para la observación del oso. Son, en realidad, diez puntos sobre lo que se debe y no se debe hacer. "No alterar el hábitat, no interferir en su comportamiento… medidas de sentido común, vaya", resume Víctor.
Muniellos es uno de los bosques más cotizados del otoño y el lugar que a menudo se cuela en los primeros puestos del ranking de los paisajes más hermosos. Pero no es solo su belleza lo que le distingue de otros parajes de la geografía española. Es, sobre todo, su pureza. Este enclave es uno de pocos lugares de especies exclusivamente autóctonas que se conservan en toda Europa. Como advierte el guía, "por ello la protección es total, no se puede sacar ni una hoja".
Prueba de esta virginidad son las barbas del capuchino, su mayor seña de identidad: una mezcla de liquen y de alga que cuelga de los troncos de los árboles, propiciando una atmósfera misteriosa. Su valor, más que el de dibujar una escena muy al estilo de Tim Burton, es el de tratarse de un indicador de la altísima calidad medioambiental: este extraño organismo tiene el buen gusto de crecer tan solo en los parajes limpios y sin contaminación alguna.