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El Parrizal de Beceite (Teruel) se encuentra en la cabecera del río Matarraña, en el entorno del Parque Natural de Los Puertos. Insisto en lo del entorno porque el espacio protegido por esta figura está al sur de Tarragona. Sin embargo, el Parrizal se encaja en la parte aragonesa e incomprensiblemente no recibe esta protección. Curioso. Como el hecho de que Teruel sea de las pocas provincias que no tiene en nómina un parque natural. Haciendo la ruta, no se termina de entender.
Pero vayamos al grano. Un desapasionado resumen de lo que vamos a encontrar podría ser el siguiente: un desfiladero calcáreo de ambiente mediterráneo en cuyo recorrido aparecen rocas con forma de aguja, aguas transparentes y bosques autóctonos. En total, ida y vuelta, ocho kilómetros, que a buen ritmo se hacen en dos horas y media; y aflojando un poco la marcha, en tres.
Los detalles de cómo está regulada la excursión se pueden consultar en la página web de la oficina de turismo de Beceite. Lo más relevante es que la entrada a la ruta es gratuita, pero el parking es de pago (10 euros por vehículo). Desde el pueblo hasta la zona de aparcamiento hay un camino rural asfaltado de seis kilómetros. A pie o en bici también se puede acceder, aunque las plazas son limitadas. El tique gratuito se recoge en la oficina de turismo.
Es importante poner énfasis en estos detalles porque desde hace unos años se intenta evitar la masificación. De esta forma se establecen dos turnos -de mañana y de tarde- y en cada uno el parking acoge a alrededor de 85 coches. Es el límite para equilibrar el atractivo turístico y el respeto por la naturaleza.
Más allá de estos datos y del frío y sintético relato de la excursión, lo verdaderamente importante al afrontarla es la actitud. Respeto y disfrute. El Parrizal se merece conjugar bien este binomio. Pero, sobre todo, dejarse llevar escuchando al paisaje, paladeando los sonidos del bosque y tocando sin arrancar.
En definitiva, dar libertad a los sentidos y que cada uno viaje por donde tenga a bien hacerlo. Eso sí, con respeto. No es que se aconseje caminar en silencio, pero el alborozo no ayuda. Un ejercicio interesante durante el trayecto es pararse, cerrar los ojos y escuchar. Lo que sucede en ese momento es pura magia.
El turismo llegó al Parrizal, tal y como lo conocemos hoy en día, hace unos 20 años. Antes era un espacio para el disfrute de los vecinos de la zona; en muchos tramos difícilmente accesible. Las pasarelas sustituyeron a los troncos enganchados a las paredes y las pozas de agua ahora ya no se cruzan a nado. De hecho, el baño está prohibido. Catalanes, valencianos, vascos y madrileños son, por este orden, los que más y mejor conocen el Parrizal. Los zaragozanos tienden a mirar más al Pirineo, pero poco a poco también se nota su presencia.
Desde el coche, el estrecho camino que lleva hasta el aparcamiento no permite distracciones, así que al bajar es cuando se aprecia la dimensión del lugar. Entre los abruptos riscos nacen especies endémicas únicas. Hay que respetarlas. Esas y toda la flora que sale al encuentro, así que lo de regresar con un ramo de flores en la mano: prohibido.
Nada más empezar a andar llama la atención un túnel excavado en la roca. En realidad hay dos; se construyeron a principios del siglo pasado, cuando empezaron a explotarse unas minas de carbón. Al principio también está el desvío de las pinturas de Fenellassa (Fenellosa en castellano). Forman parte del denominado arte rupestre del arco mediterráneo y pertenecen al estilo esquemático. Se encuentran en un panel rocoso protegido por una valla. Merece la pena acercarse al pequeño abrigo y jugar a descubrir los tres jinetes a caballo.
El río Matarraña ejerce de acompañante desde el inicio. Es el más importante de todos los que nacen en Los Puertos. En la parte catalana hay algunos cauces fluviales más, pero el Matarraña es el que tiene mayor caudal y el más estable durante todo el año. El secreto está en los acuíferos que inyectan agua permanentemente. Su recarga se produce por la infiltración de las precipitaciones. Y es precisamente hacia el Matarraña, en la zona del Parrizal, donde se concentran las descargas más abundantes. En fin, que la presencia de agua está garantizada y, además, resulta hipnótica.
Hay humedad en todo el recorrido, así que la flora es generosa. El bosque frondoso de pino negral es el más característico, pero también hay arces, tejos, acebos y avellanos. Y helechos, claro. En un entorno de bosque sombrío con bastante humedad, su presencia es como un amuleto para la buena suerte y la fortuna.
Entre la fauna hay que citar a la cabra montés. Hace poco se censaron 3.500 ejemplares, pero como ha sucedido en otros lugares de España, un brote de sarna casi las ha hecho desaparecer. En cualquier caso conviene llevar prismáticos. Más que nada porque en algunos cortados y salientes de roca se adivina al buitre leonado. Más difícil será descubrir a una pareja de águilas reales defendiendo su territorio, o al quebrantahuesos.
En algún cartel se advierte: hay cangrejos autóctonos. Eso sí, están seriamente amenazados por la especie invasora americana. También se ven truchas y barbos de montaña. Estos últimos son buenos compañeros de viaje. Enseguida aparecen allí donde uno se puede acercar a la lámina de agua. Están acostumbrados a la presencia humana, pero ante la tentación de ofrecer comida, mejor reprimirse.
La cova de la Dona se encuentra al inicio del paseo. Es una más de las muchas oquedades de la ruta. Está señalizada y la foto casi resulta obligada. A partir de aquí acaba el amplio camino y se llega a la primera pasarela sobre el río. No hay muchos saltos de agua y en este punto está uno de los más importantes.
A lo que invita el Parrizal desde este lugar es a fluir, a dejarse ir caminando junto al río o por encima; unas veces encañonado y otras disfrutando de la majestuosidad del bosque. Las pasarelas permiten salvar los tramos más complicados. En algunas zonas hay sirgas para dar más seguridad, pero ningún paso presenta dificultades. Es un paseo que se puede hacer con niños.
A medida que se avanza aparecen las pozas naturales. Como queriendo sorprender al visitante, van ganando en belleza. Estamos en el tramo medio de la ruta, donde el agua se erige en protagonista. En la última, la Badina Negra, apetece quedarse un buen rato y, en este caso sí, recrearse largo y tendido atrapando la escena.
Es la poza más grande y profunda, donde la tonalidad turquesa del agua se potencia. Emerge filtrada de las rocas y su transparencia casi hace daño a la vista. La geología calcárea ejerce de magnífico filtro, así que no arrastra sedimentos. El sol también juega un papel importante. Según incida o no la luz, aparecen matices entre verdosos y azulados en una curiosa y atractiva paleta de colores. Todo un espectáculo.
En el último tramo del recorrido, el agua pierde protagonismo y conviene levantar la mirada para estar atentos a la caprichosa geología. Regresa el bosque frondoso y, entre la tupida vestimenta de los árboles, aparecen unas agujas casi perfectas de piedra esculpidas por la lluvia y el paso del tiempo. Son las conocidas como gubies.
De ahí hacia arriba solo queda llegar a los estrechos del Parrizal, dos paredones verticales en cuyo tramo accesible -de alrededor de 200 metros- no suele haber agua en la estación veraniega y años secos. Es la meta, el final del recorrido, muy cerca ya del nacimiento del río Matarraña.
El viaje de regreso se hace por el mismo camino. Hay que desandarlo, lo que supone un regalo para los sentidos. Es el momento de fijarse en esos detalles que han pasado inadvertidos. Una segunda oportunidad para grabar a fuego una excursión inolvidable.