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La Ruta del Cid y el Camino Natural del Duero transcurren casi en paralelo por las comarcas sorianas de Berlanga y El Burgo, incluso a veces compartiendo trazado. A grandes rasgos, coinciden con la línea a lo largo de la cual batallaron, durante los siglos X y XI, el califato de Córdoba -y sus posteriores taifas- con los reinos de León y Castilla.
Son tramos virtuosos de ambos recorridos, repletos de atalayas solitarias y con algunas de las fortalezas más sugerentes de la Reconquista. Una bonita manera de descubrir sus tesoros es recorriendo los 40 kilómetros que separan la ermita de San Baudelio y El Burgo de Osma a través del castillo de Berlanga de Duero y la fortaleza califal de Gormaz.
“¿Y qué hace aquí una palmera a orillas del Escalote en este clima riguroso?”, se preguntó el Premio Cervantes José Jiménez Lozano en su Guía espiritual de Castilla, una especie de guía de viajes que recorre ejemplos remotos del románico rural castellano. “Es pura teología, un símbolo paradisíaco: la sombra y la frescura tras el arduo caminar que es la vida", se responde a sí mismo. La palmera a la que se refiere es el pilar central de la ermita de San Baudelio, de cuya parte superior parten unos coloridos nervios que sustentan la bóveda como si fuesen ramas de palma y que nos transportan, de un plumazo, de la ribera del Duero a la del Nilo.
Bajo esta palmera pétrea encontramos un pequeño bosque de columnas, como una Mezquita de Córdoba en miniatura, y lo que Jiménez Lozano bautizó como la Capilla Sixtina del arte mozárabe. Desgraciadamente, en 1922 un marchante se llevó buena parte de sus pinturas murales, algunas de las cuales se exponen hoy en el Metropolitan de Nueva York o en el Museo del Prado.
Aun así, las que han quedado nos permiten zambullirnos en un exótico cuento oriental mestizado con escenas bíblicas, donde un dromedario o un elefante comparten espacio con el Espíritu Santo o San Nicolás. Antes de comenzar nuestro viaje por las fortalezas del Duero, que son símbolo de confrontación y batalla, visitar la ermita de San Baudelio es casi una cuestión de justicia histórica para cobrar conciencia de que estas fronteras también fueron ampliamente permeables.
Existe un pequeño centro de interpretación dedicado a la ermita a unos diez kilómetros al noroeste, en el pueblo de Berlanga de Duero, en el que un audiovisual delicioso nos desvela numerosos detalles de las pinturas, de las que acabamos de ver y también de las que se llevaron.
Para llegar hay que tomar la SO-152, una carretera que, precisamente, nos ofrece la mejor panorámica de la primera de las tres fortalezas de esta propuesta, el castillo de Berlanga, que durante los dos años de pandemia se ha dado un gran lavado de cara y ahora luce unas fantásticas pasarelas de madera y acero que facilitan el acceso, indican cuál es el espacio permitido a visitantes y establecen un atractivo diálogo entre lo original y lo añadido.
El castillo de Berlanga de Duero se construyó sobre un promontorio donde la defensa natural, por el norte, es el barranco del Escalote. Por el sur se levanta la gran Cerca Vieja, es decir, la que vemos a medida que nos acercamos desde la ermita de San Baudelio. Esta tiene su origen, probablemente, como parte de una fortaleza islámica del siglo X, aunque los hechos constatados la datan a partir de que, en el año 1059, Fernando I de Castilla arrebatara esta localidad a las taifas.
En la ciudadela llegó a haber hasta tres iglesias de las que hoy apenas se distinguen sus ruinas. Por suerte, en el centro todavía se erige flamante el castillo señorial del siglo XV integrado en una sólida fortaleza artillera del XVI.
La joya del castillo es la Torre del Homenaje, con un diseño típicamente castellano. Alberga unas salas que pudieron haber servido de morada al señor del castillo, aunque habitualmente este se alojaba en el palacio de los Marqueses de Berlanga, a los pies de la colina, por donde se accede al recinto. Ahí es donde se encuentra la oficina de turismo y donde podemos conseguir unas interesantes audioguías para movernos por la fortaleza. En cualquier caso, la ruta ofrece numerosos paneles informativos, como los de la mentada Torre del Homenaje, donde se ha instalado una especie de centro de interpretación sobre los “cubos” y sistemas artilleros de los reinos hispánicos en el siglo XVI.
Si en la ermita de San Baudelio vimos elefantes y dromedarios africanos, al salir del castillo y recorrer las calles de Berlanga vamos a ver tortugas y cocodrilos de la Amazonia y el océano Pacífico. Y es que resulta que este pueblo vio nacer a Fray Tomás, quien, además de obispo de Panamá, descubrió de casualidad las islas Galápagos. Debido a ello, frente al palacio de los Marqueses de Berlanga, se erigió una estatua en su honor junto a animales exóticos. Por eso, al entrar a la colegiata de Santa María del Mercado, veremos un caimán negro disecado que se trajo de las Galápagos el mismísimo Fray Tomás, cuando regresó de sus misiones a morir a su pueblo natal, motivo por el que el souvenir típico de Berlanga son unas pastas con forma de lagarto.
La imponente colegiata se construyó durante la década de 1520, precisamente mientras Fray Tomás vivía su periplo americano. Sus tres extensas naves están cubiertas por unas bóvedas nervadas cuyos pilares nos recuerdan a la palmera de la ermita de San Baudelio. Por fortuna, en este caso no hubo expolio y podemos disfrutar de sus tesoros originales, como el sepulcro de Fray Tomás o el retablo mayor barroco.
Mención especial merece la capilla de los Bravo Laguna, donde vemos un fastuoso retablo y el enterramiento de los hermanos gemelos Juan y Gonzalo, obispo de Ciudad Rodrigo y alcalde de Atienza respectivamente, de finales del siglo XVI en estilo gótico tardío.
Hasta la fortaleza califal de Gormaz, la segunda en nuestra ruta, distan poco más de diez kilómetros en línea recta. Los que tengan buena vista y hayan puesto atención, habrán visto su seductora silueta desde las torres del castillo de Berlanga. Se eleva sobre una colina incluso más privilegiada que la anterior, que domina una vasta llanura a orillas del Duero.
Era una ubicación imprescindible para el dominio de estas tierras y por este aspecto cambió entre manos musulmanas y cristianas en numerosas ocasiones. En esta ocasión sí hay constancia de que fuese originalmente islámica, del siglo IX, aunque, como la de Berlanga, terminó en manos de Fernando I de Castilla en 1059. Hoy solo se mantiene en pie la muralla perimetral, pero incluso así, es una de las fortalezas más bellas de toda la península.
Para llegar a nuestra tercera y última fortaleza tenemos que abandonar el río Duero remontando uno de sus afluentes, el Ucero, que baja caudaloso recogiendo las aguas del Cañón de río Lobos. Así alcanzamos el castillo de Osma que, a pesar de su cercanía con los anteriores, cuenta con una historia muy distinta, ya que se trataría de una obra iniciada por el rey Ramiro II de León a inicios del siglo X, cuando sus dominios era fronterizos con el Califato de Córdoba de Abderramán III. Ha sido recientemente restaurado para que los valientes que salven el desnivel puedan pasear por las ruinas de las murallas de los tres recintos, que responden a sus distintas ampliaciones, y que se prolongaron hasta el siglo XV.
Enfrentada al castillo de Osma, sobre una colina en la otra ribera del Ucero, se levanta la atalaya de Uxama, que tiene un origen incluso anterior. Se trata de una torre de vigilancia perteneciente a una línea de atalayas del Califato de Córdoba que se extendía entre San Esteban de Gormaz y Medinaceli. A su vez, esta se asienta sobre los cimientos de una antigua casa romana que perteneció a la ciudad celtíbero-romana de Uxama Argaela, cuyo yacimiento podemos visitar junto a la torre. Se trata de un asentamiento atribuido a los arévacos, que en torno al siglo IV a.C. encontraron en la colina un lugar perfecto desde el que controlar los campos de cultivo colindantes.
Y de arévacos va el fin de fiesta de esta ruta. Fueron un pueblo prerromano perteneciente a las tribus celtíberas que se asentaron en la ribera del Duero y que acabaron integrados en el Imperio romano. A ellos rinde tributo, con su nombre, ‘Alquimia de Arévaka’ (Solete Guía Repsol), un bar con mucha personalidad, mejor ambiente y una interesantísima marca de cerveza hecha en casa ubicado en El Burgo de Osma, a menos de un par de kilómetros río arriba. Su estética celta hace que muchos nos creamos que es un bar de pintxos vasco, pero este negocio está bien arraigado a su tierra y al producto soriano de temporada.
Aunque es tarde y ya lleva un buen puñado de horas atendiendo a la clientela que abarrota su pequeño local, Elena, la matriarca del negocio, todavía transmite con la mirada la misma pasión y mimo que se saborea en sus tapas y sus cervezas. “Nosotros, más que hacer, cocinamos cerveza. De hecho, las hacemos al fuego”, nos cuenta a propósito de su peculiar carta de oro líquido, que va cambiando con la temporada y a medida que su constante proceso de experimentación les va dando frutos.
Su cabeza de cartel es la Alquimia, una pale ale muy aromática de alta fermentación, aunque Elena nos sugiere atrevernos con otras como la Corazón de Enebro, una red ale con bayas de enebro sacadas del mayor sabinar de Europa, que queda a un puñado de kilómetros de Osma, junto a Calatañazor, o con la Negra Miel, una braggot, o sea, una cerveza negra con miel de brezo que compran a apicultores de la zona.
‘Alquimia de Arévaka’ es un negocio familiar que comenzó simplemente como fábrica de cerveza, pero que, hace unos años, se lanzó a la hostelería con una carta de tapas original y bien conseguida. De la misma manera que hacen con sus bebidas, son fieles a la tierra y trabajan productos locales y de temporada como la trufa o el boletus. No tienen demasiado margen de maniobra porque casi todo sale de la freidora, pero la trabajan con pulcritud y arte, hasta el punto de que incluso los torreznos no se pasan de grasos.
El Burgo de Osma es un punto virtuoso en el mapa porque da acceso a otros espacios naturales como el Cañón del río Lobos o el sabinar de Calatañazor, o a otras fortalezas como la de Caracena. Su propio casco urbano amurallado es una delicia con joyas como la concatedral de Nuestra Señora de la Asunción, con la evocadora capilla de San Pedro de Osma y su sarcófago policromado, o un fabuloso claustro gótico.
Pero comienza a oscurecer y todo eso ya tendrá que ser un objetivo para mañana. Para cerrar el círculo en este día en tierra de fronteras, podemos alojarnos en la antigua Universidad de Santa Catalina, ahora rehabilitada como hotel-balneario, en cuyo sótano se ha construido una copia de la ermita de San Baudelio para albergar un circuito de contrastes. Es el ‘Castilla Termal Burgo de Osma’.