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Todas las protagonistas de hoy tienen en común su níveo origen en las altas cumbres de la Sierra de Guadarrama. Navegamos por las caprichosas aguas, jugo exprimido de la gélida nieve que, al abandonar su sólido estado y aposento, forma un entramado de reatos y arroyuelos. Intentaremos remansar el trazo para contar sus correrías suicidas a lomos de la montaña, buscando el camino en su viaje a la llanura. Algunos de estos arroyos no sobrevivirán al estío, otros, los que hoy nos ocupan, llevarán su esforzado camino a contribuir con sus aguas a los cuatro grandes ríos que abastecen las cuidades de Segovia y Madrid o se perderán en la llanura buscando un río mayor que las guíe en su viaje al océano.
La primera de nuestras caídas cantarinas se encuentra en el arroyo de la Navazuela, en el Valle de la Fuenfría (Cercedilla). De "nieve temprana", como cantó el poeta Rosales durante su estancia en la zona, se nutren sus aguas y aunque su caída no es de las más impresionantes de la sierra, sí adorna con mucha gracia este pequeño rincón bajo los imponentes Siete Picos. Es uno de los tributarios más importantes del arroyo de la Venta que entrega sus aguas el río Guadarrama. "Río de arena" para los primitivos pobladores árabes, comparte su nombre con la sierra axial del Sistema Central.
Conocida como Ducha de los Alemanes, debe su nombre a los baños que bajo sus aguas se daban los primeros montañeros del Guadarrama, algunos de origen alemán, en las postrimerías del siglo XX. Mucho antes, cuando era conocida como el Chorro del Viejo Árbol –por el centenario Tejo que crece a su vera– seguramente bajo sus gélidas aguas se hayan refrescado muchos otros, de diversa índole y condición, desde soldados romanos, humildes pastores o reales sangres, pues varios son los caminos históricos próximos a la chorrera: la calzada romana que unía Segóbriga con Toletu o el camino de los Borbones, entre otros. Quizás el mismísimo Puricelli tuvo aquí su particular hidromasaje al construir la Carretera de la República. Sin olvidar los primeros guadarramista, de bigotito fino y camisa abotonada, como Francisco Giner de los Ríos o Antonio Victory, cuyo nombre ha quedado impreso en la senda que conduce bajo la misma Ducha de los Alemanes.
Situada a 1.596 m de altitud, para llegar a ella hay que caminar apenas 2,5 kms. Salir del aparcamiento de Majavilán, ubicado en las Dehesas de Cercedilla, y subir por la calzada romano-borbónica pasando por el Puente del Descalzo, donde aún se conserva la parte empedrada de dicha calzada. A la altura del paraje conocido como Los Corralillos, confluyen los caminos anteriormente mencionados. Hay que tomar la carretera de la República, pista ancha de la derecha, y llegar al desvío de la Senda Victory, junto al arroyo de la Navazuela. A pocos metros, una pasarela sobre el mismo arroyo nos llevará sin pérdida a la Chorrera. Podemos retornar deshaciendo camino o continuar por la senda Victory y enlazar con las numerosas sendas que recorren el valle de la Fuenfría, de las que nos ofrecerán detallada información en el Centro de Visitantes del Parque Nacional, ubicado en las Dehesas.
Franqueamos el Puerto de la Fuenfría para caer al segoviano Valle de Valsaín, lugar de recreo y delirios venatorios de reyes. Tierra de recios gabarreros que compartieron el son de su hacha con la melodía de las aguas que surcan estos montes, gracias a las cuales gozan de indiscutible fama las fuentes del Palacio y Jardines de la Granja de San Ildefonso. Desde los altos riscos de la altiva Peñalara, dueña y señora del Guadarrama, la nieve coquetea con el sol para que la libere de la prisión helada y volviendo a ser gota de agua, recorre montaraz para formar el arroyo de la Chorranca, tributario del río Eresma. La cascada que le bautiza se haya a 1.700 m de altitud, cobijada por el majestuoso pinar de pinus silvestris que señorea por estos lares y que es la bandera y estandarte de los Montes de Valsaín.
Esta cascada es, sin duda, una de las más desconocidas, la ubicada a mayor altitud y la de más difícil y largo acceso, pero compensa el esfuerzo con el regalo de su belleza. Casi verticalmente, se precipita al vacío que forma un roquedo de gneis, para aterrizar 20 metros, arroyo abajo, y remansar sus aguas en una tina de pureza cristalina. Quizá sea este el hogar de uno de los más escurridizos habitantes del Guadarrama, el desmán del pirineo o rata almizclera, muy sensible a la contaminación por lo que es un garante indicador de la limpieza y la salud de las aguas en las que habita.
Para llegar a La Chorranca hay que partir del Centro Nacional de Educación Ambiental (CENEAM), en las inmediaciones del pueblo de la Pradera-Valsaín. Coger el camino que sube a la fuente del Ratón, pasando por el paraje de la Cueva del Monje, donde un eremita, tras vender su alma al diablo en pos de la piedra filosofal, pidió amparo a la virgen para que petrificara al diablo. El itinerario tiene entre 12 y 15 km y deberemos salvar unos 500 m de desnivel para llegar a la base de la cascada.
No necesitamos alejarnos mucho de la sombra del Pico Peñalara, pues desde el Alto del Reventón, uno de los más antiguos pasos históricos en la sierra de Guadarrama, se desliza otro arroyo responsable del impetuoso salto que forma El Chorro Grande. El contrafuerte de gneis de las Peñas Buitreras y Peña Berrueco provocan el suicidio del agua durante más de 60 metros, formando la cascada de mayor caída de toda la Sierra de Guadarrama. La atracción de su impresionante belleza no debe confundir nuestros sentidos y debemos extremar la precaución en su parte superior, pues presenta losas de engañoso fácil acceso que, resbaladizas a causa de la humedad, pueden abocarnos a una caída.
Aunque la cascada se encuentra en el término de Palazuelos de Eresma, el camino para llegar al Chorro Grande parte de la Urbanización del Caserío de Urgel, en el término de la Granja de San Ildefonso. El sendero discurre por un denso bosque de roble melojo, por la dehesa de la Mata de la Sauca, surcado por gráciles arroyuelos, en los que encontraremos flora asociada a las riveras como maíllos –manzanos silvestre– o servales del cazador, paraíso de jabalíes y corzos.
Ya en las inmediaciones de la cascada, los sauces ocupan el cauce con permiso del dominante pino silvestre. Son 7 km ida y vuelta y algo más de 200 m de desnivel, pero si queremos prolongar nuestro camino, no muy lejos del Chorro Grande, siguiendo el camino que discurre por el límite del pinar y el robledal, accederemos a su hermano menor: el Chorro Chico.
Siguiendo la ladera norte de la Sierra de Guadarrama, en su vertiente segoviana, llegamos al pueblecito de Navafría, acogedor y de característica arquitectura serrana, rezuma vida tradicional en sus callejuelas. Pasado el pueblo, camino del Puerto que tiene su mismo nombre, a poco más de un kilómetro, un desvío a la derecha nos indica la dirección al área recreativa de las piscinas naturales del Chorro. Un rincón que hace las delicias de bañistas, ideal para lidiar los calores y refugiarse del indolente sol que dora la meseta castellana en los meses de verano.
Las nieves del pico de El Nevero, a 2.209 m de altitud, son las responsables de nutrir el arroyo de El Chorro, que debe superar este conocido salto de agua antes de ir a tributar con sus aguas en la junta de los arroyos que origina el río Cega, que a su vez es afluente del Duratón, contribuyendo así a la formación de sus afamadas hoces. Sus 20 metros de caída impresionan por lo recóndito y encajonado de su emplazamiento, situado a 1.400 m de altura, una sucesión de gradas de gneis a buen cobijo de los inmensos pinares del Navafría; donde el aterciopelado musgo color esmeralda viste de gala el roquedo.
En el área recreativa del Chorro (cuesta 5 euros el aparcamiento), al lado del bar, tomar una pista que discurre bajo la sombra del omnipresente pinar, tras pasar un refugio de piedra del antiguo ICONA, cogiendo el sendero que sale a la izquierda y que nos llevará en escasos 20 minutos hasta la base del Chorro.
Remontamos el Puerto de Navafría, atrás dejamos la vieja Castilla y de vuelta a la vertiente madrileña, nos dirigimos a la cuenca media del río Lozoya, donde uno de sus aportantes, arroyo nacido en los neveros de las cumbres carpetanas en el disimulado valle de Navarredonda-San Mamés, forma el Chorro o Cholrrerona según el topónimo local. Un gran salto de agua de unos 40 m de caída, sobre una cuna pétrea de primitivo gneis, encaramado a 1.493 m de altitud.
Podemos elegir dos rutas para visitar la Chorrera, ambas de longitud y desnivel similar (8 km ida y vuelta). La primera opción es desde San Mamés, más fácil y habitual, pues discurre por una pista forestal en la mayor parte de su recorrido. San Mamés se constituyó sobre los asentamientos de pastores bereberes después de la Reconquista en un lugar antaño conocido como Reimoros. El camino parte de la Plaza de San Mamés por la vereda de Las Fuentes hacia las antiguas matas formadas por agrupaciones de leñadores, donde se producía carbón vegetal con la madera del rebollo (roble melojo). Situada a las afueras del pueblo, la ermita de San Mamés presenta una sobria mampostería y ladrillo que forman trazados decorativos bajo el alero. En ella se coronó a Juana La Loca, primera reina de las coronas de Castilla y Aragón.
La otra opción, no menos atractiva, parte de Navarredonda, ruta más desconocida pero que nos ofrece la posibilidad de conocer una encantadora aldea fundada por los árabes en el siglo XI y repoblada en el siglo XII por pastores segovianos procedentes de Sepúlveda. Es un placer deleitarse paseando por sus calles donde el trasiego de vecinos realizando labores de campo es habitual. Una de ellas, la Calleja de Cerrocollado, nos llevará a la Chorrera y discurre por Los Tercios, donde los vecinos cultivaban trigo, centeno, lino y heno, y empleaban los pastos para alimentar ovejas merinas, vacas, yeguas y pollinos. Tuvo especial importancia el aprovechamiento de las regueras para la producción agrícola; aún se conserva "la piedra de reguera" original.
En otro desconocido valle del curso medio del río Lozoya, el que forma el arroyo Canencia y al resguardo de los Picos de Cabeza La Braña y los Altos del Hontanar, el arroyo Sestil de Maíllo se desboca con insensatez por un precipicio de 30 metros sobre oscuros gneis. La Chorrera de Mojanavalle (en algunas referencias aparece también como Mojonavalle), situada a casi 1.600 m, se encuentra en un umbrío paraje conocido como Hoya de la Vieja.
El atractivo de este monumento natural tiene entidad por sí mismo, pero si le sumamos que se halla en el corazón de uno de los escasos bosques relictos que quedan en la Comunidad de Madrid, el resultado supera todas nuestras expectativas. La dirección sur-norte del valle y sus condiciones de umbría y humedad crean el clima perfecto para albergar especies propias de latitudes boreales: abedules de blanca corteza y caduco follaje, longevos tejos, servales y majuelos de delicadas florecillas blancas componen un mosaico de biodiversidad de alto valor ecológico y de los que varios ejemplares están incluidos en el Catálogo de Árboles Singulares de Madrid.
Este paisaje de cuento es accesible desde la carretera del Puerto de Canencia en dos puntos: el puente de la Pasada y el mismo Puerto de Canencia, aunque es más recomendable realizar la ruta circular que une ambos, por supuesto pasando por la Chorrera de Mojanavalle, y que es conocida como senda ecológica de Canencia. Un total de 11, 5 km donde los Baños de Bosque de tradición japonesa pueden hallar aquí escenario perfecto para su realización.
De vuelta al Valle de Lozoya, no podemos olvidar las que, tal vez, son las reinas indiscutibles del salto libre de las aguas. Ya sea porque son dos, por ser las únicas que reciben el merecido nombre de cascada, por su impetuoso caudal o por la fama que las precede. Las Cascadas del Purgatorio son, sin lugar a dudas, las más visitadas de la Sierra de Guadarrama.
A mitad de camino del cielo y el infierno, como bien indica su nombre, a 1.400 m de altitud, se precipitan por el resalte rocoso que forma el Hueco de los Ángeles, un contrafuerte de colorado gneis, hogar del buitre leonado. Sus cristalinas aguas provienen de los Altos de la Morcuera, de la reunión de aguas en el cono de deyección que recoge los derrubios del Ventisquero del Algodón, en la Cuerda Larga. Donde antaño se afanaban los neveros en cargar las yuntas para abastecer de hielo las neveras de hacendados madrileños, cuando no existía el frío industrial. Hoy el oficio tradicional extinguido ya no resta una gota de líquido elemento al elevado caudal del arroyo Aguilón, que al tributar al arroyo de la Angostura torna el nombre de este último por el del río Lozoya, que representa un significativo 47 % del abastecimiento de agua dulce de Madrid.
Para llegar a las cascadas del Purgatorio debemos partir del Monasterio de Santa María de El Paular (Rascafría), un tesoro gótico fundado por los cartujos, amigos del silencio y las montañas. Un inicio artístico-espiritual que prepara el espíritu para la contemplación del paraíso natural de la ruta que nos llevará a las cascadas. Para ello, primero hay que ganar el Perdón, puente que debemos cruzar y que según reza la historia, solo se permitía traspasar a aquellos que, una vez juzgados, obtenían la indulgencia que en caso contrario pagaban con la vida en la cercana Casa de la Horca. El robledal primero, y el pino después, dominan el terreno, donde la ganadería vacuna campa a sus anchas devorando los pastos a su paso. El camino, de 12 km ida y vuelta, es sencillo y está balizado, por lo que es ideal para disfrutar en familia.
Por último, terminamos en la misma línea divisoria de las provincias de Madrid y Segovia, haciendo honor al carácter vertebrador de la Sierra de Guadarrama. Donde finaliza esta y comienza la Sierra de Ayllón, nos dirigimos al punto más septeptrional de nuestro periplo navegante, un puerto seco, el de Somosierra. Quebrada protagonista de devaneos bélicos, supuso un paso infranqueable para la Gran Armée napoleónica, brindando victoria al pueblo español en la Guerra de Independencia. En él se ubica el poblado a mayor altura de la Sierra de Guadarrama, 1.440 m, no en vano su nombre –somo– significa el lugar más elevado de la Sierra.
En su vertiente norte, donde los vientos gélidos depositan un grueso nevazo, nace el río Duratón en la confluencia de cuatro reatos: el Reajo del Caño, Reajo Grande, las Pedrizas y el de la Peña del Chorro. El único río que nace en Madrid, pero que discurre por territorio de Segovia. Si bien, antes de hozar la llanura meseteña, supera una vertiginosa prueba de valor precipitándose al vacío para formar la Chorrera de Los Litueros. Brincando por tres escalones pétreos, el torrente alborotador y parlanchín muestra, a un tiempo, belleza y fiereza con el deshielo y torna en inofensivo hilillo de agua en verano.
Pese a lo elevado de su enclave (1.536 m), no le rodean aquí escarpadas cumbres. Las laderas de la Peña Cebollera Vieja a naciente y Los Golgadizos a poniente, constituyen una de las mejores manifestaciones del páramo serrano. Una espesura de arbustos constituida principalmente por piorno serrano, cuya característica y olorosa rubia floración nos embriagará a finales de primavera. También podemos encontrar la delicada, pero bien guardada por afiladas espinas, rosa canina o escaramujo, majuelos y enebros rastreros donde zorzales y perdiz roja esconden celosamente sus nidos.
Para llegar a la Chorrera de los Litueros, frente a la gasolinera que hay en el mismo Puerto, tomar la antigua carretera N-I, hoy abandonada en favor de la autopista, que discurre por la cañada Real Segoviana. A un kilómetro del punto de partida, sale una senda a la derecha que nos obligará a cruzar el Reajo de las Pedrizas. El sendero tortuoso cambia bruscamente de inclinación para sortear un corto pero fuerte repecho de escasos 200 metros que nos llevará a los pies de la chorrera y donde una idílica pradera se presta al descanso y disfrute de las bellas vistas.