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A partir de Coca y hasta Simancas, localidad orillada al río Duero ya bien entrado en la provincia de Valladolid, el Camino de Santiago Madrileño discurre por los más hermosos paisajes de su tránsito castellano. Es la llamada Tierra de Pinares, una de las extensiones boscosas más amplias de la Península Ibérica. Sus espesuras, apenas interrumpidas por algunos campos de cereal, diluyen el límite entre las provincias de Segovia y Valladolid.
Por pistas y caminos de arena que amortiguan el eco de las pisadas y ralentizan un punto la marcha, se recorre el corazón de los pinares castellanos. Bosques de hechuras primigenias, el Camino usa las viejas rutas. Antaño las recorrían cuadrillas de jornaleros gallegos en sus viajes para trabajar las mieses castellanas. Se las repartían por los pastores y los tropeles trashumantes. Hoy los recorren paisanos que recolectan resina de los pinos. Su huella son los potes clavados bajo las picas abiertas en el tronco de los pinos negrales. Por esas heridas desborda su preciosa sangre vegetal, llamada miera en esta tierra.
Abandonada en los pasados años 80, la crisis económica ha hecho volver los ojos a la explotación resinera, que poco a poco recobra la fuerza de antes. Los tranzones del pinar son fuente abundante de aguarrás y colofán, materias básicas en la fabricación de aditivos, productos sanitarios, caucho sintético, cosméticos, pintura y otros variados usos. Ausente la pinada de presencia humana -los resineros dejan descansar al árbol desde finales de verano hasta el mes de marzo- el bosque regala sorpresas al caminante madrugador. No es extraño toparse con una fantasmal pareja de corzos que se pierde en la distancia, el zorro que marcha a lo suyo, ignorando al visitante, o un arrendajo que grita escandalizado ante los extraños.
Rumbo a Puente Duero, paso a paso la estepa cerealista va comiendo el terreno al pinar. Vuelven a surgir pueblos abrasados por la soledad de un clima y un abandono que no se sabe cuál es más atroz de los dos. Alcazarén es uno de ellos. Este solitario caserío, cuyos escasos vestigios de vida son la ropa lavada que cuelga en algunas paredes, fue población de cierta importancia en los periodos romano y musulmán, como indica el origen de su nombre derivado del árabe al-Qasrayn, que significa “dos alcázares”.
A once kilómetros de Valladolid, Puente Duero hoy es un barrio de la capital castellana. No lo parece al contemplar el entorno del puente que le da nombre. Existe constancia de su presencia desde tiempos de la dominación romana, aunque sus principales reformas sucedieron en el siglo XIV. Construido con inmaculada y robusta caliza, su anchura es suficiente para que puedan cruzarlo los autobuses urbanos. Muestra, sin embargo, suciedad en su entorno y abandonos difíciles de entender.
Por la margen derecha del Duero quedan atrás los últimos pinares y se alcanza la medieval Simancas. Se accede a la villa por el puente medieval de 15 arcos tendido sobre el Pisuerga. El Archivo General de Simancas, la iglesia parroquial del Salvador y el casco antiguo destacan en la ciudad.
El Monumento a las Siete Doncellas es otra de las referencias de Simancas. Recuerda una morbosa leyenda que le da nombre a la ciudad. Asegura la misma que el reino de León debía entregar cien doncellas al califa Abderramán II. Siete de ellas debían ser de esta urbe. En cierta ocasión, cuando la remesa correspondiente ya estaba preparada, aquellas siete jóvenes decidieron cortarse sus manos para ser repudiadas por el musulmán. Así las muestra la escultura.
La importancia turística del municipio hace que sea destino rebosante de visitas, donde no es fácil encontrar acomodo. Acostumbrado a la soledad que gasta este ramal jacobeo, el peregrino escapa cuanto puede rumbo a otro punto aún más morboso que el monumento de las Siete Doncellas. Se trata del que es, sin duda, el lugar más macabro y tétrico de cuanto Camino de Santiago existe.
Está en un pequeño pueblo al que se llega después de una nueva travesía por la estepa de cereal. En la comarca de los montes Torozos se localiza Wamba, población de nombre godo que en la actualidad cuenta con 300 habitantes. Esta población es excepcional hasta en su nombre, cuyo origen germánico hace que deba pronunciarse Bamba y no a la manera inglesa. Aunque tan curioso como su historia, no es por esto por lo que se conoce a este pueblo, sino porque alberga el mayor osario que hay en España. Vayamos por partes. Debe su nombre este pueblo al sucesor del rey godo Recesvinto. Preside la entrada del pueblo una rotunda escultura de Wamba, estos días anudado el cuello con el pañuelo amarillo distintivo de las fiestas de la localidad.
Recesvinto murió en esta localidad de los montes Torozos, entonces llamada Gérticos. El mismo día que de la muerte del monarca, se nombró sucesor a su hijo. En un principio Wamba rechazó la corona, pues ya era viejo. Finalmente, la nobleza goda le hizo aceptarla, siendo coronado en Toledo en el año 672. En honor del rey godo que dio mayor lustre a su dinastía, se cambió el nombre de aquella localidad por el suyo.
De los tiempos de Recesvinto data el templo visigodo situado en el norte del pueblo. La iglesia de Santa María de la O pasó a manos de los Caballeros Hospitalarios de la Orden de San Juan de Jerusalén, consagrados a la defensa de la fe y de los caminantes que recorrían los lugares que controlaban, como estos montes Torozos.
Desde primera hora de la mañana un puñado de personas se concentra en la explanada a la que se abre el templo. Su pinta denota que no son vecinos de Wamba. Esperan a la guía oficial que enseña la iglesia y su osario a lo largo de cada jornada, con la única interrupción de las misas que se siguen celebrando en esta iglesia. El templo guarda vestigios de interés como un retablo del siglo XVI, pinturas al fresco medievales, pinturas y esculturas tan singulares como las que representan a un elefante y un cocodrilo. Nada de esto importa demasiado a los visitantes, ansiosos de pasar al claustro.
Desaparecido casi por completo, en uno de sus laterales se alzan las obras, aparentemente paralizadas, del futuro Centro de Interpretación del Mozárabe, del que no se tienen demasiadas noticias. En la pared de enfrente se abren varias puertas. La primera es la que interesa. En su interior, una habitación de seis metros por cuatro. Apoyadas en sus paredes han sido apiladas, con todo el esmero y delicadeza que cabe imaginarse, tres mil calaveras y el resto de sus esqueletos, que duermen su sueño eterno. Único por sus dimensiones en España, recuerda a otros osarios como el de Évora, en Portugal, y el de Sedlec, en la República Checa.
“Muchas son de monjes que habitaron el cenobio, pero también hay de personas del pueblo, hombres, mujeres y niños que fueron enterrados aquí”, explica la guía de la Diputación de Valladolid. En origen, el osario era mucho mayor de lo que hoy puede verse. La mayor mengua de osamentas se debe al Doctor Gregorio Marañón, que llegó a Wamba en los años cincuenta del pasado siglo XX para estudiar sus restos. Dicen en el pueblo que se llevó dos camiones enteros de calaveras. Los depositó en la Universidad Complutense de Madrid para su análisis. Ocho décadas después, allí siguen olvidados.
Durante muchos años el osario estuvo al albur de todo el que llegase. Sobre todo de generaciones de estudiantes de medicina venidos de todas las facultades de España. “Se llevaban las calaveras y los huesos sin más. Si algún vecino los veía, se lo regalaba o se lo cobraba, según”, aseguran en el pueblo. Alegoría absoluta de la muerte, una frase grabada en la pared recuerda el sentimiento cristiano que alumbró al osario: “Como te ves, yo me vi, como me ves te verás. Todo acaba en esto aquí. Piénsalo y no pecarás”.
La imagen del osario de Wamba acompaña el resto del Camino de Santiago de Madrid. El paso por Medina de Rioseco y Villalón de Campos apenas diluyen su impacto hasta el final de este camino en Sahagún. La llamada Cluny española, en referencia al monasterio fundado por monjes de la Orden de Cluny, que llegaron para honrar la memoria de los mártires Facundo y Primitivo, es el punto final de este Camino de Santiago Madrileño, que aquí empalma con el ramal Francés por el que continúa hasta Compostela.