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Buscamos en este litoral abrupto, jalonado por cabos y bahías donde se esconden escollos afilados por la acción de un Cantábrico, que guarda en sus profundidades un universo multicolor que no todos se atreven a explorar. Congrios, pulpos, sepias, rayas eléctricas, centollos, corales y hasta tiburones entre un sinfín de especies que habitan bajo el mar en la cara occidental del Principado.
¿Olas gigantes y aguas frías? La razón es simplemente el desconocimiento de la biodiversidad que aquí se esconde, a pesar de que la mayoría ya haya descubierto algunos de estos magníficos ejemplares, cubierto en mano y entre aromas y sabores, en las mesas de la región. Nos sumergimos en la costa más virgen de Asturias.
Cuentan los buceadores que poco tiene que ver una inmersión en el Cantábrico con una en el Mediterráneo. O ese plácido lugar a donde muchos les traslada la idea de imaginarse con aletas bajo el mar en España. Y mucho menos en esta parte de Asturias, donde en el fondo marino la monótona arena da paso a infinitas esculturas de caliza, granito, arenisca y pizarra, que ya se intuyen nada más contemplar este litoral desde lo alto del acantilado.
Viajamos a la franja comprendida entre el Cabo de Busto, en Valdés, y el de Vidio, en Cudillero, y hasta la isla de Deva, en Castrillón. “Aquí tenemos cañones submarinos, fondos rocosos, galerías, cuevas y chimeneas verticales de 30 metros”, explica Sergio Lescún, copropietario del centro de buceo Pipo Diving, en San Esteban de Pravia. Un paisaje submarino donde se aferran corales, erizos de mar, anémonas y una selva de laminarias como un extenso ecosistema de algas pardas donde se refugia y alimenta buena parte de la vida animal del Cantábrico.
“En el Mediterráneo abundan más los fondos de arena y posidonia”, añade el buceador. “Cuando hay oleaje, se revuelve el sustrato y dificulta la visión. Eso sí, en condiciones normales, allí hay 20 metros de visibilidad y aquí hay menos, especialmente si el día está nublado”, confiesa Lescún. Todo hay que decirlo. Hoy, por suerte, brilla el sol, pero sopla una ligera brisa del nordeste que enfría el ambiente y crispa levemente la superficie marina.
¿La temperatura? Entre los 19 grados a finales del verano y los 11 en invierno. Más fría que el Mediterráneo, pero más cálida que el Atlántico. Esto se debe a las corrientes marinas que avanzan de oeste a este desde el océano y van dejando aguas más gélidas al inicio del Golfo de Vizcaya y más templadas al final, donde se encuadran las costas vascas. Aun así, con trajes de hasta 7 milímetros se bucea hasta en invierno. La mejor época para hacerlo, sin embargo, es entre abril y noviembre.
En la desembocadura del río Nalón encontramos San Esteban de Pravia como el puerto donde empieza nuestra siguiente expedición submarina. En la margen izquierda de la ría, frente a San Juan de la Arena, junto al puerto deportivo y los restos de la antigua draga, se encuentra la sede de Pipo Diving. Este centro de buceo abrió sus puertas para amantes de los placeres submarinos hace cinco años de la mano de Sergio Lescún, su hermana, Lorena, e Iván Paz, su cuñado.
Desde entonces realizan bautismos de buceo en las aguas confinadas del puerto de Cudillero o en las abiertas cercanas a la bocana del de San Esteban de Pravia. También ofrecen cursos para todos los niveles de certificación PADI (Professional Association of Diving Instructors) y FEDAS (Federación Española de Actividades Subacuáticas). Los submarinistas expertos pueden unirse a las diferentes salidas de buceo que realizan desde Semana Santa hasta Navidad. El precio: 30 euros en temporada alta y 28 en baja.
Su fuerte: “contamos con más de veinte puntos de inmersión por la costa oeste de Asturias”, explica Sergio Lescún. “Somos los que más spots tenemos del norte de España”, asegura el instructor de buceo. ¿Son un secreto? “Antes lo eran, pero ya no”, aclara, “cualquiera con un ordenador (reloj de submarinismo) puede sacarte las coordenadas”. Uno de los enclaves más populares es el de la isla de la Deva, frente a la playa de Bayas, en Castrillón, también el del pecio que se esconde a un par de millas de los espigones que protegen la desembocadura de la ría del Nalón. Pero ¿cuál es el secreto de sumergirse en esta zona del Cantábrico?
A siete millas de la costa, se localiza el cañón de Avilés, un valle submarino de 5.000 metros de profundidad cuyas aguas ascienden hasta la superficie en los meses de verano cargadas de nutrientes, que favorecen la proliferación de la gran biodiversidad que estamos a punto de descubrir. Su mayor tesoro es un cefalópodo que ha copado leyendas y mitos desde hace siglos y que tiene en el cañón de Avilés su morada. El calamar gigante, o peludín, como se le llama en Asturias, puede medir más de 13 metros de longitud, pero que no tema el buceador.
De ninguna manera lo encontrará en su inmersión, puesto que nada a miles de metros de calado. Para descubrir el universo del kraken tendrá que acercarse hasta el Museo del Calamar Gigante, en Luarca, reabierto este verano tras ocho años de la destrucción por el oleaje de la antigua Aula del Mar.
Quien haya buceado, sabrá que en esta disciplina todo debe estar calculado al milímetro y que la seguridad es lo más importante cuando se cambia del medio terrestre al acuático. Por ello, en los bautismos, la primera experiencia del buceadorm antes de aventurarse a sacar la certificación Open Water Diver, es el conocimiento obligado del material y las normas de seguridad bajo el agua, a pesar de que el monitor nos acompañe durante toda la actividad.
Primero, conocer el equipo: la botella de aire -que no bombona-, la máscara -que no gafas-, los reguladores, el manómetro, la tráquea o hinchador -para llenar o vaciar el chaleco de flotabilidad-, el cinturón de plomos, el traje de neopreno y las aletas como elementos fundamentales en una experiencia submarina. También el ordenador, aunque suele estar reservado a los buzos más experimentados.
Después, las maniobras más básicas y el lenguaje de signos submarino. “En las inmersiones, si se cumplen las normas, es casi imposible tener un accidente”, asegura Sergio Lescún. Mucho menos en los bautismos, donde se suele descender a un máximo de 12 metros de profundidad. “En el curso te enseñan a gestionar cualquier situación de estrés”, apunta el buceador. Lo más importante es estar tranquilo y quien lo consigue, descubre un mundo nuevo donde la gravedad no existe, tampoco el ruido ni el ajetreo, y hasta parece que formamos parte de este medio natural que ni podíamos imaginar desde ahí arriba.
Para explorarlo participamos en una de las salidas de buceo de los alumnos que están terminando de sacarse el Open Water, o certificación de buceo autónomo de hasta 18 metros de profundidad. La Peco de Pipo Diving es una veloz lancha a motor de ocho metros de eslora donde entran cerca de 12 buceadores. En apenas diez minutos abandona el pantalán y el cauce de la ría del Nalón para internarse en las aguas, casi siempre agitadas, del mar Cantábrico.
En la línea del rompeolas se aprecia el vaivén de las mareas en esta parte de España, donde pueden superar hasta los cuatro metros de recorrido en altura desde la bajamar hasta la pleamar. Este fenómeno modifica en apenas doce horas la composición biológica de la zona intermareal, como lo hace el oleaje en su diseño del paisaje marino. Todo está en movimiento aquí y lo estático no existe.
Tampoco en el balanceo del barco, una vez se lanza el ancla para preparar la inmersión. Para quien se maree es conveniente tomar biodramina antes de embarcar. Al este se distingue la isla de la Deva y, al oeste, la escarpada costa de Cudillero. Las últimas instrucciones preceden al sumergimiento a medida que vamos vaciando el jacket y nos hundimos hasta el fondo. En este ecosistema cambiante el congrio y el bogavante se esconden en las grietas como lo hace el pulpo y la morena, mientras en la arena lo hace la sepia y la raya, más difíciles de encontrar.
Los pequeños bancos de fanecas y de chicharros aparecen cerca de la superficie, más fáciles de observar que los de doradas, maragotas, sargos y ballestas, debido a la explotación pesquera. Aun así, es fácil contemplar estos ejemplares solitarios entre los peñones donde se aferra el percebe, el mejillón y organismos multicolor como las gorgonias, los nudibranquios, las babosas de mar y las anémonas. Son uno de los mayores atractivos visuales de esta zona subacuática. “Muy bonitas, pero mejor no tocarlas”, advierte Lescún. “Si lo haces luego no te toques la cara”.
Los diferentes tipos de algas, como la laminaria, de varios metros de longitud y cabeza con forma arborescente, se aferran a las rocas y el fondo marino para componer un bosque frondoso que puede parecer intimidante desde arriba. Desde dentro, descubrimos que es un entorno exuberante y tranquilo donde las algas se mecen suavemente y donde buscamos entre los pasillos arenosos cualquier rastro de vida animal. ¿Tiburones? Tan solo alguna pintarroja. Las tintoreras y los marrajos son más difíciles de encontrar cerca de la línea litoral.
El tiempo de buceo siempre parece corto, pero el manómetro advierte que ya es hora de subir a la superficie. De vuelta al puerto de San Esteban de Pravia, otra expedición submarinista se prepara para salir rumbo a la famosa isla de la Deva, la mayor de la costa de Asturias, con paredes protegidas del oleaje, ideales para indagar en sus recovecos.
“Endulzar todo el equipo”, o meter en agua dulce los trajes y elementos de buceo es el último paso antes de terminar la experiencia. ¿El objetivo de un bautismo? “Crear nuevos buceadores”, explica Sergio Lescún. Junto con Blue Dot Diving en Luarca, Speedy Water en Candás o Proditech en Gijón, son prácticamente las únicas empresas que ofrecen actividades de buceo en Asturias. “No es sólo montaña y gastronomía. Queremos demostrar que aquí en Asturias hay mucho que descubrir bajo el mar”.
‘PIPO DIVING’ - Casto Plasencia. San Esteban de Pravia, Asturias. Tel. 649 82 11 92.