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Alojarse en la 'Casa de las Cuatro Torres' es viajar directo a la época dorada de Cádiz. Exactamente al siglo XVIII, cuando la ciudad controlaba el monopolio del comercio de las Indias y gente de todo el mundo llegaba a Cádiz buscando prosperidad. Juan Clat Fragel fue uno de ellos, un sirio con descendencia italiana que consiguió convertirse en uno de los hombres más influyentes de su tiempo. Fue él quién en 1736 levantó el edificio que alberga hoy este romántico hotel boutique, considerado uno de los mejores ejemplos de casas de cargadores de Indias y el único de toda la ciudad que se erigió con cuatro torres.
"En el siglo XVIII había dos razones para tener una torre-mirador en Cádiz: la primera era funcional, para controlar el ir y venir de los barcos que se acercaban a la bahía; y la segunda, reputacional, de estatus. En aquella época existían más de 200 torres en la ciudad, hoy hay algo más de 100", explica Lourdes Zozaya, una de las recepcionistas del hotel.
"Las ordenanzas urbanísticas de la época prohibían que las casas tuvieran más de una torre, de modo que Fragela compró un terreno rectangular y lo escrituró en cuatro partes iguales. Abrió cuatro puertas de entrada y construyó así su cuatro torres con dibujos de lacería en almagra roja. Por fuera parecían casas independientes, pero por dentro el edificio estaba totalmente interconectado", añade. Fue un hombre visionario para su tiempo: "Utilizó parte de la casa como vivienda y sede de negocios, pero también destinó algunas estancias para alojar a parte de sus huéspedes forasteros", desvela esta gaditana de 37 años.
Basta pisar el hall de 'La Casa de las Cuatro Torres', abierto en 2017, para respirar parte de esa historia que parece revivir en los materiales originales de la casa y cuyo proceso de restauración se prolongó durante siete años. Destacan los suelos de mármol italiano de Carrara, las paredes de mortero de cal -trabajadas de forma artesanal, como en el siglo XVIII-, las vigas de madera enceradas -"que los comerciantes utilizaban como lastre para sus barcos"–, o el arco de piedra ostionera –un conglomerado hecho de fósiles marinos, arena y conchas– que impresiona en el salón donde sirven un desayuno bufet con bizcochos caseros. También conservan el antiguo aljibe de cinco metros de profundidad donde se recogía el agua de lluvia y por el que se asoman los clientes a través de un cristal en el suelo del zaguán. "Bromeamos diciéndoles que ahí es donde lanzamos a quienes se quieren ir sin pagar", dice Lourdes entre risas.
El pasado dorado de Cádiz se palpa también en las 20 estancias distribuidas en las tres plantas del hotel. La segunda, de techos altísimos y conocida como la planta noble, fue la que alojó al matrimonio Fragela, que murió sin descendencia. En total, 12 habitaciones, seis apartamentos con cocina y sala de estar y dos estudios tipo loft decorados principalmente en piedra y madera que, en algunos casos, alcanzan los 65 metros cuadrados. Bautizadas con nombres de marinos ilustres de la época, no hay una estancia igual a otra, cada una tiene su propia personalidad y todas cuentan con las comodidades del siglo XXI.
En el interior, los antiguos dinteles de las puertas y ventanas ciegas permanecen como testigos de las viejas uniones del edificio; mientras los arcos desnudos de muros de piedra ostionera conviven con sillones thonet, sábanas de algodón egipcio y cabeceros de cama fabricados con tablas de puertas y ventanas de la vieja casa. "En la restauración no hemos tirado ni una sola madera", cuenta María Teresa Ramos Grosso, que además de ser directora del hotel, es artista y restauradora. Junto a ella, un equipo de 15 personas forman el alma de este alojamiento cuyo principal objetivo es hacerte sentir como en casa.
También los lucernarios, el mostrador de la recepción o la barra de la cafetería, tratadas con aceite de linaza y ceras naturales, son ejemplos de esa recuperación hecha con mimo y mucho conocimiento. "Todas las piezas del hotel tienen un nombre propio y una segunda vida gracias a la generosidad de muchas familias amigas que me las han regalado", celebra la gaditana.
A María Teresa se le iluminan los ojos cuando habla de su hotel, de su casa. Aún recuerda cuando acudía siendo niña a cobrar el alquiler en pesetas. Porque hace años, parte de esta casa perteneció a su abuela y después a su madre. Tras una época de abandono, la gaditana adquirió el edificio ya en ruinas con la idea de recuperar su esplendor y abrir sus puertas para el disfrute de todos.
No solo la ubicación del hotel es un lujo, situado en el barrio de San Carlos, a un paso de la Plaza de España y el Museo de Cádiz. También lo son las vistas que ofrece su terraza, desde la que se accede a la única torre con óculos –las otras tres son ciegas– que hoy alberga una singular sala de reuniones con una estrecha escalera de caracol que lleva a lo más alto. Encarada hacia el mar, la vista alcanza a ver el Puerto de Santa María e incluso Rota.
"Volviendo al siglo XVIII, Fragela controlaba desde aquí los barcos que llegaban al puerto, mientras vigilaba a los trabajadores para que no robaran ni traficaran con su mercancía. Desde la torre y con el lenguaje de banderas, se compraban y vendían mercancías antes de llegar a tierra", cuenta la gaditana de 57 años, que vive a caballo entre Madrid y su querida "Tacita de plata".
Hoy, la terraza del hotel 'Casa de las Cuatro Torres' es escenario de pequeños eventos culturales, conciertos en verano y románticas veladas con copas de vino y manta. "Fragela fue en su tiempo un hombre que hizo una gran labor social en Cádiz y nosotros intentamos continuar con su espíritu fomentando la cultura a través de exposiciones de arte, presentaciones de libros, conferencias diversas y todo tipo de actividades", comenta la directora. En el horizonte, nada queda de esos galeones que hace casi tres siglos llegaban cargados de cacao, tabaco y telas de las Indias. Hoy, son los grandes trasatlánticos turísticos los que echan amarras en el puerto.
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