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Es hora de sacar los abrigos del armario y disponer en cada ciudad de una lista con los mejores refugios donde pasar una tarde a resguardo de las inclemencias meteorológicas. Más aún en lugares como Zaragoza, con sus espesas nieblas o el violento cierzo. Pues bien, uno de los mejores lugares del casco histórico maño donde guarecerse del frío es el ‘Café 1885’.
Imposible una ubicación más céntrica, en plena calle Alfonso I. Ahí, su fachada de sabor añejo es una invitación a abrir la puerta y buscar acomodo en el salón de suelo marmóreo, espejos en las paredes y un trabajado artesonado sobre las cabezas. Tras sentarse, ya solo queda templar el cuerpo tomando un café de su extensa carta y un goloso pedazo de tarta. Una recomendación: mucho mejor sentarse con vistas a las enormes cristaleras, para alternar las miradas a la calle peatonal más concurrida de la ciudad y a un interior donde el tiempo parece detenido en 1885, fecha que da nombre al local.
En aquella época, la calle Alfonso I era toda una novedad. Hacía una par de décadas que se había proyectado esta vía absolutamente recta para unir el Coso con la Basílica del Pilar. Una remodelación urbanística que se llevó por delante muchas casas históricas integradas desde hacía siglos en el caótico casco antiguo zaragozano. Pero la modernidad y las ideas parisinas mandaban.
Tal calle rectilínea estaba destinada a ser el espacio donde la burguesía del momento levantase sus viviendas y negocios. Los Baselga fueron una de esas familias acaudaladas. Y no uno, sino dos edificios de pisos se hizo construir Mariano Baselga. Pero hoy solo nos interesa el que está en el número 25 de la calle, ya que allí llegaron los Aladrén como inquilinos del local comercial en la planta baja.
En concreto, el joyero Alberto Aladrén y su hermano Luis, un arquitecto treintañero que diseñó para el negocio familiar una joyería donde la decoración y la arquitectura pretendían competir en atractivo con las piedras preciosas y la orfebrería de sus expositores. Las fotografías del siglo XIX así lo corroboran. Las mismas fotos que han sido indispensables para la restauración del establecimiento llevada a cabo recientemente.
Una recuperación impulsada por Santiago Baselga, tataranieto de aquel Mariano que vivió la inauguración de la Joyería Aladrén en 1885. Porque, pese a los diversos avatares e inquilinos del local, la propiedad siempre ha permanecido en manos de la misma familia. “Quise restaurarlo y que se pareciera lo máximo posible a sus inicios. Aunque no para montar una joyería, sino un negocio muy especial de hostelería”, confiesa Santiago, quien tras una vida dedicada a la ingeniería de telecomunicaciones y estando a un paso de la jubilación, ha decidido emprender en un sector nuevo, “muy divertido, aunque más complicado de lo esperado”.
En ese empeño ha contado con la estrecha colaboración de Cronotopos Arquitectura. Otro arquitecto treintañero, Alex Lezcano, fundador del estudio, y su mano derecha, Laura Cabeza, han dirigido durante nueve meses la renovación del local. “Casi todo el tiempo se ha invertido en la restauración. Limpiando y decapando desde el artesonado hasta los pilares de fundición o los elegantes grabados de las placas de latón que adornan la fachada”, recuerda Alex. “Ha sido un trabajo lento, pero apasionante. Trabajar en la historia”.
Esa historia se respira en cada rincón. Por ejemplo en su sala principal, que coincide con el espacio de la joyería original. Donde se colocaron expositores para las alhajas, hoy hay mesas para la concurrencia. Los escaparates que antes servían para maravillarse desde afuera con los tesoros guardados en las vitrinas de dentro, ahora invitan a mirar en sentido inverso para observar el trajín de la calle. Y donde hubo un elegante mostrador para probarse sortijas o colgantes deslumbrantes, en la actualidad se mantienen esos brillos gracias a una barra retroiluminada que expone tartas y pasteles a primera hora de la mañana, tapas hacia el mediodía y las botellas para los cócteles conforme avanza la tarde.
Esta área es la más reluciente del ‘Café 1885’, pero quizás no la más elegante. Ese atributo le correspondería a la contigua Sala Luis XVI. Su denominación da pistas sobre su estética, algo versallesca y recargada. Al fin y al cabo la sala se concibió y decoró en los años 60 del pasado siglo XX para atender a las celebridades que visitaban la ciudad. Así que, hoy en día, uno se toma una modesta caña de cerveza en el mismo lugar donde Fabiola de Bélgica adquirió unas gemas y Juan Pablo II se hizo con una Virgen del Pilar en plata.
El contraste entre esta Sala Luis XVI y el sótano del subsuelo no puede ser mayor. Es un ambiente ideado para el tardeo o la celebración de eventos. Para Alex Lezcano es uno de los espacios más queridos, tanto por la ingeniosa solución creada para la escalera que une planta calle y subterráneo como por su aspecto final, dominado por la austeridad y la tradición de tantas bodegas que antaño había -y hay- ocultas por el casco antiguo de la ciudad.
En definitiva, la intervención arquitectónica ha pretendido proporcionar un viaje al pasado. Aunque no se trata de un monumento para la mera contemplación. A lo largo de sus muchos años como joyería, y los últimos tiempos como café, siempre fue un ente vivo, adaptado al momento y a las gentes que lo frecuentaban. De modo que ha vuelto a la vida con sutiles intervenciones tan actuales como integradas en el conjunto decimonónico. La barra, el mobiliario o la iluminación dan fe de ello. Lezcano lo define así: “me han dicho que no se nota que hayamos trabajo aquí. No sé si es bueno o malo, pero me encanta”.
No es al único que le ocurre a juzgar por el éxito logrado desde su reapertura la pasada primavera. Vecinos y muchos zaragozanos ansiaban ver de nuevo un establecimiento que lleva en el paisaje urbano desde hace mucho más de un siglo. Su cierre tras la pandemia suponía la desaparición de uno de los pocos irreductibles que resisten a la masiva presencia de franquicias y firmas internacionales en la zona. No obstante, algo de ese espíritu combativo también animó a Baselga en su nueva aventura empresarial.
“Llevo toda mi vida trabajando aquí y allá, pero con mi empresa radicada en Zaragoza. Y he decidido apostar por devolverle a mi ciudad parte de lo que me ha dado”. De modo que el proyecto ‘1885’ va más allá de este elegante café. Sin duda es el buque insignia, pero es mucho más ambicioso; o romántico, según se mire”, añade Santiago.
No es casual que, aprovechando la fachada en chaflán del café, se haya abierto un acceso lateral a la calle Contamina. “Pensé, ¿por qué no recuperar esta calle y dinamizar una vía a la que siempre se le da la espalda?”. Con esa idea Santiago adquirió varios locales a un paso de la vieja joyería y también junto a Cronotopos Arquitectura idearon su reconversión en dos espacios complementarios vinculados a la gastronomía. Son la ‘Brasserie 1885’ y, enfrente, el ‘Colmado’.
Ambos, además de recuperar un espacio histórico algo abandonado, nacen con la vocación del disfrute, del placer gastronómico. Cuenta Baselga que “estamos rodeados de comida rápida de los más variados orígenes. Y nosotros hemos querido hacer algo distinto. Cocinar a la brasa, al horno, muy lentamente… y que los comensales hagan lo mismo, comer despacio, con calma, gozarla, bebiendo una copa de vino, con una tranquila charla y una buena sobremesa. Esa es la idea con la que surge la brasería. Algo que no había por estas calles del centro”.
Al hablar de brasas, inmediatamente el sabor a carne nos viene a la memoria del paladar. Y es lógico que en la carta de la ‘Brasserie 1885’ aparezcan los chuletones, los entrecotes y las carismáticas costillas de Ternasco de Aragón. Sin embargo, la gran estrella es el pollo. Pero no uno cualquiera: el pollo campero de Monegros. “Queríamos hacer un pollo asado de calidad, de sabor exquisito, y este pollo posee todas las condiciones para dejar maravillado a cualquiera. Reúne todo lo que buscamos. Producto local, sorprendente y, además, de primerísima calidad. Para quién no lo ha probado, resulta todo un descubrimiento”.
Una delicatessen que se ha convertido en referente de la brasería y que aspira a serlo en el último establecimiento del Grupo 1885. Es decir, el ‘Colmado Gourmet’. Santiago se entusiasma al contarnos que esta tienda quiere dar a probar los mejores productos de la tierra, mostrarlos y promocionarlos in situ, “pero también queremos ser un delivery de gama alta. Queremos llevar a tu casa un buen cava aragonés, un pollo campero de Monegros asado en nuestro horno o un caviar elaborado en el Pirineo de Huesca”.
¡No es mal plan! Es la guinda a un proyecto muy singular que fusiona conceptos tan variados como el patrimonio histórico, la gastronomía, la recuperación urbanística y la inversión privada. ¡Una experiencia única que comenzó a fraguarse en el remoto año 1885 y que quién sabe hasta dónde puede llegar! “Todavía tengo ganas y muchas ideas”, avisa Baselga.