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De pequeño, oteando el horizonte desde lo alto de la duna, uno tenía la impresión de que, por mucho que corriese, era misión imposible no abrasarse los pies antes de llegar a la orilla. La amplitud de la playa de Xeraco es quizá uno de sus reclamos más atractivos para los turistas. El cordón de dunas permanente la ha protegido del desarrollo urbanístico salvaje de los años 60 y 70 del pasado siglo, ese que robó terreno al arenal, con paseos marítimos cada vez más próximos al agua, torres gigantescas de apartamentos en primerísima línea y chalets convertidos ahora casi en rompeolas.
La localidad sigue siendo una gran desconocida en la costa levantina. Aquí no es necesario madrugar en verano para plantar la sombrilla y la toalla. Es cierto que sus casi 6.000 habitantes reciben unos 10.000 turistas en los meses de julio y agosto, pero quedan muy lejos del millón que acoge por esas fechas las vecinas Gandía o Cullera, destinos top del turismo de arena y sol, rebautizadas por algunos como playas de los madrileños, por la cantidad de turistas capitalinos que desembarcan cada estío.
Xeraco cuenta con una playa, de arena fina, de 3 kilómetros de longitud y 100 metros de anchura. Desde finales de los años ochenta ondea la bandera azul, lo que certifica la calidad de su arenal y aguas. Es frecuente ver muchas familias, con niños construyendo castillos de arena en la orilla o adolescentes jugando a las palas. También son numerosos los que aprovechan las horas de menor calor para caminar cómodamente, bien hacia la vecina Tavernes de la Valldigna (norte) o la concurrida playa del Grao de Gandía (7 kilómetros), atravesando una famosa playa naturista. En la actualidad, hay cinco chiringuitos, con nombres tan caribeños como Arena, Malibú, Boreal, Aloha o Bambú. Raciones de tellinas, sardinas, ensaladas de tomate y cebolla suelen ser los entrantes ideales para acompañar paellas y arroces de marisco negro o fideúa. Aunque no cuenta con paseo marítimo, en las calles próximas a la playa también hay varios restaurantes, así como cafeterías donde saborear una leche merengada, unas castañas heladas o una refresacante horchata con fartons recién hechos.
Las dunas dan cobijo a 35 especies diferentes de plantas, desde la campaneta de les dunes -flores rosadas con valores medicinales-, pasando por el cardo marino -afrodisiaco y comestible-, hasta la azucena de mar, cuyas flores blancas pueden resultar muy atractivas, pero son tóxicas. Hay tramos que se recorreon por una pasarela de madera, aunque las dunas, al estar protegidas, no deben pisarse.
En la parte sur de la playa, en la zona conocida como La Goleta, está la desembocadura del río Vaca, que marca el límite entre Xeraco y Gandía. Justo aquí se levanta un mirador de madera para observar aves, sobre todo el chorlitejo patinegro, pájaro autóctono del Levante, que suele anidar en las riberas del río entre los meses de abril y mayo. En otoño e invierno es frecuente ver sobrevolando la playa a los cormoranes, pardelas y alcatraces y en verano hacen acto de presencia las gaviotas.
Siguiendo la senda del cauce del Vaca, entre juncos, cañaverales, espadañas y carrizos, nos encontraremos seguramente con algún pescador, sentando en su silla de playa bajo la protección de una colorida sombrilla, esperando a ver si pica alguna anguila, llisa (mújol) o tenca. La senda fluvial se extiende unos 10 kilómetros, dirección noroeste, y se puede recorrer a pie o en bicicleta hasta alcanzar la Torre Guaita.
Esta edificación circular, del siglo XVI, está situada en la margen derecha del río, y en su época servía para vigilar la costa y avisar de la llegada de piratas berberiscos. Sus 7 metros de altura, con una puerta y una ventana, fueron restaurados en los años 80 del siglo pasado. No se puede acceder a ella, pero es un buen lugar para que algún parroquiano nos cuente la leyenda de la serpiente de La Venta.
Aquí arranca la zona del marjal de Xeraco. Antiguamente esta era zona de arrozales, pero las epidemias de paludismo prohibieron su cultivo y se apostó por las huertas de hortalizas y frutales, sobre todo los naranjos. Con precaución para evitar accidentes con camiones y coches, se puede recorrer los caminos que van marcando las acequias a través del carril-bici señalizado, que nos lleva casi hasta el centro del pueblo. Hacemos un alto en la laguna para contemplar el skyline perfildo frente al macizo del Mondúver, donde destaca la parroquia de la Encarnación, con sus dos campanarios -uno de 1700 y otro de 1921- y en la que sigue tañendo la María, la campana más antigua de la Safor (1450). En el humedal podremos observar algunas polla d’aigua, patos de cuello verde, águilas pescadoras o las garzas reales (bernat pescaire), apostadas sobre algún árbol seco cerca de la carretera, secándose sus alas abiertas.
El pueblo de Xeraco se encuentra a unos 3 kilómetros de distancia de la playa. Lo cruza la N-332, pasa muy cerca la AP-7 y cuenta con parada de Cercanías desde Valencia (línea C-1). Este es un buen punto de partida para emprender otro de los atractivos turísticos que tiene esta localidad de la Safor: las rutas senderistas. Alberto Martí, guía del club de montañismo de Xeraco y técnico deportivo de barrancos, nos hace una primera advertencia: “En verano hay que respetar mucho la montaña. El viento seco y muy cálido del Poniente nos puede pegar un buen susto en estas fechas”. Por eso su recomendación es que se emprendan las marchas a primerísima hora de la mañana o los días en los que el cielo esté nublado y las temperaturas sean suaves.
“Aquí solemos recibir muchos excursionistas de montaña durante la primavera y el otoño, procedentes de Valencia fundamentalmente”, asegura Martí, que ejerce de cicerón esta jornada. El Mondúver (831 metros de altitud) es el pico central del macizo, vigilante de la costa, aunque más cerca de Xeraco identificamos La Barcella o el Vall de les Fonts. Por este entorno hay unos 300 kilómetros de sendas, que se exitenden entre Gandía y Tavernes de la Valldigna. La más larga, que comunica el pueblo con la cima, es de 13,1 kilómetros y cuenta con un desnivel de 877 metros; está la Senda Llarga, que comunica con la Taula (7,1 kms), circular “y con vistas panorámicas increíbles”; o la más cómoda e ideal para una mañana fresquita y familiar, la Senda Blanca, que es por la que apostamos hoy.
La Senda Blanca (PR-CV 183) arranca en una zona recreativa -con merenderos, aseos y zona de aparcamiento- que lleva el nombre de la Font de l’Ull. “Era una antigua senda de agricultores de secano hace muchos años, cuando las faldas del macizo estaban plagadas de almendros y algarrobos”, recuerda Martí. El camino discurre paralelo al Barranco de Ruta, donde se distinguen los distintos árboles y plantas que configuran el bosque mediterráneo: pinos, madroños –“aquí está la mayor concentración de esta especie en toda la Safor”-, hiedra, palmitos, arbustos de tomillo, zarzaparrillas, adelfas, siemprevivas y durillos, que van tiñendo de color los diferentes tramos.
“En primavera el camino se llena de esparragueras, que brotan por todos lados; y es muy fácil encontrarse con las flores blancas de la murta (mirto), que ahora está protegida como especie pero que hace no muchos años recogíamos los chavales del pueblo para ambientar las calles durante las fiestas patronales del verano para eliminar el olor de la pólvora de las mascletàs, correfocs y cordadas", apunta nuestro guía. Más difícil de ver, sobre todo si se acude en grupo, son los jabalíes, zorros y tejones que habitan esta zona de la montaña.
La Senda Blanca debe su nombre a una antigua forma de canalizar el agua desde la Font de l’Ull hasta la cisterna ubicada en el centro del pueblo. El canal estaba hecho con tejas del siglo XVII volteadas y en verano se aprovechaba para pintarlas con cal viva, que desinfectaba, “por lo que desde cualquier rincón de la montaña se veía el rastro de la senda blanca”. Dejó de usarse desde el año 1860, tras una epidemia de cólera por la contaminación de las aguas, y se sustituyó por una canalización de tuberías. Hoy en día los restos son escasos y están muy deteriorados, aunque en algunos tramos se ha colocado una protección de rejilla para evitar que los senderistas, y sobre todo las mountain bike, sigan dañando estas tejas.
Si el día acompaña, y hay tiempo, Alberto Martí recomienda hacer un pequeño desvío en la Senda Blanca, a media altura de trayecto, para visitar la Cova Tortuga o la Mina, “donde se cree que se extraía plata hace muchos siglos”. Las vistas al Mediterráneo, los días despejados, son fabulosas y harán las delicias en nuestro Instagram. También hay un par de rutas de barranquismo por la zona, tanto para principiantes (Barranco de Murta) como para profesionales (Barranco Fondo o dels Morts, nivel 3 y con una altura de rápel de 25 metros).
Y como bien dice Martí, “hacer senderismo en Valencia lleva implícito el esmorzaret. Según la longitud de la caminata, se disfruta a medio trayecto o en el pueblo, al finalizar la senda”. Se trata de un señor almuerzo -entre las 9 y 10 de la mañana- que en esta zona suele consistir en unas coques de Dacsa -tortillas de harina de arroz rellenas de huevo duro, atún y anchoas-. “Nuestra recomendación son las que hacen en el ‘Bar Avenida’, más conocido como ‘El Bombo’, un pequeño local en el que se reúnen parroquianos y llauradors y donde también sirven capellanets a la brasa, ensalada de tomate del Perelló y cebolla con encurtidos, un platillo de cacaus (cacahuetes) y, para rematar, un cremaet (café carajillo)”, aunque la temperatura supere los 35 grados.