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“Cuando el resto de la naturaleza está dormida, aquí se llena de fruto”. El invierno está a la vuelta de la esquina y Cristina Martínez comienza una de las primeras visitas guiadas de las muchas que dirigirá esta temporada por el acebal de Garagüeta. El grupo escucha, asiente y mira alrededor: las drupas de un rojo brillante se cuentan a millares, en contraste con el verde oscuro de las hojas pinchudas y, en segundo plano, brillan blancas las cumbres de Sierra Cebollera. Tras echar un vistazo al paisaje navideño, el visitante quizá piense que nunca había visto tanto acebo junto. Probablemente esté en lo cierto.
Estamos en el acebal más extenso de toda Europa o, con más rigor, en una dehesa de 406 hectáreas de las que 108 es mancha pura de acebo. “Se suele encontrar en sotobosque de roble, lo que es singular es encontrar que lo que mande sea el acebo”, explica Martínez, que además de experta en la materia es natural de uno de los tres pueblos que comparten ayuntamiento y acebal. Arévalo, Torrearévalo y Ventosa juntan unos 70 empadronados y la explotación del acebo es un recurso importante para el municipio: este recorrido interpretado por la reserva natural es un ejemplo.
Escaramujos y rosales silvestres escoltan el camino por el que hay que conducir desde el pueblo para llegar al punto de partida. Una vez arriba, es obligatorio mirar alrededor y fijarse bien: la Sierra del Moncayo por un lado y Urbión y Cebollera por el otro enmarcan un paisaje único, con el monte comunal de Arévalo y Torrearévalo en primer plano. El pueblo de Almarza, la ermita de los Santos Nuevos o el castro celtíbero de Gallinero son algunos de los puntos que se señalan desde el mirador del acebal. A la derecha, la masa de acebos que “van hacia arriba de manera natural”, tal y como señala Cristina de camino a los primeros arbustos, aquí árboles de más de 10 metros de altura.
Antes de sumergirse en la zona más frondosa, Cristina se detiene frente a uno de los ejemplares más majestuosos. Explica cómo, por la parte de arriba las hojas pierden pincho, “porque se desarrolla como defensa para los animales, ahí no hace falta y al árbol le cuesta mucho esfuerzo”. Cuenta que las ‘bolitas’ contienen cuatro semillas y son tóxicas para los humanos, pero no para las bandadas de pajarillos, sobre todo zorzales, que llegan cada año a por el fruto. Muestra la corona de hojas en la base del árbol, también defensiva, que parece podada adrede y cómo las hojas se le van quedándose amarillas cuando genera tanto fruto.
Precisamente ese fruto “era el único alimento de los animales de la zona” y da lugar a un ecosistema único: además del zorzal, que dispersa las semillas con sus excrementos, en Garagüeta se pueden encontrar “cernícalos, águilas, milanos, zorros, corzos, jabalíes” y sobre todo vacas y caballos que, como explican también durante las visitas infantiles, eran “los jardineros del acebal”.
A este aprovechamiento ganadero se le sumaba la extracción de leña y los usos medicinales, pero en las últimas décadas es el ornamental el que gana más peso. Aquí es donde entra en juego El Acebarillo, la empresa que fundó Cristina Martínez en 2002 junto a otros vecinos del pueblo para explotar el acebal de manera sostenible y desde el propio pueblo.
“Somos un taller artesano, hacemos artesanías ornamentales navideñas y las complementamos con muérdago, flores, secas, piñas… También vendemos plantas enraizadas”, explica Cristina Martínez tras más de 20 años desde que empezaron a transformar las podas controladas en adornos.
'El Acebarilllo’ también se dedica a la educación ambiental desde Garagüeta y a la gestión de una casa rural en Torrearévalo, pero es en lo ornamental donde más esfuerzo se deposita. “Hacemos centros, coronas, guirnaldas…Y también seleccionamos y mandamos ramas para floristerías”, explica Cristina Martínez sobre un negocio que ya manda acebo a muchos sitios fuera de Soria. “A todos lados menos a Canarias, que está prohibido”, matiza, por la existencia de otra especie de acebo endémico.
Comentando la importancia del acebal para los pueblos de la zona -“Está aquí desde hace miles de años, si no existiera el acebal, no existirían estos pueblos”-, la condición del acebo como especie protegida y la frecuencia de su poda -cada cuatro o cinco años-, Cristina acaba guiando al grupo hasta una especie de cueva vegetal, con una cierta atmósfera mágica. “En otros sitios los llaman jaulas; aquí, sestiles, de siesta”, explica con el cielo ya totalmente cubierto por “abuelos acebo” y otros árboles.
Sin salir en esta cuadra natural, donde es frecuente salir por un lugar distinto al que entraste y la luz se filtra entre las ramas verdosas, Cristina Martínez, continúa: “Parece que la tradición de colocar acebo en estas fechas viene de Estados Unidos pero no, ya los pelendones -tribu celtíbera de la zona- lo consideraban mágico y lo usaban para celebrar el solsticio de invierno”.
Una vez fuera del sestil, se vuelve a desplegar ante la mirada del grupo el amplio Valle del Tera, con la ciudad de Soria escondida bajo la niebla. De camino al canchal de origen glacial en cuyo centro crece (lentamente) un solo ejemplar de acebo, el que llega puede que se tope con una escena que explica a la perfección a qué se refieren en el acebal de Garagüeta cuando hablan de poda artesanal. Escaleras de aluminio, trabajo en altura y cuadrillas en el suelo montando las gavillas se observan entre los árboles mientras los visitantes alcanzan la choza de los pastores y comienzan a desandar el camino.
Antes o después del invernal paseo, es buena idea detenerse en la Casa del Parque y, por ejemplo, tomarse algo en el bar. Como explican los vecinos, “el bar de la casa del parque es el bar del pueblo”, así que en estas fechas conviven excursionistas con población autóctona.
Quienes vienen de fuera pueden aprovechar para recorrer el edificio bioclimático que aúna, además de la sala de divulgación en torno al acebal y el Rincón de la Memoria -con mobiliario de escuela antiguo y proyecciones sobre la vida en la zona-, una exposición que se adentra en la figura del filósofo Julián Sáenz del Río, natural de Torrearévalo y maestro de personalidades como Giner de los Ríos o Leopoldo Alas Clarín.
Antes de volver a casa, algunos se detienen frente al libro de visitas colocado en la puerta de la Casa del Parque. "¡Todo muy bien explicado, sí señor!", "Un entorno a proteger, gracias por la acogida", "Enhorabuena por la iniciativa, suerte y gracias", figuran entre las firmas. Los visitantes leen y comprenden el entusiasmo: es la suerte de haber conocido el esplendor de un invierno en Garagüeta.
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