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¿Un cenote en plena provincia de Teruel? ¿Descabellado? ¿Exagerado? Quizás no tanto. Al fin y al cabo los famosos cenotes del Yucatán mexicano no dejan de ser dolinas de origen kárstico tragadas por el terreno. O lo que es lo mismo, hoyos en el suelo que es la traducción más directa de la palabra maya cenote. Y eso precisamente, una dolina kárstica, es la Sima de San Pedro creada por la naturaleza hace millones de años en Oliete. Vaya, ¡un agujero en el suelo!
Eso sí, un agujero gigantesco. Alcanza un diámetro de casi 100 metros y su profundidad se hunde más o menos lo mismo. Y ahí abajo, surge un lago de agua dulce que se sumerge hasta 22 metros por debajo de la superficie. ¿De dónde mana esa agua? Del vecino río Martín, cuyo cauce está a medio kilómetro de distancia pero a una altitud algo superior. De manera que se filtra parte de su caudal al fondo de la sima.
¡Un conjunto geológico tan excepcional como desconocido! Pese a lo sencillo de su visita. Basta tomar la carretera A-1401 entre los núcleos de Oliete y Ariño para desviarse por un cómodo camino que acerca a los turismos casi hasta los bordes del precipicio. No obstante, hay otra forma de descubrirla. Se trata de calzarse las botas para hacer un tramo del sendero GR-262, que igualmente une Oliete y Ariño. No hay cuestas acusadas, está bien señalizado y en cosa de hora y media se llega. Y como añadido, se visita el Cabezo de San Pedro, donde se goza de las vistas del río Martín y de la sombra de la torre ibera más antigua que se conserva.
El sendero comienza en el casco urbano de Oliete, en la orilla derecha del Martín, donde se aparca sin problema. A partir de ahí una pasarela sobrevuela el cauce para iniciar el camino. Si bien durante esta primera parte del itinerario en ningún momento se aleja demasiado del Martín, el cual es mucho más que un afluente del Ebro. Es el río que da nombre a un territorio muy singular: el Parque Cultural del Río Martín.
Pronto se celebrará el 30 aniversario de su fundación y desde sus inicios ha encabezado el proyecto Pepe Royo, director del Parque Cultural del Río Martín. Él conoce palmo a palmo este territorio. Especialmente las sendas que llegan hasta las cuevas y abrigos rupestres que cobijan en sus paredes valiosas pinturas prehistóricas. Muchas catalogadas como Patrimonio de la Humanidad. De hecho fue el arte rupestre de los barrancos que rodean al Martín lo que dio pie a la formación del Parque Cultural.
“Una figura para proteger y divulgar el patrimonio de la que fuimos pioneros en Aragón”, recalca Royo. “Pero hoy no vais a ver pinturas rupestres, os asomaréis a un lugar mucho más antiguo ya que la Sima de San Pedro se formó en el Jurásico, en tiempos de dinosaurios, de los que por cierto también tenemos muchos restos repartidos por el Parque”.
La caminata tras cruzar el río se acerca a las últimas casas del pueblo en su margen izquierda, casas en la que no faltan los huertos para aprovechar la cercana presencia del río. Pero esas construcciones cada vez se espacian más, hasta que desaparecen y el espacio llano lo ocupa algún que otro campo de labor, y sobre todo una extensa chopera cuya sombra se agradece mucho cuando el calor aprieta.
La plantación de chopos se prolonga en paralelo al río. Pero de pronto la senda gira a la izquierda y el terreno sube un poquito. A poca distancia se distinguen las oliveras. Aquí hay olivos antiquísimos y se aprecian viejos bancales elevados con muros de piedra seca. El olivo, y por lo tanto el aceite de oliva, en Oliete siempre han sido vitales para la economía local. Y también lo quieren ser ahora. De hecho está en marcha la experiencia Apadrinaunolivo.org que quiere luchar contra la despoblación en este Teruel prototípico de la España vaciada.
Por fortuna, hay gente que se resiste a dejar su tierra y trata de mantener vivas unas poblaciones básicamente agrícolas y ganaderas. Algo que se comprueba en el tramo más abierto del sendero. Cuando el terreno está algo distante y alto respecto al cauce del río. En verano esta parte de la caminata, sin sombra alguna, se puede hacer dura. Pero la recompensa es que ya se ve el desvío a la Sima de San Pedro.
La recomendación más encarecida de Pepe Royo es que respetemos el paraje y las normas de seguridad implantadas. Es una temeridad asomarse al vacío de la sima. Hay que recordar que la caída es de unos 100 metros. De manera que no es muy inteligente arriesgarse a un fatídico tropezón o un simple resbalón en el terreno pedregoso.
La sima se circunda por completo. Así es como se alucina con su tamaño. Es un enclave único en el continente por sus dimensiones. Sin olvidar su valor ecológico. En su interior se estima que viven hasta 25 especies de aves, reptiles, mamíferos o anfibios. Por ejemplo, en el lago subterráneo nada la culebra viperina o se encuentra el sapo partero. Y que se desarrollen algas en esas aguas favorece la presencia de moluscos y también de roedores.
Además las paredes son el refugio perfecto para las aves. Los vencejos, las grajillas o los estorninos se resguardan aquí de los depredadores. Y por el día descansan en la oscuridad numerosos murciélagos. Hasta siete tipos diferentes. Hay murciélago rabudo, ratonero, hortelano, orejudo, montañero, borde y también el murciélago común.
De hecho la presencia de aves y de estos mamíferos voladores supuso que la Sima de San Pedro tuviera antaño un uso comercial. En 1880 se convirtió en una colosal despensa de guano para usarlo como abono orgánico. Una empresa francesa comenzó a extraer los excrementos gracias a una polea por la que descendían los obreros y subían sacos rebosantes de heces. Pero aquello no duró demasiado. Y tan solo ha llegado hasta nuestros días la documentación que confirma su existencia, así como el torno que activaba el sistema de poleas.
Muy cerca de ese torno actualmente hay una plataforma. La cual no es un mirador para los turistas. El director del Parque Cultural del Río Martín remacha que no es para asomarse. Es una plataforma que solo se puede usar con los pertinentes permisos para expediciones espeleológicas que descienden hasta las entrañas de la sima mediante un larguísimo rapel.
Después de, literalmente, dar una vuelta a la sima, se vuelve a descender al GR-262 y se gira a la izquierda. Pero muy pronto aparece otro nuevo desvío. Lleva a los restos arqueológicos del Cabezo de San Pedro. Un poblado íbero fortificado en el que las excavaciones más recientes y las últimas investigaciones confirman que tiene una antigüedad de unos 25 siglos. Es decir, que hay partes del mismo que se datan en el siglo V antes de Cristo.
Pronto se comprende porque se asentó aquí una fortificación. Las vistas del río y los barrancos próximos son inmejorables. Incluso el actual pueblo de Oliete se avista a lo lejos. Así como el paraje de El Palomar, donde también hay otro yacimiento íbero. Pero en este caso sería una aldea agricultora vecina al río. Mientras que el Cabezo de San Pedro era un puesto militar. Un fortín que cuenta con doble muralla, un foso y torres. Entre ellas una que supera los 13 metros de altura. Ninguna torre de esa época y de tal porte ha llegado hasta nuestros días.
“Hoy en día queda claro que son restos íberos, pero no siempre fue así” cuenta Pepe Royo. “En la Edad Media esta zona cayó en manos de los monjes mercedarios del santuario de Nuestra Señora del Olivar situado en Estercuel, muy cerca de aquí y como Oliete perteneciente a la Comarca Andorra-Sierra de Arcos. El caso es que estos monjes fundaron un capilla bajo la advocación de San Pedro y bautizaron al poblado, desde hacía siglos abandonado, como San Pedro de los Griegos, ya que algún monje viajado vio un parecido entre la torre y fortines similares que había visto por el Peloponeso”.
Al salir del yacimiento y retornar al camino. Hay dos opciones. Continuar por la izquierda hacia Ariño. Lo cual no sería mala idea. Así se visita un pueblo que vivió de sus minas hasta hace no mucho y que ahora es uno de los grandes emblemas del Parque Cultural del Río Martín. Ariño albergar su sede y también el Centro de Interpretación del Arte Rupestre. “Un sitio que tenéis que visitar otro día”, nos recomienda Pepe.
No lo descartamos en absoluto, pero nosotros vamos a girar a la derecha y deshacer el camino hasta Oliete. ¿Por qué? Porque ahí está el coche aparcado y además porque la chopera vista al inicio del sendero puede ser un sitio fabuloso para echar el bocadillo. Además Oliete tiene sus propios atractivos para dar una vuelta por su núcleo urbano.
Para entrar al mismo, lo ideal es atravesar cualquiera de sus portales históricos, protegidos como no puede ser otro modo por las respectivas capillas de Santa Bárbara, la Virgen del Pilar y los Santos Mártires. Entrando por cualquier de los dos primeros hay que buscar la calle Mayor, que conduce sin pérdida alguna al elegante caserón renacentista de la Donjuana y a la iglesia de la Asunción con su campanario de inspiración mudéjar.
Además en Oliete está el Centro de Interpretación de la Cultura Ibérica, donde Pepe Royo se explaya describiendo los hallazgos en forma de armas, cerámicas o útiles metálicos que han proporcionado los yacimientos cercanos. Unos tesoros que se paladean más cuando alguien los muestra con tanto saber y entusiasmo. Una pasión que se manifiesta hasta el final de la visita, porque antes de despedirnos Pepe nos dice, “como os gusta el senderismo, otro día venid al Frontón de la Tía Chula, aquí en Oliete. Es algo extraordinario: un santuario solar de época prehistórica”. ¡Habrá que ir!