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En esta selección no están todos los que son, pero sí están los que, de alguna manera, son imprescindibles para descubrir un territorio milenario, con yacimientos arqueológicos y restos prehistóricos -hasta el pinsapo es un abeto prehistórico que solo reside en esta zona del mundo-, un patrimonio monumental de gran interés, casas bajo rocas, un lago con más de 30.000 años, una Garganta Verde y hasta una playita de aguas heladas en pleno parque natural.
Pueblo blanco a los pies de la Sierra de Líjar que, a pesar de ser muy conocido por su oferta para volar en parapente y surcar los cielos de la sierra gaditana hasta arriba de adrenalina, guarda en su término municipal numerosos encantos para el visitante. El núcleo urbano de Algodonales, repleto de naranjos y doce fuentes, es de por sí una experiencia, ya que sus famosas acequias llevan el agua a las huertas tradicionales del pueblo mediante canalizaciones, por lo que es normal ir paseando por sus callejuelas y escuchar el sonido del agua corriendo por ellas.
Pero si su casco urbano alberga ermitas y elementos patrimoniales como la iglesia de Santa Ana (barroco tardío con elementos del neoclásico), el resto del municipio cuenta con 45 kilómetros de senderos -preñados de verde junto al murmullo del río Guadalete- y los yacimientos prehistóricos de cueva Santa, Chamusquina, Castillejo y el Cerro de la Botinera. El silencio solo lo interrumpen el agua, los pájaros y, eso sí, algún que otro paramotor que surca el cielo. El pueblo cuenta con área de autocaravanas y en su núcleo central tiene una avenida, la de la Constitución, repleta de buena oferta gastronómica.
La puerta de entrada a la Sierra de Cádiz y a su archiconocida ruta de los pueblos blancos es un chorreón de cal en lo alto de una peña cortada con un tajo a 150 metros de altura del río Guadalete. La villa de los poetas -en ella nacieron grandes como Julio Mariscal o Antonio y Carlos Murciano, pero además fue un imán para muchos intelectuales en distintos momentos del siglo pasado-, romana, musulmana y reconquistada por los cristianos en 1253, Arcos de la Frontera ofrece una de las mejores vistas panorámicas de la provincia de Cádiz.
Callejuelas laberínticas, altozanos estrujados entre miradores y monumentos históricos, su patrimonio es rico y variado. Junto al Parador de Arcos, ideal para pernoctar, comer en su afamado restaurante o tomar un café para experimentar sus increíbles vistas, se encuentra el balcón de la plaza del Cabildo, parada obligada para la foto de rigor y descubrir cómo llaman -y por qué- los lugareños a esta terraza de impresionantes vistas.
Con presencia humana desde la Edad del Bronce, uno de los grandes tesoros patrimoniales del pueblo es la Basílica Menor de Santa María de la Asunción, declarada Monumento Nacional en 1931, de origen mudéjar y datada entre los siglos XIV y XV. La zona del antiguo mercado de abastos es muy turística y hay mucha oferta de restauración con algunos de los platos y tapas más típicas de Arcos: la alboronía, los potajes de acelgas y el ajo molinero.
Junto a un lago con más de 30.000 años, este pueblo blanco gaditano está declarado Conjunto Histórico. Con mucho legado y mucha historia -con capítulos especiales en la Guerra de la Independencia-, el yacimiento de Carissa Aurelia, a escasos kilómetros del núcleo urbano, revela el salto de la cultura íbera a la romana en esta tierra fértil junto al lago y pantano homónimos. Entre numerosas casas señoriales y edificios civiles icónicos, la joya de la corona es el Palacio de los Ribera, el eje vertebrador del pueblo recientemente rehabilitado.
Aparte de la belleza arquitectónica del inmueble, asentado en una construcción árabe -incluye su Torre del Homenaje- el conjunto se completa con unos embriagadores jardines renacentistas, declarados de Interés Cultural e inspirados en el Belvedere de Bramante, en el Vaticano, que fueron diseñados por el jardinero italiano Salvador Sepadano. Tras el atracón cultural, en Bornos hay buenas paradas técnicas junto a la ribera del lago, como el chiringuito de interior ‘El Embarcadero’, o algún que otro asador o venta en los que probar el jabalí en salsa como una de las especialidades de la zona.
Enclavada en un valle entre las sierras de Cádiz y Málaga, su serpenteante carretera de acceso, donde queda claro que estamos en un pueblo en el que el cultivo del espárrago forma parte de su identidad, da paso a una villa fundada en el siglo XV por los musulmanes del pueblo vecino de Setenil de las Bodegas. Entre las muchas curiosidades de Alcalá del Valle destacan, siempre con el decorado de sus muros encalados y los intensos geranios, los dólmenes del Tomillo -un yacimiento megalítico que incluye enterramientos del Período Calcolítico, anterior al 2000 a. C., en el comienzo de la Edad de los Metales- y un menhir único en la provincia gaditana.
Después de hacer algunas fotos en el ya famoso banco-mirador #tequiero, con preciosas vistas del paraje natural en el que está enclavado el pueblo, hay un rico patrimonio monumental que visitar, como su barroca iglesia de Santa María del Valle o esa especie de palacio que llaman Cortijo de la Cacería (siglo XVI). Por descontado, casi cualquier apuesta que se haga en sus tabernas y restaurantes por la gastronomía local saldrá victoriosa. Aquí sabe especial cualquier plato con espárragos o alcachofas en casi cualquier sitio, aunque una parada imprescindible es el ‘Mesón Sabor Andaluz’ (Recomendado por Guía Repsol). Su cocinero, Pedro Aguilera, ha sido distinguido como chef revelación en Madrid Fusión 2022.
Ideal destino de turismo activo, su gran atracción -pero no la única- es el sendero del río Majaceite, que se prolonga junto al cauce hasta la cercana Benamahoma, una pedanía de Grazalema. En plena Sierra de Albarracín, cercado por verdes valles regados por manantiales de aguas medicinales, El Bosque cuenta con el centro de visitantes del Parque Natural de la Sierra de Grazalema -donde concertar visitas o pedir autorizaciones para ciertos senderos-; con el jardín botánico El Castillejo, ideal para acercarse al pinsapo, este amenazado abeto prehistórico que puebla las sierras de Málaga y Cádiz, y con la fábrica de ‘El Bosqueño’, donde se elaboran algunos de los mejores quesos del mundo -como así lo atestiguan la infinidad de galardones que acumulan-.
En una tierra donde también es habitual la práctica del parapente y el ala delta, el pueblo es muy conocido por su singular plaza de toros y por una rica gastronomía en la que en los entrantes siempre manda -¿cómo no?-, el queso, pero también las sabrosas chacinas serranas como el famoso chorizo de El Bosque. En la zona hay lugares para disfrutar de estancias de ensueño, como el cortijo ‘El Vihuelo’, una casa de campo de categoría superior.
Considerado oficialmente como uno de los pueblos más bonitos de España, la bella Grazalema está en el corazón del parque natural del mismo nombre, el primero que se declaró en España y reconocido como reserva de la biosfera por la Unesco. Aparte de su especial microclima -cuenta con el récord de ser el punto de la península donde más llueve del año-, la localidad serrana es pintoresca casi desde que llegas y, especialmente, cuando vas adentrándote por sus calles. Y no es solo única por el pinsapo, que tiene aquí uno de sus últimos hogares en los que habitar en el planeta.
En su casco urbano, declarado Conjunto Histórico, destacan diferentes iglesias -como la de estilo barroco de Nuestra Señora de la Aurora-, pero también una calzada medieval y un lavadero público con 16 pilas, que es uno de los rincones más sorprendentes de un pueblo en el que hay huellas de asentamientos prehistóricos, como el dolmen de la Giganta. El origen de Grazalema coincide con la ciudad romana de Lacílbula. Con los siglos, la villa gaditana, con apenas 2.000 habitantes empadronados, se convirtió en destino ideal para los amantes del senderismo, el barranquismo y los instagramers de fondos de salvapantallas de naturaleza indómita. Pero también para quienes buscan relajación, respirar aire puro y las mejores mantas grazalemeñas, una tradición textil que tiene hasta museo en el pueblo.
Relativamente cerca está el conocido Salto del Cabrero, una de las formaciones rocosas más singulares de la serranía gaditana. Tras la caminata, una parada esencial es el restaurante ‘Cádiz El Chico’, la cocina que conquista, por ejemplo, a Antonio Banderas cada vez que cruza hasta Grazalema para tomar oxígeno. Buenos quesos, buen aceite y muy buena pastelería tradicional en muchas tiendecitas que venden los tesoros agroalimentarios de este rincón de la serranía.
Olivar de montaña hasta la subida a un risco coronado por un castillo almohade. De raíces árabes, una de las joyas de la ruta de los pueblos blancos de la Sierra de Cádiz obtuvo el título de ciudad de manos de Alfonso XII en 1877. La villa ha sido elegida el pasado año como Capital Española del Turismo Rural. En la reserva natural del Peñón de Zaframagón, en el municipio olvereño, se encuentra una de las mayores colonias de buitres leonados de Europa, un edén natural que puede disfrutarse si nos adentramos por la Vía Verde de la Sierra. Pero aparte de naturaleza en estado puro, Olvera es mucho más. No en vano, es otro de los pueblos más bonitos de España, según el listado oficial de la organización que selecciona estos destinos de ensueño.
En su núcleo urbano de cuento, repleto de callejas blanqueadas y empinadas y empedradas cuestas, la villa conserva lienzos de muralla entre los que se abren paso la iglesia arciprestal de Nuestra Señora de la Encarnación y su famoso castillo -fortaleza musulmana del siglo XII- que aún conserva muros, torreones y la Torre del Homenaje. Entre su rico patrimonio y sus inmejorables paisajes, la localidad ofrece una gran variedad de propuestas para tapear o sentarse a degustar los grandes manjares de la gastronomía serrana. Como visita obligada, su cementerio, considerado como uno de los más bonitos de España, y la cooperativa de ‘Los Remedios’, que produce uno de los mejores aceites de oliva extra virgen de Andalucía.
Estamos en uno de los pueblos más fascinantes de la comunidad andaluza y, según el censo oficial, uno de los más bonitos de España. Una parada esencial en la provincia de Cádiz que sorprende a propios y extraños. En el cañón junto al río Guadalporcún, la localidad tiene parte de sus viviendas bajo las rocas, revelándose calles tan pintorescas como las de Cuevas de la Sombra y Cuevas del Sol. De origen medieval, bajo influencia almohade, Setenil de las Bodegas está dominada por un castillo (siglos XIV y XV) que conserva la Torre del Homenaje y un aljibe.
Historia, leyendas, patrimonio monumental, miradores, actividades en la naturaleza, gastronomía y alojamientos singulares conforman la atractiva oferta de uno de los destinos más concurridos de la llamada ruta de los pueblos blancos de Cádiz. Un Setenil cuyo apellido alude a la tradición vitivinícola que, por si fuera poco, también atesora el pueblo.
Aparte de sus rutas senderistas -en una de ellas se rodó parte de la mítica serie Curro Jiménez- y de sus concurridas fiestas de moros y cristianos, uno de los grandes tesoros que el municipio guarda está en la Casa de la Damita, donde no solo hay una colección museográfica que recorre la historia de la localidad a través de distintos elementos arqueológicos hallados durante diversas excavaciones, sino que también puede contemplarse la llamada Damita de Setenil: una venus con 5.000 años de antigüedad, símbolo figurativo que acredita la vida en las cuevas desde la Prehistoria. En Setenil la gastronomía está al nivel de su magia. Las ollas serranas se unen, de un tiempo a esta parte, a la innovación en las cartas. ‘Sol y Sombra’ es una gastrocueva que conviene no perderse.
El pueblo menos poblado de la provincia de Cádiz -apenas 440 habitantes empadronados- es uno de los más singulares, el que se encuentra en el punto más alto del territorio gaditano -858 metros sobre el nivel del mar- y una parada imprescindible en esta ruta de los pueblos blancos. A los pies de un impresionante macizo rocoso, en el Parque Natural de Grazalema, habitada desde el Paleolítico Inferior, Villaluenga del Rosario tiene riqueza natural -cerca está la sima homónima, con 200 metros de profundidad, y una delicia para los espeleólogos más avezados-; patrimonial -esencial visitar su plaza de toros, la más antigua de Cádiz (siglo XVIII), y su cementerio-, y agroalimentaria, ya que es una de las grandes cunas andaluzas del queso artesano.
El queso de leche de cabra payoya es un referente que ha propiciado que Villaluenga forme parte de la Ruta Europea del Queso y que celebre cada año la que, probablemente, sea la feria quesera más relevante de Andalucía. Tras una buena excursión senderista por los cercanos Llanos del Republicano, o después de patearse la calzada romana del pueblo, una buena opción es repostar energía en el ‘Mesón Taurino’ o en el restaurante ‘Los Llanos’.
Cuando dicen que Zahara de la Sierra lo tiene todo, es que es cierto que lo tiene todo. A 500 metros sobre el nivel del mar, tiene naturaleza salvaje a su alrededor -con la cercana Garganta Verde como imán para los amantes del barranquismo-, un patrimonio monumental presidido por su fortaleza medieval -acaba de inaugurar una apasionante visita temática-, y hasta una playita en verano, gracias a las gélidas aguas del paraje natural de Arroyomolinos. De origen musulmán, las faldas de la sierra del Jaral acogen una de las villas más impresionantes de la ruta de los pueblos blancos de Cádiz.
Desde la infinity pool del hotel rural ‘Los Tadeos’ se puede contemplar el enclave privilegiado en pleno corazón del Parque Natural de Grazalema, mientras que desde el mirador de la plaza del Rey, aún más famoso desde un tiempo a esta parte por el rodaje de Feria, serie de Netflix, las vistas mezclan el vértigo de la altura con la belleza de un paisaje cautivador.
Desde la Torre del Reloj hasta la Iglesia de Santa Maria de la Mesa hay numerosos bares, restaurantes y tabernas donde degustar platos típicos de la Sierra de Cádiz, pero también alguna que otra innovación gastronómica. ‘Bar Josefi’ o ‘Al Lago’ son dos de sus lugares de restauración más típicos, aunque también hay espacios para el kiosko de un italiano muy especial, ‘Da Enrico’, que importa productos 100 % transalpinos hasta lo más alto de Zahara de la Sierra para aderezar la masa de una de las mejores pizzas de la provincia.