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Dar un paseo por las calles de Trasmoz (Zaragoza) es como colarse en las páginas de una novela de brujería. Escobas en los balcones, muérdago en las ventanas, gatos negros que cruzan delante de tus pies y, lo más llamativo, placas en cada portal con el nombre de la bruja que habita cada casa. Todo nos hace pensar que estamos en un pueblo de tradición hechicera.
Así recibe al visitante esta pequeña aldea zaragozana donde apenas 40 vecinos resisten los duros inviernos bajo las faldas del Moncayo. Sin embargo, cada fin de semana llegan coches y autobuses de gentes atraídas por el halo de misterio y brujería que envuelve al municipio. El último sábado de octubre, el pueblo se ilumina con la única luz de las velas de las calabazas que colocan sus vecinos y se llena de miles de curiosos en 'La Luz de las Ánimas' –fiesta mitad religiosa, mitad pagana– en la que participa desde el más joven al más viejo del lugar.
"¿Pues qué pasa de noche en ese sitio, que tales aspavientos hacéis y con tan temerosas y oscuras palabras nos habláis de lo que allí podría acontecernos? ¿Se nos comerán acaso los lobos?", se preguntaba ya Gustavo Adolfo Bécquer en Cartas desde mi celda, que escribe desde el cercano Monasterio Cisterciense de Veruela.
El escritor romántico se inspiró en Trasmoz y en las historias de brujas que contaban en toda la comarca. Ellas fueron la excusa que le sirvió a la Iglesia para excomulgar al pueblo entero en 1255 y a maldecirlo tres siglos después.
Atraídos como Bécquer y ansiosos por conocer qué hay detrás de todo este misterio, llegamos a Trasmoz. Allí quedamos con Lola Ruiz Díaz, una de las 40 personas que viven con su familia en el municipio durante todo el año, además de la mayor experta en brujería de la zona. Mientras la esperamos, a los pies de la fortaleza del siglo XII medio derruida, nos imaginamos a Bécquer sentado, mirando el horizonte, a tan solo unos metros de donde, según cuentan, solía pasar horas y horas.
Lola nos recibe con una amplia sonrisa. Tiene el pelo entre canoso y morado, ojos verdes, viste informal y lleva un bloc de notas bajo el brazo, muy lejos de las bolas de cristal, las velas negras y las cartas del Tarot que pudiéramos imaginar. Lola es una bruja moderna. Y presume de serlo, desde que en 2008 fue elegida como la Bruja del Año por los cerca de 200 integrantes de la Asociación Cultural 'El Embrujo', que se encargan de que la leyenda siga viva.
A la pregunta de qué es lo que hay que hacer para recibir tal reconocimiento, Ruiz responde: "Obviamente, debes tener casa en Trasmoz y conocimientos de medicina herbaria. Pero, lo más importante, debes involucrarte en la historia y la promoción de todo lo relacionado con el pueblo. Ser una bruja de Trasmoz hoy es una insignia de honor".
"Toda la saga de la brujería en Trasmoz comienza aquí, en este castillo", empieza y ya no hay quien la pare cuando se le pregunta por la historia de su pueblo. "Durante el siglo XIII, sus ocupantes dedicaron su tiempo a forjar monedas falsas. Y para evitar que la gente de Trasmoz investigara todo ese raspado y martilleo, difundieron el rumor de que las brujas y los hechiceros hacían sonar cadenas y movían calderos para hervir pociones mágicas por la noche. Funcionó y Trasmoz estuvo asociado para siempre con la brujería".
Desde entonces, el castillo fue visto como un lugar tenebroso, donde las brujas se reunían para celebrar sus aquelarres, volar con sus escobas y practicar ritos perversos. Y cuando los rumores sobre el refugio de la brujería comenzaron a extenderse más allá de los límites de la aldea, el abad Andrés de Tudela, del Monasterio de Veruela, aprovechó la oportunidad para castigar a la población, solicitando al arzobispo de Tarazona, la población más cercana, excomulgar a todo el pueblo en 1255. Y así fue como este pequeño pueblo de Aragón quedó fuera del Catolicismo.
La maldición, sin embargo, tuvo lugar siglos más tarde, en abril de 1511. De nuevo, un conflicto de lo más terrenal. "El agua que llegaba al pueblo tenía que atravesar zonas que pertenecían al Monasterio de Veruela. Le desviaron el curso del agua y no llegaba al pueblo. Entonces intervino el rey Fernando II, dando la razón al señor de Trasmoz. La Iglesia nunca perdonó la derrota y, con el permiso explícito del Papa Julio II, lanzó una maldición al cantar el salmo 108 del Libro de los Salmos, la herramienta más poderosa que posee la Iglesia para pronunciar el reniego. Desde aquel momento, Trasmoz y todos sus habitantes quedarían malditos para siempre. Y que dure.
"Desde que la excomunión se ha convertido en una anécdota popular, las calles están más llenas", cuenta el alcalde. Jesús Andía, de 44 años, compagina su trabajo de bombero con el de regidor de Trasmoz. "Llevar un pueblo es como llevar tu casa, tienes que mirar el dinero, los gastos y que no falten los ingresos".
Con él recorremos la localidad por sus empinadas cuestas hasta llegar a una escultura de hierro forjado de una mujer. "Esta es La Tía Casca, la última bruja asesinada en Trasmoz, en 1860", asegura. "Una epidemia mortal había estallado y no se encontraron ni cura ni explicación. Así que culparon a La Tía Casca, ya que se pensaba que era oscura y extraña. La rodearon y la arrojaron a un pozo profundo, encima del cual estamos parados". Por un momento, se nos entrecorta el aliento.
Esta puede haber sido la última bruja asesinada en Trasmoz, pero la tradición de la brujería permanece viva en esta pequeña localidad. Cada mes de julio se celebra un popular encuentro en el que se elige a la Bruja del Año: La Feria de Brujería, Magia y Plantas Medicinales atrae cada año hasta esta pequeña localidad a miles de personas dispuestas a disfrutar de una intensa jornada de ocio. Los habitantes recrean la maldición y reproducen un mercado medieval con lociones y pociones hechas con hierbas, plantas curativas y alucinógenas que crecen en las montañas circundantes del Moncayo.
Sin esperarlo, una señora aparece de entre las cortinas de la puerta de su casa. Es Concepción Martínez, que a sus 77 años, ya es una de las mayores del lugar. "Todavía quedan La Pilar y La Carmen, que son más viejas que yo. Pero esas se fueron y viven fuera", dice. "Nos podíamos haber ido también a trabajar fuera, pero elegimos quedarnos y vivir del campo", afirma La Conce.
En el garaje donde su marido guarda el tractor nos espera una sorpresa. Cientos de calabazas amontonadas en el remolque y otras en el suelo, a cada cual más grande. "Estas son las que han traído los vecinos de los campos y el sábado las adornaremos y las repartiremos por todo el pueblo", nos explica.
"Pero la fiesta de antes no se parece en nada a la de ahora, antes no teníamos ni disfraces de bruja ni nada". Y es que Concepción fue la primera Bruja del Año de Trasmoz en 2000, cuando el pueblo relanzó la leyenda con la I Feria de la Brujería. Pero como dice, la tradición de venerar a los difuntos viene de mucho más atrás. "Recuerdo, cuando era solo una niña, dar vueltas en procesión al cementerio, las mujeres vestidas de negro, los niños de blanco. La tradición decía que había que poner una vela por cada difunto que tenías y si no lo hacías, su espíritu te perseguía hasta que se la ponías", cuenta.
Ahora los tiempos han cambiado. La gente viene disfrazada de todas las formas y colores y el carácter lúdico de Halloween ha ganado terreno a la religiosidad de los difuntos, de la que solo se conserva la procesión de las Ánimas, en la que Concepción sigue saliendo "hasta que pueda hacerlo".
En Trasmoz viven tres familias del campo. Otras dos son queseras. También está Agustín Fornos, que montó una pequeña fábrica de aceite. Un matrimonio de Zaragoza regenta la casa rural. Y luego El Emilio, el del bar. Con él quedamos a comer y casi no nos deja irnos. Con todo su amor nos prepara un plato de cuchara típico de Aragón, caldereta de cordero, acompañado de unos tomates de la huerta. Y nos hace repetir. "Que no se diga que en Trasmoz se come mal".
"Siempre he querido dedicarme a la cocina y aquí lo tengo todo para ser feliz". La fama hechicera de Trasmoz ayuda a que La Tía Casca –el único bar del pueblo no podía llamarse de otra forma– se llene todos los fines de semana. "Aquí viene gente hasta de Navarra y el País Vasco", relata.
A la salida del bar encontramos a Óscar, el quesero. Él es de Zaragoza capital, pero por su aspecto y el bastón que lleva en la mano, recuerda a un pastor. "Cuando salió el proyecto, vimos que en todo Aragón apenas había fábricas de queso", asegura. "Elegimos Trasmoz por los visitantes que atrae el pueblo desde que es famoso por las brujas, había que decidirse por un sitio y eso, sin duda, decantó la decisión. Tal es la influencia del pueblo en el negocio que hemos tenido que cambiar todas las etiquetas de sus quesos, para poner el nombre de Trasmoz en grande".
Se estaba haciendo tarde y el sol había empezado a ponerse iluminando la torre del castillo de Trasmoz mientras la luz desaparecía detrás de los picos del Moncayo. Con esa vista, era fácil caer bajo el hechizo mágico de la aldea. "Quizás realmente hubo brujería aquí", pienso. Antes de darle la espalda al pueblo, arrojo sobre mi hombro un puñado de sal, un remedio consagrado para alejar a los malos espíritus. Por si acaso.