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A echar a volar la imaginación. A esto invita la visita a los aguarales de Valpalmas (Zaragoza). Desde la capital aragonesa apenas hay una hora de viaje, un trayecto en el que se hace muy visible la realidad de la España vaciada. Carreteras poco transitadas y mucho silencio en este rincón de la comarca de las Cinco Villas. Para llegar de Valpalmas a los aguarales hay que recorrer dos kilómetros por la carretera CV-613. Un desvío bien señalizado muestra el camino rural a seguir. Mil metros más y se llega a la zona de aparcamiento. “Pero, ¿dónde están?”. Es la pregunta inevitable. Ni rastro de las afamadas esculturas de arenisca. Se intuyen, pero no se ven.
La incógnita se despeja pronto andando por la senda habilitada. De repente, unas singulares estalagmitas al aire libre muestran el sorprendente poder moldeador del agua sobre el terreno semiárido. Las figuras afiladas se multiplican por decenas en un barranco vivo, en continua transformación. Así lo explica Francisco Luna, vecino de Valpalmas, que no visitaba la zona desde hace unos meses. Paseando junto a José Lafuente, el alcalde, se sorprende al señalar lo grandes que en poco tiempo se han hecho algunos agujeros.
El aparcamiento y el acceso son libres y hay dos rutas: una que sobrevuela el espacio y otra por el interior. No hay peligro. Eso sí, siempre que uno no se salga del camino marcado en el suelo y delimitado por barandillas de madera. Por arriba o por abajo. A criterio del visitante queda decidir cómo hacer el recorrido, pero tal vez es más interesante tener primero una visión general y luego acudir al detalle. “Tengo fotos de cuando era niño y no lo reconoceríais; está en un proceso de cambio continuo”, comenta Francisco.
En varios paneles se explican los porqués de este espacio tan singular. En primer lugar, que aguaral es el término aragonés que describe lo que es una cárcava, “una forma erosiva que generan las lluvias torrenciales en las zonas semiáridas y arcillosas”. El resultado se produce por fusión desde el interior del suelo. “El agua entra a través de grietas de las arcillas y de los canales que hacen las raíces cuando llueve”, se apunta en un panel. El material fino se desprende ,y con el paso del tiempo, los conductos se agrandan hasta colapsar y generar el paisaje lunar.
Desde un punto alto del barranco, un mirador ofrece la panorámica más amplia del bosque de arenisca. Es el momento de aventurarse con los parecidos razonables. ¿Un extraño planeta?; ¿un árido desierto?; ¿un rincón de algún país del lejano Oriente?... El alcalde de Valpalmas comenta algunos de los que sugieren los visitantes: el Gran Cañón del Colorado; el desierto de Tabernas, en Almería; el desierto de Wadi Rum, que aparece en uno de los episodios de Star Wars, o las chimeneas de hadas de la Capadocia, en Turquía. Pero hay más.
“¡Fíjate en ese rincón! A que parece una procesión de penitentes”, exclama Francisco. La labor moldeadora del agua ha labrado pequeños pináculos que también recuerdan a los que se forman en el hielo en las altas montañas andinas.
Cualquier época del año es buena para acercarse a los aguarales de Valpalmas. “Eso sí, en verano calienta bastante”, matiza el alcalde. En cuanto a las horas del día, por la mañana y por la tarde es cuando el espectral paisaje muestra sus mejores versiones. Por la posición del sol, al salir y al avanzar hacia el ocaso, las sombras crecen, igual que la ensoñación.
Aunque la tentación es grande, no hay que abandonar la ruta marcada. En ello insisten Francisco y José. “Se van haciendo nuevos agujeros y si tienes un despiste te puedes caer en uno”. Seguimos sus consejos y retrocedemos al punto de salida para iniciar la visita por el interior. El camino se estrecha y el escenario, al detalle, todavía impresiona más. Cuando la vista se acomoda a la cercanía de las esculturas, el juego de los parecidos continúa: “Mira, un conejo, y un poco más allá, una iguana”. Y fantasmas, muchos fantasmas. Hay bancos para sentarse, cerrar los ojos y disfrutar con calma de las nuevas apariciones. Si se acude entre semana, es probable que la visita se haga en solitario, lo que todavía resulta más atractivo.
En los aguarales uno se puede entretener lo que le apetezca. No hay prisa. A criterio del visitante queda decidir la gestión del tiempo. En cualquier caso, si se acerca la hora de comer, merece la pena acercarse a Castejón de Valdejasa, a media hora de camino desde Valpalmas. Es el pueblo del conejo escabechado, cuya fama ha saltado las fronteras de Aragón gracias a las conservas de ‘El Corral del Tío Nicasio’.
Los hermanos Inazio y Alberto Sancho emprendieron hace unos años el proyecto de innovar alrededor de esta elaboración tradicional. Castejón está rodeado de montes y a mediados del siglo pasado había mucha caza -sobre todo conejos-, así que en las casas se comía lo que ofrecía el territorio. De ahí surgió la idea de escabechar para conservar esta y otras carnes.
En el corral que da nombre a sus productos, Inazio explica que lo primero fue el conejo, pero luego llegaron perdices, codornices, pollo y ternasco de Aragón. Aceite de oliva virgen extra, vinagre de vino tinto suave, hierbas del monte, laurel y pimienta negra. Son los ingredientes que obran el milagro. “Nuestras conservas están basadas en la receta original que se utiliza en el pueblo”, sugiere.
Al degustar sus elaboraciones, uno tiene la sensación de que quienes propusieron la mezcla buscaron contentar a un público amplio. El escabechado está muy equilibrado. El vinagre no se apodera. Aparece, pero sin abrumar. La Feria del Conejo Escabechado en el mes de mayo rinde homenaje a esta receta. Se sirven alrededor de mil raciones y más que se podrían dar, porque esta cita no ha dejado de crecer en popularidad.
Pero Inazio y Alberto no se han quedado anclados en estos productos. Junto a la enóloga sevillana Elena Soria han puesto el foco en el vino al contemplar cómo en los últimos años se arrancaban viñas centenarias “¿Cuánto vale una vid de cien años?”, reflexiona Inazio. “Vale más que una vida. ¿Y cuánto vale una vida? Pues no se le puede poner precio”.
De esa inquietud nació la bodega y, desde entonces, no se han arrancado más viñedos. El suyo casi es un proyecto social alrededor de vinos naturales que no llevan sulfitos añadidos, salvo los conservantes propios de la uva. La bodega ‘Tío Nicasio’ es pequeña y está integrada en el corral que da nombre al proyecto. Los tres socios apenas gestionan hectáreas y media, pero están contentos de haber salvado la tradición vitivinícola del pueblo. Sin duda alguna, adquirir uno de los packs de vino y escabechados es una opción altamente recomendable a la que se puede recurrir online.
El carácter innovador de este proyecto convive con la tradición que representa el bar-restaurante ‘Carlos’ (Plaza Vieja, 13) que llevan los hermanos Mercedes y Carlos Oca. Lo heredaron de sus padres y, en él, la perdiz y el conejo escabechados son los reyes absolutos de la carta. Realmente hay poco más para elegir porque casi toda la clientela va a tiro hecho.
El día de la vista, entre semana, varios franceses, una mesa de madrileños, otra de catalanes y una pareja de Zaragoza convivían en el comedor. “A veces nos sorprendemos de cómo nos encuentra la gente”, confiesa Carlos. A su lado, su hermana relata lo mismo que Inazio: que el secreto de sus escabechados está en “no abusar del vinagre”. Pero hay más: la precisión con la que limpia la carne y las horas de cocinado a fuego mínimo, pero siempre vigilado. “No te puedes despistar”, asegura Mercedes.
El resultado es una combinación de carne firme pero que, al mismo tiempo, se deshace en la boca. Artesanía pura en los fogones que esta pareja reproduce todos los días de la semana. Ni uno solo de descanso. “¿Y el relevo?”, les pregunto. “Complicado”, confiesan, “es un trabajo muy sacrificado”.
Apenas media hora separan Castejón de Valdejasa y Zaragoza y esta ruta turístico-gastronómica se cierra regresando de nuevo a la naturaleza. Es una zona de grandes extensiones de monte donde se esconden unos cuantos árboles singulares como si fueran pequeñas joyas. Una de ellas es el pino de Valdenavarro.
Tras pasar el mirador del Monte Alto, la carretera A-1102 serpentea hacia el valle del Ebro. Prácticamente concluida la bajada -a la derecha, si se conduce desde Castejón- está el desvío señalizado. Apenas hay que recorrer un kilómetro por un camino rural en buenas condiciones y, aislado, en un claro de la masa forestal, aparece el afamado pino.
Se salvó de milagro del gran incendio que sufrieron los Montes de Zuera en 2008 gracias al empeño de los vecinos. No tiene una copa inmensa, pero su tronco vencido por el viento y las cicatrices que ha dejado el paso del tiempo en la corteza, invitan a sentir su energía. Lo dicho, merece la pena desviarse para cerrar el círculo de una ruta de ensueño.