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El poeta y paisajista por antonomasia, Antonio Machado, sevillano de nacimiento pero soriano de adopción y corazón, fue un fiel amante de esta Castilla "mística y guerrera", y describió con unos versos la energía que desprende esta garganta natural: "¡Campos de Soria, donde parece que las rocas sueñan, conmigo vais! ¡Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas!" (Colinas Plateadas. Campos de Soria VII).
El Cañón de río Lobos, parque natural desde 1985, es un paisaje onírico de gigantes farallones de roca caliza más propio de un cuento de hadas. El escenario perfecto para una película en la que resultaría fácil imaginar a don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, caminando entre las sabinas y los abetos de esta singular ruta. La banda sonora sería el resultado del rumor de un río que casi no es río, sino arroyo en estos tiempos, y cuyo nombre no hace referencia a la presencia de lobos en el paisaje. Por lo demás, en el aire flota una tranquilidad expectante.
Partiendo del Centro de la Interpretación de la Naturaleza de Ucero, la antigua piscifactoría, el primer trayecto de esta ruta resulta sencillo y, por qué no decirlo, dominguero. Es la más frecuentada por niños y excursionistas de la tercera edad. Tras unos tres kilómetros de caminata, dejando atrás el parking y los autocares, se llega a la ermita de San Bartolomé. Durante el trayecto el río nos deleita con los nenúfares y los juncos. Atrás queda el Alto de la Galiana, un mirador situado en la parte más alta de la pared caliza con unas vistas espectaculares.
La ermita de San Bartolo, como la llaman los lugareños, es una construcción templaria del siglo XIII que, al parecer, fue originalmente la iglesia del convento templario de San Juan de Otero. Este enclave lleno de simbolismos, misticismo y coincidencias geográficas formaba parte de los mil caminos de Santiago. Según cuenta la leyenda, San Bartolomé saltó de su caballo y lanzó su espada desde lo alto de la montaña mientras gritaba: "Allá donde caiga mi espada se hará mi morada". Y fue en este lugar donde se construyó la ermita que lleva su nombre.
Cada año, el 24 de agosto, se convierte en el lugar más visitado del parque con motivo de la romería de San Bartolomé. Y aún en la actualidad, se pueden observar las huellas de su caballo en el famoso Salto del Caballo. Junto al templo, la Cueva Grande, la primera y más grande de las grutas del cañón, siempre ha sido destino de espeleólogos en busca de simas.
Menos turística, la segunda etapa, de unos ocho kilómetros de recorrido, se inicia al pie de la Cueva Grande tras cruzar un pequeño puente de madera. Tras los primeros pasos, los buitres y las águilas saludan al caminante planeando sobre los escarpados paredones y los añosos sabinares. El sendero se estrecha y es obligatorio cruzar el río en diversas ocasiones. Espadañas, berros, nenúfares, lirios de agua… dibujan un paisaje de cuento de hadas.
El primer punto de referencia de esta segunda etapa es el Colmenar de los Frailes, agujereada pared rocosa que nos asalta cuando el cauce se angosta. La magnitud de las paredes se incrementa y los buitres leonados se posan en los agujeros de las rocas. Bajo el hambriento volar de las rapaces y, escondido entre los muros de la garganta, una imagen inusual aparece, un rebaño de ovejas con perro pastor incluido.
Más río, más pinos, más roquedales, más senda, más farallones que pueden alcanzar incluso los cien metros. Así llegamos a la Cueva Negra, a las Fuentes y, por una senda sinuosa, al puente de los Siete Ojos, fin de esta etapa y puerta de entrada a la provincia de Burgos. A partir de aquí hasta Hontoria del Pinar, más kilómetros menos transitados y más salvajes y, quizá por ello más apasionantes.
En la Tierra del Burgo, comarca en la que se asienta el cañón, el sol ofende, se "allega el plato" y se "atrocha" en vez de atajar. Aquí se encuentran dos de los reclamos monumentales de la provincia. Burgo de Osma, ciudad señorial y episcopal, es uno de los más nutridos legados de Soria, que entre soportales castellanos y edificios nobles, ofrece al viajero una catedral de exquisita fusión románica, gótica, barroca y neoclásica. A la sombra catedralicia creció una villa donde el arte se respira y la religiosidad se siente.
Camino de Valladolid, está Calatañazor, lugar donde, según cuenta la leyenda, Almanzor perdió el tambor, su talismán, durante una batalla que habría tenido lugar en el año 1002 en esta localidad y que le obligó a huir. Restos romanos y un intenso sabor medieval que emana de las casas de mampostería, soportales, chimeneas cónicas y una iglesia románica perfilan esta localidad a orillas del río Milanos. Memorias cristianas y musulmanas se descubren en tascas, mesones y casas rurales. Quizá por ello Orson Welles eligió estas calles para rodar Campanadas a medianoche (1965).
Y en Ucero, los buscadores de castillos encontrarán su recompensa. No solo por la presencia de una fortaleza cuyas ruinas y ermita aledaña respiran aires del siglo XIII, sino también por el impresionante acceso que nos permite llegar a ella, un camino hundido entre paredes rocosas.
En Ucero, punto de partida, el restaurante 'Balcón del Cañón' te recompensará por una jornada de caminatas y visitas. Su carta incluye alubias pintas caseras, buenas carnes rojas con toque de la casa, espárragos rellenos de gambas y hongos, croquetas de jamón ibérico, bacalao a la brasa y pulpo, entre otros. Si vas entre semana, el menú cuenta con tres opciones caseras por poco más de diez euros.