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En la comarca del Maestrazgo turolense viven 3.000 personas que se reparten en 16 pueblos. Acudiendo al dato de su extensa superficie, sale esta cuenta: 2,3 habitantes por kilómetro cuadrado, un territorio casi abandonado en el que, como cuenta María, vecina de Mirambel, “si quieres estar solo, mucho cuidado, que lo puedes conseguir”. Además, ofrece otro dato que rebaja todavía más la cifra de vecinos: “Hay gente que se empadrona para pagar menos en el impuesto de circulación, pero que viene una vez al año”. Paseando por la calle Agustín Pastor, la principal, María hace un rápido recorrido visual por las viviendas deshabitadas y le salen unas cuantas.
Esta realidad pone en riesgo la supervivencia de los pueblos del Maestrazgo, pero al mismo tiempo es su mayor atractivo. Este reportaje invita a conocerlo, a pasear por el triángulo mágico que forman Mirambel, Cantavieja y La Iglesuela del Cid. Hay más localidades en la comarca con un encanto especial, pero estas tres están muy cerca y se pueden visitar en una jornada.
El periódico británico The Sunday Times incluyó a Mirambel en 2022 entre los 20 pueblos más bonitos de España. Además, ha sido el último de Aragón en entrar en el selecto club que lleva esa misma denominación y, en 1981, recibió la medalla de oro de Europa Nostra al proyecto de restauración y ordenación del conjunto urbano. Recorrer sus calles protegidas por el recinto amurallado es como viajar al medievo. Hay ilustres visitantes que han glosado su magia. El escritor Pío Baroja la describió en el libro La fonda de Mirambel. También dejó su huella el realizador Ken Loach durante el rodaje de la película Tierra y Libertad. El recuerdo de la presencia de Icíar Bollaín, Ariadna Gil y Rosana Pastor sigue muy presente.
Antes de iniciar el recorrido, conviene acercarse a la oficina de turismo (Agustín Pastor, s/n. Tel. 650 591 803) y recoger el folleto donde se muestran escenarios del rodaje. Hay una docena, señalizados en el suelo con una estrella. En Mirambel también se rodó la serie Clase media y la última en la comarca ha sido la adaptación de la obra de Daniel Gascón, La muerte del hipster, todavía sin estrenar. Pues eso, un territorio de cine en un sentido amplio.
Lo es, por ejemplo, por detalles como este: al llegar uno no cae en la cuenta, pero rápido se aprecia que en sus calles no se ve el tendido eléctrico. Está soterrado. La ausencia de contaminación visual hace más especial el paseo. Resulta difícil elegir un rincón. Todas las casas del siglo XVI tienen la misma estructura: una puerta de entrada coronada por un arco de medio punto con dovelas y, en la parte superior, una ventana de sillares. La mampostería enlucida, encalada y enfoscada, y la piedra sillar a la vista. Hay tantos ejemplos que dejan de llamar la atención.
Eso sí, un lugar destaca entre todos. Es el más instagrameable, icono visual de Mirambel: el portal de las monjas, una antigua puerta de muralla adosada al convento de las Agustinas. Su gran atractivo son las formas de los tres pisos de galería cerrada con celosías de barro y yeso. Pío Baroja dejó escrito que le parecían “jaulas de pájaro”. Desde esta atalaya, la superiora del convento tenía una vista privilegiada de la calle Mayor. Todo quedaba bajo su control. Hay más detalles para entretener el paseo. El azulete de los huecos y vanos no tiene una única explicación. María, la vecina, ofrece al menos tres: “Se dice que se pintaban así por motivos higiénicos, para ahuyentar a los insectos; pero también que tienen un sentido místico, como protección del mal de ojo y, por último, que el azul era el color más caro y por eso lo utilizaban las familias adineradas”.
En la plaza Mayor, junto a los soportales del ayuntamiento y la iglesia de Santa Margarita, queda el recuerdo de las guerras carlistas. En la fachada del templo destaca la huella ennegrecida de un incendio que debió ser devastador. Y muy cerca, un curioso reloj de sol colocado al revés. No marca las horas como correspondería, pero nadie acierta a explicar la razón.
De Mirambel a Cantavieja apenas hay un cuarto de hora en coche. El pueblo se erige majestuoso sobre un peñón calizo a 1.300 metros de altitud. Desde abajo da la impresión de que algunas casas se van a precipitar al vacío. No hacen falta muchas explicaciones sobre su estratégica ubicación defensiva.
Su historia está jalonada por la huella que dejaron templarios, sanjuanistas y carlistas, y por los conflictos en los que se vieron envueltos. Especialmente estos últimos. Es la capital del Maestrazgo y la localidad más poblada de la comarca, con 700 vecinos. Son pocos y se nota paseando por sus calles. De nuevo resuena la frase de María sobre la soledad y el silencio. En el pueblo cuentan que hay interesantes proyectos para atraer turistas, como una tirolina -entre las más largas de Europa-, pero también molinos de parques eólicos que podrían distorsionarlo todo. Los vecinos están con el alma dividida.
Mientras lo uno y lo otro se confirma, o no, pasear por las calles de Cantavieja invita a regresar de nuevo a la Edad Media. Es lo que sugieren su trazado, sus miradores y su arquitectura. Pero lo que se respira, sobre todo, es que fue la capital del Carlismo y de las guerras protagonizadas por el general Ramón Cabrera, El Tigre del Maestrazgo. Es el principal personaje del museo donde se muestran piezas originales de este acontecimiento de la historia de España.
Del castillo apenas quedan restos. Sí que se conserva un muro aspillerado en el flanco de la muralla que defendía el camino de Mirambel. El vano se estrecha del interior al exterior para cumplir la función defensiva de la villa. Su trazado tiene forma de espolón y está flanqueado por dos profundos barrancos, de ahí que su asedio costara tanto. Del conjunto arquitectónico sobresale la estampa de la plaza porticada y el juego de claroscuros que en ella describe el sol a lo largo del día. Es una de las más bonitas de Aragón. Está presidida por la casa del concejo, de origen gótico, y por la iglesia de la Asunción, de estilo barroco.
El templo es como una pequeña basílica del Pilar. Data de mediados del siglo XVIII y se construyó en 15 años. La original no debía ser lo suficientemente solemne y majestuosa para la categoría del pueblo. “Ni una igual en Roma”. Es la cita que se recuerda de su arquitecto, Antonio Nadal, al terminarla. Otros tesoros de Cantavieja son la iglesia de San Miguel y el antiguo hospital. En la cabecera del templo está el ejemplo más notable de enterramiento con decoración escultórica del periodo gótico en Teruel. En la visita guiada, que se puede concertar en la oficina de turismo (calle Mayor, 15. Tel. 678 340 228), también se muestran la ermita de Loreto, la nevera o la escuela antigua recuperada.
El punto final de la ruta está en La Iglesuela del Cid, que no pertenece al club de los pueblos más bonitos de España, pero merecería estar en la lista. Como en Mirambel y en Cantavieja, es paseando por sus calles como más se disfruta. También hay oficina de turismo (San Pablo s/n. Tel. 964 443 325) y se pueden hacer visitas guiadas.
Los siglos XVI y XVII fueron los de mayor esplendor, reflejándose en la nobleza de muchas casas. La Iglesuela estuvo en manos de los templarios y la torre de los Nublos, que se conserva, se supone que formó parte del antiguo castillo templario. Es en esta zona, en la plaza Mayor, donde se concentran los edificios más notables: la iglesia de la Purificación y el ayuntamiento, con sus ventanas góticas y los tres arcos que dan acceso a la lonja. Y justo al lado, la Casa Blinque, en la que destacan el escudo de la fachada y la extraña columna que sostiene el alero.
Sobre todo hay que fijarse en las casas nobles de Aliaga y Guijarro. Los ventanales de la galería superior y el impresionante alero de madera del tejado son los detalles que más llaman la atención. No son los únicos. La rivalidad de las familias debía ser grande y se refleja en dos pequeñas figuras con forma de mona. La de la Casa Aliaga se tapa las orejas, y la de Casa Guijarro, la boca.
En este pueblo solo se conserva una puerta de la antigua muralla de las cinco que tuvo: el portal de San Pablo. Al atravesarla, se accede a un balcón desde donde se ven las huertas de los vecinos separadas por muros construidos con la técnica de piedra seca. Contemplando este bonito ejemplo de arquitectura popular concluye esta ruta, que invita, sobre todo, a disfrutarla al aire libre y sin prisas. Se puede hacer en un día, con calma y en silencio, emocionándose con la huella que el paso del tiempo ha dejado en estos pueblos del Maestrazgo.