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Ruta por Los Ancares Palloza

Ruta por Los Ancares Leoneses

Los valles donde el tiempo se detuvo entre pallozas y osos

Actualizado: 25/04/2021

Fotografía: Josetxu Carazo

El laberinto de valles que se extiende por la esquina noroccidental de León hacia Lugo conforma el recóndito territorio en el que discurre la ruta por Los Ancares leoneses, un enclave tapizado de una peculiar naturaleza que le ha dado el título de Reserva de la Biosfera. Aquí, donde familias y ganado convivían en las icónicas casas de tejado de paja hasta hace apenas medio siglo, la vida parece detenida sin más sobresaltos que el de la amenaza del oso, al que muy pocos han visto merodear entre los viejos colmenares.

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Del mismo modo que el poblado de Astérix resistía a la invasión de los romanos, el conjunto de pequeñas aldeas diseminadas por Los Ancares resiste a los embates del tiempo y la modernidad. La comparación no es fortuita, puesto que hay un elemento común en ambos mundos dispares. Incluso hay quien dice que para el escenario del cómic de los irreductibles galos se inspiraron en estas tierras a caballo entre León y Lugo.

Balouta Ruta por Los Ancares
La despoblación es una constante en los pueblos de la zona, como en Balouta, donde viven 18 personas.

Las milenarias pallozas, esas robustas viviendas de planta circular con muros de piedra y tejados de paja, son la seña de identidad de esta recóndita región del norte apenas habitada, como también lo son de aquella otra tierra de viñeta que fue el hogar del pequeño guerrero y su orondo amigo pelirrojo. Un testimonio vivo de la prehistoria que a duras penas sobrevive en su propia estampa ancestral.

Iglesia Santa María Suárbol
La Iglesia de Santa María, en la aldea de Suárbol, resiste el paso del tiempo y la dureza del clima.

Recorrer Los Ancares es sumergirse en un territorio en el que el tiempo parece encapsulado en estas casas de aspecto tribal. Una sucesión de valles que remontan el curso de cuatro ríos (Ancares, Burbia, Cúa y Fornela) para elevarse después a montañas que alcanzan los 2.000 metros, tapizadas de castaños, nogales y robles centenarios. Estos bosques, junto al brezo que tiñe las laderas de una tonalidad púrpura, dibujan un bonito paisaje que ha sido declarado Reserva de la Biosfera.

Palloza Señor Antonio
La palloza del Señor Antonio es uno de los ejemplos mejor conservados de estas edificaciones.

Pero es al aislamiento, propiciado por su difícil orografía, al que debe esta región su peculiaridad. También a que el progreso pasara de puntillas en el siglo XX, cuando al fin se adecentaron las carreteras que hoy culebrean por el terreno. El resultado es la pervivencia de formas de vida tradicionales que suponen un viaje al pasado. Si a esto le añadimos la mezcla de influencias gallegas, cántabras y leonesas, encontraremos una cultura única que trasciende a las pallozas y los hórreos.

Palloza Señor Antonio Octavio
Octavio, hijo del señor Antonio, se enorgullece al mostrar el interior de la vivienda de su tía abuela, última moradora.

Qué ver en los Ancares Leoneses

La ruta por la vertiente leonesa tiene en Vega de Espinareda el mejor punto de partida por su acceso tanto al valle de Ancares como al de Fornela. Quienes se decidan por este último encontrarán un reclamo en el Castro de Chano, un asentamiento astur del siglo I a. C. cuyos fotogénicos restos asoman entre las laderas y quedan después explicados en el Aula de Interpretación.

Interior palloza
El interior de la palloza, intacto, guarda los utensilios necesarios en esta casa en la que convivían personas y ganado.

Sin embargo, es el valle de Ancares, que da nombre a todo el territorio, el que permite un acercamiento más completo, con rincones donde detenerse a descubrir otro ritmo de vida. Empezando por el propio municipio que sirve de puerta de entrada y que es, paradójicamente, el más poblado de la zona.

Palloza y hórreo
Algunas de estas pallozas comparten espacio con otra construcción típica de la zona, los hórreos.

En Vega encontramos uno de los monasterios más importantes de León dentro del estilo neoclásico: el de San Andrés de Espinareda, originario del siglo X, pero reconstruido en varias ocasiones tras sucesivos incendios. También un bonito puente romano que enmarca la playa fluvial más codiciada del verano. Y a dos kilómetros, el pueblo de Espino, al que acudir los días 1 y 15 de cada mes para disfrutar de la feria del pulpo.

Vega de Espinareda Monasterio San Andrés
Vega de Espinareda, donde se encuentra el Monasterio de San Andrés, es el punto de partida perfecto.

Casi sin darnos cuenta, la carretera nos deja en la localidad de Sésamo, famosa por albergar el conjunto arqueológico de Peña Piñera, al que se accede tras una pista de grava. Hay que pasar por el Corral de Lobos, que servía de trampa a estos mamíferos, para llegar al farallón que sirvió de lienzo a un esquemático arte rupestre desarrollado en el Postpaleolítico.

Vega de Espinareda Puente romano
El puente romano es una muestra del legado histórico de Los Ancares.

Una vez aquí, todo será tirar de agudeza visual para localizar estas pinturas, que recrean figuras humanas y animales (antropomorfos y zoomorfos), a veces tan escondidas que incluso con los paneles informativos cuesta divisar. Para consuelo queda la soberbia panorámica de la reserva, un paisaje que alcanzará todo su esplendor más adelante, en el Puerto de Ancares, a 1.669 metros de altitud.

Pinturas rupestres Ruta por Los Ancares
Los turistas suelen hacer un alto en el camino para disfrutar del arte rupestre de Peña Piñera.

Hogares celtas de mediados del siglo XX

Pero ¿qué hay de las pallozas? Volvamos los ojos al emblema de la comarca. De las arcaicas casas de montaña, cuyo origen se pierde en la cultura céltica, apenas quedan algunas muestras en las que comprobar cómo era la vida hace poco más de medio siglo, cuando familias y ganado compartían techo en estos hogares encapuchados de paja. Hay que ir a Pereda de Ancares y buscar la palloza del señor Antonio para que su hijo Octavio –teléfono de contacto: 626 72 02 89– enseñe gustoso esta reliquia, intacta por fuera y por dentro.

Pereda de Ancares
Con el paso del tiempo, los tejados de las casas han sustituido la paja de centeno por la pizarra.

Él mismo mostrará la foto de su tía abuela, la última en ocupar esta morada hasta el año 1964. "Aquí se vivía en condiciones muy duras, junto a las vacas, sin luz eléctrica y sin más calor que el generado por el fuego que expulsaba el humo por el propio tejado", recuerda.

El peligro de incendio fue, precisamente, uno de los motivos por los que las pallozas de Los Ancares son hoy una especie de fósil. Además de Pereda, podemos contemplarlas en Balouta, poblada por 18 almas que se lamentan de la escasez de paja de centeno –"la realmente buena"– y la dificultad que supone mantener estos teitos. Por algo, justifican con tristeza, qu muchos se han sustituido por pizarra y –en el peor de los casos– por chapa. Por no hablar de que cuesta encontrar un ejemplar que no lleve adosada una farola o un triste poste de luz.

Palloza perro
Los habitantes de la zona están acostumbrados a convivir con una fauna que incluye osos y lobos.

Osos pardos que rondan viejas colmenas

Más pallozas y hórreos, tal vez el conjunto más hermoso, perviven en Piornedo, ya en territorio gallego –a donde se llega previa parada en la pintoresca aldea de Suárbol–. Aquí no solo se presentan en perfecto estado de conservación, sino que hasta existe un museo, 'Casa do Sesto', donde se muestran los usos y costumbres que definen a esta vivienda que dejó de ser habitada en 1970.

Puerto de Ancares
Desde el Puerto de Ancares se domina todo el entorno de los valles.

Aunque históricamente el oso pardo ocupó gran parte de este territorio, lo cierto es que su presencia se vio drásticamente reducida debido a la persecución y la alteración del medio. Afortunadamente, desde finales del siglo XX, su población se está recuperando y hay quien ha visto alguno merodear por los viejos colmenares.

Nada que preocupe demasiado a los escasos habitantes de Los Ancares. Los lugareños están acostumbrados a convivir con una fauna que incluye jabalíes, corzos, ciervos, lobos y gatos monteses, además de todo un repertorio de aves (cernícalos, buitres, gavilanes, águilas culebreras…) entre las que destaca la especie más emblemática: el urogallo, que se atiborra del fruto de los acebos que cada invierno decora los campos con sus bayas rojas.

Palloza paisano
Los habitantes de Los Ancares resisten el paso de tiempo y la modernidad con el mismo espíritu que Astérix el Galo.