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Vitoria está a unos 100 km de la costa, pero también tiene playa. No hace falta ir hasta Zarautz para poder disfrutar de un baño. Quedémonos entonces a medio camino. A 15 km de la capital de Euskadi, más cerca de las montañas que del mar, nos encontramos el embalse de Ullíbarri-Gamboa, el más grande del País Vasco que, aparte de abastecer a Vitoria y a Bilbao, es uno de los lugares favoritos de los alaveses para desconectar. En verano se convierte en su playa particular y, durante el resto del año, son los ciclistas, los caminantes y los amantes de la naturaleza, en general, quienes lo disfrutan.
Como el clima vasco es imprevisible no es mala idea rodear el embalse en bicicleta con el bañador en la mochila para darnos un baño si el sol decide asomarse. El camino está diseñado para las dos ruedas y hay distintas opciones y puntos desde donde contemplarlo. Partimos de uno de los más habituales: el parque provincial de Garaio, una especie de península pequeñita que se adentra en la parte sur del embalse desde donde no hace falta ni llevar tu propia bici.
Justo en la entrada, en la misma zona del aparcamiento -habilitada también para autocaravanas-, encontramos una pequeña casita donde alquilar una bici, casco y todo lo necesario en caso de reventón por dos euros todo el día. La persona encargada de alquilarlas nos indicará las posibilidades que tenemos para escoger una ruta teniendo en cuenta, sobre todo, lo acostumbradas que estén nuestras piernas a pedalear.
Hay dos rutas posibles, una más corta y llana en torno a la zona con más "playas" (recomendable para hacer con niños). Y otra para los que tengan ganas y fuerzas, que consiste en dar la vuelta al embalse mientras se disfruta de la fauna y la variedad de paisajes (desde humedales a playas con montañas en el horizonte, pasando por pueblos, iglesias e incluso yacimientos). Para esta segunda ruta preparad las piernas: son casi 50 km y da para todo el día (por lo que incluiremos almuerzo y la siesta en la orilla de la playa).
Saliendo de la casita donde alquilamos las bicis encontramos una senda señalizada con pequeños postes de madera que nos marcarán todo el camino sin permitir que nos desviemos en ningún momento. Empezamos a pedalear y, en seguida, nos encontramos dentro de una especie de bosque donde el ser humano ha forzado un paso para bicicletas. Los árboles y los arbustos serán tus paredes y por techo un túnel verde. De vez en cuando, cruzamos sobre pequeños puentes de madera o pasarelas que aportan emoción a un camino totalmente llano.
Una vez acabamos el bosque, el contraste se hace evidente. El camino se vuelve seco y empezamos a avanzar entre cultivos. No tardamos mucho en avistar el embalse, y seguimos hasta encontrar Azúa, un pequeñísimo pueblo, ahora ya sin habitantes, y uno de los pocos que no quedó bajo el agua cuando se construyó el embalse.
Justo después de pasar por Azúa, nos topamos con una pasarela que atraviesa el embalse y permite una visión privilegiada desde el medio del agua. Si decidimos tomar la ruta breve, cruzando el puente, llegamos de nuevo al punto de inicio hasta Garaio, dejando el recorrido en unos 13 km.
En nuestro caso, dejamos la pasarela atrás para la vuelta y seguimos hacia el norte, donde la senda se complica con algunas piedras que aumentan el riesgo de reventón, pero a ritmo suave no debe haber ningún problema. Perfilamos justo la orilla de embalse viendo cómo, de vez en cuando, aparece una calita natural. Se parece tanto a la playa que, incluso, huele a mar, aunque evidentemente el agua no está salada.
La construcción de esta presa, que abastece el 50% del agua necesaria al País Vasco, se remonta a la década de los 20. La creciente necesidad de electricidad durante la industrialización provocó que Manuel Uribe-Echevarría solicitara la concesión. Un proyecto que no fue aprobado hasta la II República y que la Guerra Civil acabó posponiendo hasta 1947. Tardó una década en construirse, y no empezó a llenarse hasta 1958 para lo que necesitó la mano de obra de más de 3.500 hombres.
Mientras avanzamos vamos encontrando puertas de alambre y de madera, pensadas para que el ganado no cruce el camino. Interrumpen un poco la ruta en bici, pero no van mal para tomar un descanso y sacar alguna foto. La mayoría del camino es completamente llano aunque justo después del pueblo Ullíbarri-Gamboa, otro de los que no quedó sumergido, se encuentra un pequeño tramo en el que se concentra todo el desnivel de la ruta. Subimos bastante como para obtener unas buenas vistas pero la cuesta es dura y en este punto es aconsejable desviarse de la senda y tomar la carretera ya que, aunque se pierden las vistas, no tendremos que que bajarnos de la bicicleta y empujarla.
Después de la cuesta nos podemos hacer una idea de por qué necesitaron 3.500 hombres y 10 años para construir este paraje. Cruzamos otra pasarela que rodea el muro de contención que almacena el agua y, a partir de este punto, comienza la bajada y empezamos a encontrar las playas más accesibles y los lugares más modificados por la acción humana.
A medio camino llegamos a Langara Gamboa, un punto desde el que podemos ver las primeras playas. Incluso, nos encontramos con el club náutico de Vitoria, con sus barquillas y sus casas lujosas a la orilla de este mar interior. La diferencia entre los paisajes que nos vamos encontrando es de lo más llamativa. Podemos pasar de una zona pantanosa con patos y aves a una rocosa parecida a la playa o a otra que se asemeja a un puerto de pescadores. Al ser una zona construida artificialmente, la fauna y la flora se ha ido adaptando a ello. De hecho, animales y plantas de montaña forman ahora parte de un medio acuático y, según los expertos, este hecho ha contribuido ha diversificar el ecosistema de la zona.
Nos acercamos a Landa, el área más preparada para el recreo, y nos encontramos con más bicis, más caminantes y más familias con niños. Antes pasamos por Marieta, un pequeño pueblo con un bar y una zona de aparcamiento que nos sirve para reponer fuerzas. Justo en este punto, cruzan otros caminos, como el que perfila la antigua ruta del ferrocarril. Nosotros seguimos bordeando el agua y, de pronto, nos encontramos de lleno en medio de la playa.
Cuenta con zona de aparcamiento, duchas, la pasarela, el chiringuito e, incluso, mesas de pícnic. Si no fuera por las montañas en el horizonte, este sería un domingo de playa cualquiera en la costa. Pero estamos más cerca de los montes más elevados de Euskadi que de la playa. Este es el lugar perfecto para sacar la comida y el bañador de la mochila, si hace buen tiempo, y aprovechar para descansar las piernas. Después de Landa ya solo nos queda una cuarta parte del recorrido.
Relajados volvemos a adentrarnos en una parte mucho menos accesible para los amantes de la nevera y la sombrilla. La senda recupera los campos de cultivo y el bosque, y hay algún rinconcito remoto para bañarse, uno de esos que te permite pensar que nadie más lo habrá visto antes, y que quizás hayas sido tú quien lo haya descubierto.
Seguimos pedaleando. No hay pérdida. Al cabo de unos 10 km, las puertas de madera volverán a cortar el camino y, un poco más adelante, encontramos la pasarela que no cruzamos en la ida. Si queremos terminar la ruta circular evitaremos cruzarlo y seguiremos adelante, donde hay otra pasarela.
De vuelta a Garaio dejamos las bicis. ¡Estamos listos para un último baño! Esta es otra de las zonas mejor habilitadas para los bañistas, con su tienda de helados y baños con duchas. Esta orilla está llena de piedras de río y cuando entras en el agua las algas hacen cosquillas en los pies. Dos sensaciones que, junto a la vista de las montañas, nos recuerda que no estamos en la playa, sino a poca distancia de Vitoria, listos para volver en menos de una hora a la ciudad y tomar unos pintxos en la Plaza Nueva.