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El punto de partida de esta ruta está al final del barrio de Las Fuentes, precisamente bajo el puente de la Z-30 que cruza el Ebro. A su sombra es posible aparcar y descargar las bicis. Enseguida se ven las flechas indicando el rumbo a seguir, basta con ir en paralelo al río para hacer los 15,6 kilómetros que nos separan de La Alfranca. A los no habituados les puede parecer mucho, aunque no es así, gracias a la llanura, el buen estado del camino, y todos sus puntos de interés. Pero antes de empezar a dar pedales, hay que hacer las últimas comprobaciones.
Sillín de la bici a la altura precisa. Ruedas hinchadas. Gorra para el sol. O mejor aún, un casco para los menores. Y de paso, que los adultos den ejemplo poniéndose el suyo. Tampoco hay que descuidar la piel, así que bien de crema solar. Un repaso a la mochila: bocatas, agua, frutos secos y alguna chuche para el camino. Por supuesto el móvil cargado, repelente para los mosquitos y quien tenga unos prismáticos pequeños, que los lleve, porque los usará.
Nos ponemos en marcha. Casi de inmediato, con solo unas pedaladas se dejan atrás el asfalto y los ruidos de la ciudad. Sin embargo, durante casi todo el camino, el núcleo urbano de Zaragoza es visible, e incluso se reconocen en todo momento las torres de la Basílica del Pilar, las cuales sirven de guía a la vuelta. Pero eso será a la tarde, ahora toca pedalear sin prisas y pararnos cada vez que algo nos llame la atención.
Motivos no faltan. Tras atravesar el puente del ferrocarril, donde tal vez veremos pasar el AVE sobre nuestras cabezas y a toda piña, sorprende ver que el Camino Natural de la Alfranca está completamente rodeado por el verde de la vegetación. Aunque no es igual a ambos lados. A la derecha son pequeños campos de regadío de las históricas huertas de Miraflores y Las Fuentes, mientras que a la izquierda son densos bosques de ribera, también llamados sotos.
El primero es el Soto de Cantalobos, pero más adelante aparecen otros como el Benedicto o el del Francés. Son lugares inundables, que con las lluvias de primavera adquieren todo su esplendor. Ahí, entre sauces, álamos y fresnos crece una densa maraña de tamariz, zarzas y todo tipo de trepadoras. Refugio idóneo para la fauna.
Los sotos se alternan con espacios más despejados, que invitan a bajarse de la bici para acercarnos a la orilla del río. El panorama es digno de foto, se aprecia un cauce serpenteante y no es raro ver garzas pescando o cormoranes apostados en los árboles. También se descubre que el Ebro tiene islas, que aquí se llaman mejanas.
En estos miradores o en las distintas áreas de descanso ubicadas en el camino no solo se contemplan las vistas. Es bueno cerrar los ojos y abrir las orejas. De pronto se escucha la fuerza de la corriente del río, el picapica incansable de un pájaro carpintero, los trinos del ruiseñor o la vegetación agitada por algún roedor. No vemos a ninguno de esos animales, ni a otros como tejones, zorros o jabalíes, que andan por ahí. O más bien duermen, porque son de hábitos nocturnos y descansan durante el día.
Sin darnos cuenta casi estamos a mitad del camino. Nos lo indica ver a lo lejos la Cartuja Baja, cuyo campanario destaca en el horizonte incluso cubierto por los andamios de su actual restauración. Todos los campos del entorno, en otro tiempo pertenecieron al monasterio que la orden ocupó en el siglo XVII. Si bien el edificio histórico acabó convertido en barrio rural y las viejas estancias cartujanas hoy son viviendas, tiendas y hasta bares.
Sin desviarnos hacia la Cartuja, seguimos en paralelo al Ebro y de pronto una cuesta y un giro a la izquierda nos hace ver el Puente del Bicentenario. Una pasarela peatonal de más de 180 metros de longitud que nos permite cruzar el río bajo una estructura metálica verde que de alguna forma recuerda el espesor vegetal de los sotos.
La foto es imprescindible en cualquiera de los dos extremos o en el centro, ya que es un excelente mirador sobre el Ebro y sus riberas. Y, ¿por qué Puente del Bicentenario? La razón es que se construyó en 2008, cuando hacía 200 años del episodio de los Sitios de Zaragoza. Unos hechos bélicos que aunque no lo parezca están ligados a este rincón tan pacífico. No obstante, ese vínculo se descubre 7 kilómetros más allá, cuando se llega a la Finca de La Alfranca.
Toca hacer la mitad del camino por la margen izquierda. Un tramo que solo al principio discurre junto al río. Pronto las flechas nos desvían de las aguas y nos llevan entre campos de labor, viendo siempre como al fondo el casco urbano de Pastriz. En las tierras que rodean el camino suele haber tractores realizando tareas agrícolas. Y cuando se ve uno hay que fijarse en el cortejo que le sigue. No faltan numerosas cigüeñas aprovechando para cazar los bichos que salen a la superficie cuando los agricultores remueven el suelo o agitan los cultivos.
También en esta segunda parte hay varias áreas de descanso, la última al llegar a Pastriz. Desde ahí ya solo quedan un par de kilómetros para La Alfranca. Los dos primeros, a la salida del pueblo, hay que hacerlos por asfalto, pero pronto veremos una "vía saludable" junto al arcén. Es el tramo final. En total, a un ritmo de paseo y con varias paradas, puede tardarse un par de horas en llegar a nuestro destino. Y si son tres, será buena señal, ya que seguro que hemos disfrutado de lo lindo con todo lo que ha salido a nuestro paso. Al llegar, es aconsejable dejar el vehículo en alguno de los aparcabicis. Y tampoco está mal buscar una mesa de pícnic para comerse el bocata. Tras recuperarnos llega el momento de recorrer La Alfranca. ¡Hay mucho que ver!
Para empezar sus edificios históricos, como el Palacio de los Marqueses de Ayerbe con sus cuidados jardines. Por cierto, a este palacio se retiró el General Palafox ante la inminente llegada de las tropas de Napoleón en 1808. Sin embargo, cuando los zaragozanos vieron que los franceses amenazaban la ciudad, vinieron a buscarlo y le hicieron regresar para comandar la defensa. Hay interpretaciones respecto al ímpetu guerrero de Palafox, porque quizás no tuvo tanto arrojo como se supone. Lo cual no impide que aquel acontecimiento explique el nombre del puente que hemos cruzado antes sobre el Ebro.
Otro espacio histórico de La Alfranca es el Convento de San Vicente de Paúl. Hoy es el Centro Internacional del Agua y del Medio Ambiente. En él se da un repaso virtual y didáctico a los espacios protegidos integrados en la Red Natural de Aragón, con un especial protagonismo de los Galachos de La Alfranca de Pastriz, La Cartuja Baja y el Burgo de Ebro. Unos humedales que quedan a un paso y a los que se hacen visitas guiadas. Siempre guiadas y previa reserva en la web o en el propio centro de interpretación, ya que se trata de un hábitat delicado, más aún en primavera, momento de reproducción para muchas especies.
Hay más edificios interesantes en el conjunto de La Alfranca. Están las antiguas caballerizas o el moderno CIAR (Centro de Interpretación de la Agricultura y el Regadío). Todo de visita gratuita. Lo que no se puede visitar es el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre, un prestigioso hospital para aves y rapaces. O hay otros lugares interesantes como los huertos y cultivos experimentales, ya que en la finca nunca se ha abandonado el trabajo agrícola.
Sin embargo, lo que más gusta a todos es El Jardín de Rocas. Se trata de un gigantesco juego de la oca, donde no faltan las casillas del pozo, el puente o el laberinto. Y donde las casillas más atractivas están rodeadas por grandes rocas traídas de todo Aragón para formar aquí unos círculos de ecos prehistóricos.
El Jardín de las Rocas es una mezcla de arte, paisajismo, diversión y educación ambiental. Un recorrido que concluye en un gran mirador sobre La Alfranca. La actual situación sanitaria ha obligado a cerrar su parte más alta pero esperemos que pronto reabra, para ver desde ahí arriba la panorámica de los vecinos galachos, del Ebro y de Zaragoza a lo lejos. La ciudad hacia la que hay que reemprender la vuelta.
O sea que todavía no ha acabado esta divertida jornada en familia, porque debemos dar pedales para deshacer el camino y disfrutarlo con otra luz. Seguro que se vuelven a hacer paradas y se encuentran fotos que han pasado desapercibidas a la ida.