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Este plácido lugar de recreo a 66 kilómetros de Valencia esconde infinidad de historias. Muchos visitantes preguntan en la oficina de Turismo de esta comarca por La Albufera y El Palacio de Cervellón, confundiéndolos con sus homónimos del entorno de la capital del Turia. Y es que en la villa de Anna existe un palacio del mismo linaje. También un lago conocido como La Albufera, aunque en realidad no lo es, pues no limita con el mar. Sus aguas subterráneas provienen del extenso acuífero del Macizo del Caroig. Fue el naturalista Cavanilles quien en el siglo XVIII nombró como Albufera esta caudalosa surgencia de agua, siguiendo el nombre, también de origen árabe, que los naturales de la zona le daban.
Disfrutar de esta extensión de agua rectangular de 300 metros de largo para escapar de las altas temperaturas es fácil. La tercera salida de la rotonda de Anna lleva directo a su Albufera. Apenas un saludable kilómetro de distancia que, al recorrerse a menudo pie, se ha bautizado en la localidad como "la ruta del colesterol". Si llegas conduciendo, una indicación de piedra con azulejos pintados al estilo naif (y tal vez una familia de patos cruzando el camino) invitarán a aparcar el vehículo en un pequeño estacionamiento cercano.
La visita se produce después de unos días de lluvia y la naturaleza brilla. Los dos manantiales principales y su lago están rodeados de vegetación y de rústicos bancos de piedra y de madera. Hay pinos, olmos, álamos y una larga hilera de plataneros cuya sombra compite con la fiereza de la flora autóctona: carrascales, robles, adelfas rosas, palmitos y almeces –cuya madera se usaba para hacer garrotes–.
El lago, que refleja el cielo azul salpicado de nubes, está protegido por vallas de madera y de metal en los miradores. Los niños aquí son bienvenidos y disfrutan en total seguridad. Como aún es temprano, la temperatura es suave, y la fauna está realizando sus abluciones matinales. Puede que las ánades que anidan aquí provenga del antiguo mercado del pueblo, pero no deja de sorprender las ordenadas formaciones acuáticas de ocas y patos que se acercan, por si cae alguna que otra miga de pan.
Aunque cuando llegamos no están aún preparadas, una de las atracciones son las barcas de alquiler con las que disfrutar de un agradable recorrido remando. También se puede practicar la pesca deportiva; mientras descubres barbos, truchas y demás fauna acuática, puedes llegar a un islote que hay justo en medio del lago. En los años 60, al ser dragado para darle un lavado de cara medioambiental, se encontraron aquí restos que indican que la Albufera fue lugar de asentamientos prehistóricos.
De estos restos nada supieron los almohades que en el siglo XII construyeron el azud para embalsar las aguas y dirigirlas en varios ramales hacia los lavaderos, abrevaderos y el casco antiguo de la villa, pasando por su palacio hasta llegar al río. O hacia el Gorgo Gaspar, que en otro tiempo daba energía hidráulica a una fábrica textil por medio de una noria y regaba las fértiles tierras de los alrededores.
Hasta los años 60, la gente podía refrescarse en las aguas de la Albufera, pero ahora no está permitido el baño. A su lado, separada por la vegetación y accediendo por una escalera de troncos incrustados en la tierra, hay habilitada una llamativa piscina paisajista que se nutre del agua caída en cascada desde las rocas superiores. Ahí sí es posible pegarse un buen chapuzón sin miedo alguno porque el agua está regulada artificialmente y es el lugar preferido de los niños. En sus inmediaciones hay previstos vestuarios para que los bañistas puedan cambiarse cómodamente y la cercana piscina municipal está incluida dentro del paraje natural.
Hay zonas para montar un pícnic al aire libre, fuentes de agua corriente, papeleras, dos merenderos con terraza –de los de toda la vida– donde tomar café, helados y refrescos, y dos parques infantiles. También dos restaurantes de madera donde encargar una paella, carnes y pescados a la brasa o un gazpacho manchego. Pegado al lago el camping municipal aloja tiendas y caravanas desde Pascua hasta septiembre.
También se puede acceder directamente a la Albufera por el camping, en cuyo caso no es necesario pagar entrada. Aquí vienen turistas de Castilla-La Mancha, Alicante, Murcia y extranjeros de Holanda, Francia y Alemania. Hasta el año pasado, el precio de acceso a la Albufera en temporada alta era de 3 euros por adulto y 1,5 euros por niño, cantidad que se invierte en la conservación y limpieza del lugar. Como ahora se requiere mayor vigilancia y limpieza, es posible que estos precios sufran alguna ligera variación, por lo que conviene consultarlos, así como la disponibilidad de las demás instalaciones de uso común.
Sucede que muchos de los que vienen a la Albufera de excursión pasan en la zona del lago todo el día y no saben que existe la localidad de Anna. Se puede combinar la naturaleza con una visita histórica al escondido Palacio de los Condes de Cervellón, también de raíces musulmanas, tan solo concertando una visita previa por teléfono con la oficina de turismo.
"Anna" es sinónimo de nacimiento de agua, cuyo sonido salpica aquí y allá por su casco urbano. Los orígenes de la villa se encuentran en la Plaza de la Alameda, donde en el siglo XII el pueblo almohade levantó una estructura amurallada, que fue posteriormente convertida en palacio por los Borja, los Cervellón y los Trénor. Testimonios vivos de la vía de agua defensiva en la entrada a la antigua fortaleza son la Fuente de Santa María y el lavadero que flanquean su entrada. El agua del lavadero llega por un brazal de la acequia madre desde la Albufera.
La visita comienza por la entrada enrejada sobre cuya puerta vemos el blasón de la casa de Cervellón, con un ciervo que delata una ascendencia alemana. La primera parada, cómo no, es el aljibe. Antes de llegar, se encuentra una fuente primitiva que surtía de agua a los defensores del castillo. La sobrante era devuelta al río para evitar humedades en los cimientos. Bajando una angosta escalera de piedra, entramos al aljibe, con su bóveda perfectamente conservada a pesar del terremoto de 1748. Este espacio se ha convertido en el Museo del Agua, donde se habla de la riqueza acuífera de la comarca y de sus usos por familias venidas de Alcoy y Cataluña, establecidas aquí para dar vida a los artefactos de la industria movidos por los saltos y corrientes de las aguas.
En las antiguas caballerizas, cientos de objetos de la zona, antiguos y curiosos –que muchos recordarán haber visto en casa de sus abuelas– han sido donados por particulares para crear el Museo Etnológico de la Villa: muebles, baúles, máquinas de todo tipo, garrafas revestidas de pleita, retratos. También aperos y útiles de los oficios de la vida agrícola del lugar: muelas de almazaras, cántaros, espartines, horquillas, serones para cargar las olivas o instrumentos para labores de seda, y hasta una antigua bomba de agua para los frecuentes incendios.
La reciente restauración del palacio recrea los ambientes íntimos de la época musulmana, renacentista y barroca de Anna. El patio, inspirado en los riads nazarís, alberga un estanque de surtidores que arrullan y una fuente que fue regalada al pueblo de Anna por una familia musulmana. Subiendo unos peldaños y cruzando una pared acristalada se accede a la Sala Árabe. Un panorámico ventanal con arcos y columnas se abre a la parte defensiva posterior del edificio: el amplio barranco arbolado y montañoso del río Sellent.
Una escalera a la izquierda conduce a una estancia con una fuente y mobiliario árabe que asombra por su trabajada y profusa decoración: el artesonado tallado y pintado a mano por artesanos venidos de Marruecos y Túnez para montarlo, los azulejos en colores pastel de formas geométricas, los trabajos de yesería en dos dimensiones, las columnas con arcos y las ventanas con cristales coloreados compiten con las lámparas, los jarrones ornamentales, las puertas multicolores y los suelos de mármol. Por un momento estamos en la Yanna islámica, el Paraíso.
Pasamos a la parte cristiana, la Sala Borja de la planta baja. Sus paredes están recubiertas por cerámicas hechas a mano con dibujos góticos que representan pozos y motivos florales. Las bóvedas de crucería de la capilla de Santa Ana son originales, contrastando con un retablo moderno muy estilizado presidido por la virgen María.
En el primer piso, para la decoración de la Sala Borja y Cervellón, las familias dueñas del palacio a partir del siglo XVII, se han utilizado mármoles y molduras de pan de oro con cuadros y mobiliario barroco original a lo largo de sus paredes. Al fondo, un cuadro ilustra la leyenda de cómo el conde de Cervellón, encontrando durante una cacería una cueva musulmana donde unos canales distribuían todo el agua de la comarca, selló la entrada para que nadie pudiera modificar su curso.
El segundo piso es la Sala Anna, inspirada en los siglos XIX y XX, habilitada como centro de reuniones y con pantallas táctiles de información. El último piso es un mirador de factura moderna desde donde se ven toda la villa y alrededores y contiene algunos restos de las antiguas almenas que también pueden verse en las caballerizas. Salimos por la puerta principal del palacio, uno de los elementos que más llaman la atención del edificio por sus arabescos tallados en la madera. En la calle nos vuelve a recibir el refrescante sonido de las fuentes.
La naturaleza parece haber hecho este lugar a su capricho. Sus sucesivos habitantes han moldeado su riqueza, ayudados por la bondad del clima y el gran caudal de aguas, haciendo de este pueblo montañés un lugar alegre y pintoresco. Hasta su hablar cuenta con la peculiaridad de las influencias castellanas, valencianas y catalanas, que en los pueblos de Valencia cercanos explican diciendo en broma que cuando Dios repartió los lenguajes, dio a unos el valenciano y a otros el castellano, pero que cansado al llegar estas tierras dejó que sus habitantes hablaran como quisieran y no se preocupó más de ello.