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Las curvas que zigzaguean la TF-21 hacen las delicias de los motoristas. El rugir de las cilindradas ensordece el coro de pájaros que anidan en el entorno. De vez en cuando, se dejan ver cuadrillas de ciclistas experimentados, pues esta carretera es un rompegemelos en su ascenso a la cumbre de España. Estamos a escasos 25 kilómetros para coronar el volcán del Teide, en el pueblo más alto de las Islas Canarias (1.500 metros sobre el nivel del mar). Vilaflor de Chasna se sumerge bajo una frondosa pinada en la Corona Forestal del Teide, siendo testigo y guardián de algunos de los tesoros naturales únicos del Archipiélago.
Vilaflor, junto a Tegueste y El Tanque, son los únicos municipios de Tenerife que no cuentan con litoral costero. Tampoco se echa en falta la playa en este paisaje de naturaleza, pintado de tonalidades verdes del pino canario, además de cedros, matorrales y retamas. Son varias las rutas de senderismo que salen del municipio, desde las más adaptadas para toda la familia, cercanas al casco urbano, a otras que requieren de mayor destreza física, como la profesional GR 131 (Camino Natural de Anaga-Chasna) que atraviesa Vilaflor rumbo al Parque Nacional del Teide (hacia el norte) o Arona (sur). Uno de los paseos más recomendables, bajo la protección de la sombra, es el que los chasneros han bautizado como Pino Enano, que nos regalará unas vistas panorámicas del pueblo con el mar al fondo. También se puede ascender al Sombrerito (2.400 metros), el centinela de Vilaflor y una de las cumbres más llamativas del sur de la isla, desde donde podremos observar el majestuoso Teide.
A un escaso kilómetro desde el centro del pueblo, en el paraje conocido como Los Paredones (laderas del Barranco de Los Marqueses), encontramos dos titanes únicos de Pinus Canariensis, separados por apenas 200 metros. El Pino Gordo, con sus 45,12 metros de altura y un perímetro de 9,36 m, es el más grueso de España y el tercero más alto. Por su edad, entre los 700 y 800 años, debieron conocerlo los primeros aborígenes que habitaron la isla. Hoy, niños y adultos tratan, infructuosamente, de abarcarlo con un abrazo, mientras otros descansan en los bancos de piedra que lo rodean bajo su extensa sombra de 536 metros cuadrados. Junto a una pequeña barranquera de la Madre del Agua se eleva 56,30 metros el Pino de las Dos Pernadas, el árbol autóctono con mayor talla del país. Un poco más joven que su vecino (500-600 años), se caracteriza por las dos grandes quimas que nacen juntas desde la base y que se empiezan a separar hasta los 4 metros de altura.
El pino canario es una especie endémica de la Macaronesia -los archipiélagos del norte del Atlántico cercanos al continente africano-, cuyos ancestros continentales se extinguieron hace más de cinco millones de años. Su gruesa corteza laminada, de hasta 8 centímetros de espesor, es la que permite a los ejemplares más adultos resistir, cuyos titanes de tea, los incendios y rebrotar incluso cuando han perdido todas sus hojas y ramas. Es curioso que entre los más de cuatro millones de pinos canarios que existen, el más alto y el más grueso estén separados apenas por 200 metros.
Hay otros árboles a los que se les tiene especial cariño en Vilaflor: son los tres cipreses que custodian la parroquia de San Pedro Apóstol. Cuentan los vecinos que los plantó ahí el Hermano Pedro (Pedro de San José Betancur), ilustre paisano del siglo XVII que se marchó de misionero a Guatemala y fundó la orden Betlemitas, y que ostenta el título de primer santo canario de la Iglesia Católica. Fue a mediados del siglo XVI, de la mano de Juana de Padilla y del catalán Pedro Soler -durante siglos su familia será de las más adineradas, aunque siempre pleiteando con los vecinos-, cuando se funda Vilaflor de Chasna. El origen del nombre lo revela el botánico francés Sabino Berthelot basándose en la leyenda de un conquistador castellano que exclamó “¡Vi a la flor de Chasna!” al enamorarse de una joven guanche que habitaba esta zona.
Históricamente, Vilaflor ha sido un pueblo dedicado a la agricultura, sobre todo a la plantación de millo, papas, cereales y árboles frutales -manzanos, perales o granados-. Los campesinos recorrían las antiguas cañadas para intercambiar por animales sus producciones con las poblaciones vecinas de Icod de los Vinos y La Orotava. En las últimas décadas, el turismo activo y deportivo, así como los viñedos, han tomado el relevo como fuente de ingresos. Entre las bodegas más reconocidas en este entorno está Altos de Tr3vejos (DOP Abona), con uno de los viñedos más altos de España.
Paseando por las calles del pueblo podemos contemplar algunos balcones clásicos de madera de pino o de morara africana asomando desde las casas encaladas. La plaza principal está presidida por la iglesia de San Pedro Apóstol, una de las más antiguas del sur de Tenerife. Del siglo XVII, se levanta sobre las ruinas de la primera ermita que mandaron construir el matrimonio fundador. Justo en un lateral sigue en pie, aunque en un estado un poco ruinoso, la vivienda que la familia Soler mantuvo entre el siglo XVI y XIX, con su corredor con pórtico y columnas de piedra en la planta baja.
Pero, aunque los Soler tuvieron mucho poder y mayorazgo -no sin continuos litigios con los vecinos y autoridades civiles-, sin duda el chasnero más ilustre fue Pedro de San José Betancur, misionero en Guatemala y en cuya casa natal, los hermanos de la Orden que fundó empezaron a construir en el año 1766 un pequeño santuario, que no se concluyó hasta 2002 (¡236 años después!). Ese año, la Iglesia Católica canonizó al hermano Pedro, siendo el primer santo canario. En Guatemala existe mucha devoción por este religioso, pues desarrolló programas de educación y salud sin distinción de razas o sexo. También es recordado en el país Centroamericano porque plantó en ciudad Antigua de Guatemala un árbol (el esquisúchil) de hojas blancas y aromáticas, que es considerado hoy Patrimonio Cultural Tangible y que, como gesto de hermanamiento, también florece en algunos rincones de la isla de Tenerife, como en la trasera de la iglesia.
Muy cerca de la iglesia, junto a La Casa Inglesa -de 1890, reconvertida en pequeño alojamiento rural con cuatro habitaciones-, podemos hacer la primera parada para almorzar con unas bonitas vistas. En ‘Los Cipreses’ recomiendan arrancar con una tabla de quesos de Guía de Isora (entre los que se encuentran algunos premiados como los mejores del mundo) o el queso blanco a la plancha con miel y mojo, al más puro guachinche. Entre las carnes, el bidillo (cerdo) con salsa de puerro y jengibre, la cabra en salsa o las tiras de solomillo de ternera salteadas con cilantro, soja, limón, pimientos y tomates. Hay que dejar hueco para los postres caseros, entre los que destaca la versión cremosa del barraquito: base de galleta, crema de leche condensada, gel de licor y mousse de café.
Otro que suele estar muy concurrido por los locales es el bar ‘Los Cazadores’, donde Marlene prepara platos clásicos como garbanzada, ropa vieja de cabra, tortillas o tortitas de pan. Para turistas y moteros, la parada habitual es la ‘Churrería La Paz’, “último punto de avituallamiento antes de encarar la subida al Teide”, según lo presenta la encargada, Rosi. Llevan 13 años y abren todos los días del año y su especialidad son los churros y porras al horno con chocolate casero, “famosos en toda la isla”. Para los dulzones, hay que hacerse con algún paquete de tortas de almendras, almendrados, rollitos encarados y rosquetes de vino del obrador ‘Dulcería Hermano Pedro’ (tiene dos tiendas en Vilaflor), que regentan Ana Belén y Lolo.
Hay una tradición artesana que ha pasado, generación tras generación, de madres a hijas. La Roseta de Vilaflor es un trabajo manual, que tuvo su mayor auge en este pequeño pueblo, y que se extendió por todo Tenerife y Lanzarote. Las roseteras, como Candelaria, Clara, Delfina, Cipriana o María, confeccionan sus paños sobre un pique o almohadilla circular dura, donde distribuyen alfileres alrededor de los cuáles se enhebra el hilo de algodón creando formas. Está también el encaje, una variada gama de nudos diminutos con una aguja de coser y rematados por un cordón de ganchillo o croché. En ‘Artesanía La Roseta’ no sólo encontrarás estas piezas, sino también cerámicas, abanicos pintados a mano, cuadros, pendientes o fulares.
Pero si hay un lugar donde se dan cita los artesanos made in Canary es en ‘Mar de Nubes’ de Raquel Millán. En la carretera que nos lleva dirección Arona, nos encontramos con esta tienda-taller que pusieron en marcha, a finales de los años ochenta del siglo XX, sus padres. “Era un centro de artesanía de las Islas Canarias, que estuvo parado durante unos años y que retomamos en el año 2020. Y como a todos, nos pilló la pandemia, pero creo que fue una tabla de salvación para muchos artistas, pues certámenes y mercados tardaron más en volver a la normalidad”, recuerda la propietaria. Hoy aquí tienen su presencia 60 artesanos y 55 productores (mermeladas, cervezas, vinos, quesos…) de todas las islas, excepto El Hierro y La Graciosa.
Entre camisetas, jabones Pécora, láminas de dibujos de Anka Ciok, cerámicas de María Valls, joyas de Laja, Hissia o Hypatia, bolsos y monederos realizados con cometas recicladas y vajillas de Jicara, uno no sabe por qué decidirse entre las recomendaciones de la atenta Yolanda, que se encarga de atender a los clientes. La intención de Raquel es que en breve esta tienda sea también un taller donde los artesanos puedan ofrecer masterclass y que se pueda presenciar cómo confeccionan sus obras. Ella ya se ha puesto manos a la obra y está recibiendo formación de Pilar González, la ceramista más veterana, que ya colaboraba con sus padres cuando nació este bonito mar de nubes ubicado en un pueblo que es un auténtico mar de pinos.