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La arquitectura siempre ha sido un buen motivo por el que emprender un viaje. Dar un rodeo por el románico catalán; fotografiarse ante la silueta del acueducto de Segovia; impresionarse ante al alarde constructivo alrededor de la Potsdamer Platz berlinesa. Se trata de obras emblemáticas, grandilocuentes, alzadas por maestros, las unas, y por arquitectos, las otras, con la voluntad de transcender. A veces, sin embargo, quienes alzaron las construcciones no fueron arquitectos, ni maestros, ni mucho menos personas instruidas. Los hacedores, en estos casos, fueron personas anónimas que, por pura necesidad, levantaron construcciones que respondieran a sus necesidades de supervivencia.
Un claro ejemplo de esta arquitectura popular es la técnica de piedra en seco, un tipo de construcción sin argamasa que a día de hoy se puede encontrar en muchos puntos de la cuenca mediterránea, de Francia a Creta, de Israel a Marruecos. Sin embargo, no hace falta irse tan lejos para admirar esta peculiar técnica constructiva que el año pasado fue declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Las hay en las Islas Baleares y en Cataluña, y también en Aragón, abundantemente, si bien es en un pequeño municipio del norte de la Comunidad Valenciana, a 1.125 metros de altitud, donde han decidido convertir esta riqueza pétrea en reclamo turístico. El pueblo en cuestión se llama Vilafranca y se vanagloria de ser el municipio con más paredes de piedra y casetas de piedra en seco dispersas por su término municipal: más de mil kilómetros de pared y más de mil casetas. ¡Ahí es poco!
Para quienes tengan curiosidad en adentrarse en este patrimonio humano la mejor opción es dirigirse en primer lugar al Centro de Recepción de Visitantes y el 'Museo de la Piedra Seca', situados en el casco antiguo de Vilafranca. El museo abrió sus puertas el año 2006 y, 13 años después se ha convertido en una referencia en esta materia. Una visita guiada junto al técnico de turismo del municipio sirve para adentrarnos en este valioso paisaje humanizado y también para responder a las primeras preguntas: ¿Qué sentido tiene esta técnica constructiva? ¿Cuál es el secreto de su perdurabilidad?
Para dar respuesta a lo primero hay que entender la realidad de este enclave, y en general, de las comarcas de Els Ports y Maestrat: situado en las últimas estribaciones del sistema Ibérico, se trata de un territorio de clima riguroso (¡sí, a una hora en coche del mar Mediterráneo también hace frío!) y con unos suelos poco fértiles, salpicados de piedras aquí y allá. A los habitantes de esta zona, pues, no les quedó otra opción que hacer de la necesidad virtud: durante generaciones –y mientras el sector primario fue la base económica de este territorio– desenterraron miles de piedras para ganar metros de cultivo y aferrarse a una agricultura de subsistencia. Fue un proceso de transformación de la tierra hercúleo que llevaron a cabo los labradores de la zona por pura necesidad, el "testimonio de una epopeya popular, anónima, enorme", como lo calificó el celebrado escritor y periodista catalán Josep María Espinàs.
Porque con todas aquellas piedras, aquellos humildes e involuntarios arquitectos levantaron interminables muros y salpicaron el horizonte de casetas (barracas las llaman en otros puntos de la península), unas construcciones adustas y sencillas que utilizaron para guardar aperos o refugiarse si en mitad de un pastoreo amenazaba tormenta.
Entrar en el interior de una de estas casetas y echar la vista hacia arriba para observar sus falsas bóvedas es una delicia: las losas van sobresaliendo las unas sobre las otras hasta cerrarse en el punto más alto y configurar un cerramiento insuperable, impermeabilizado, sin un gramo de argamasa ni una viga de madera. Una estructura perfecta, integrada en el paisaje, estable, bioclimática, a su manera, donde cada piedra, ya sea grande o pequeña, tiene su función en el sostenimiento de la estructura. Porque, como dicen en la zona, "tota pedra fa paret" (toda piedra hace pared), un dicho que se aplica a esta técnica arquitectónica pero que bien se puede aplicar a cualquier faceta humana.
Como no hay teoría sin práctica, lo mejor que puede hacer el visitante curioso es pasearse por alguno de los muchos senderos y azagadores que atraviesan el término municipal de Vilafranca. Lo más adecuado es dejarse guiar por alguno de los tres itinerarios que el 'Museo de Piedra Seca' ha diseñado para a ver in situ este patrimonio declarado Bien de la Humanidad. Son paseos agradables, de dificultad baja y bien señalizados, aromatizados por el espliego y el tomillo. A través de estos itinerarios los visitantes pueden acercarse a la complejidad de esta técnica constructiva, cuyo principal secreto es colocar cada una de las piedras reposando sobre otras dos.
Pero hay más por descubrir: saber qué es una piedra gorronera, subir por una escalera, intentar pasar por un contador de ovejas, distinguir una caseta redonda de una cuadrada, descubrir la magnificencia de sus pesados dinteles… En definitiva, dejarse llevar por la belleza calcárea de este paisaje construido después de un duelo entre seres humanos y piedras que, en beneficio de ambas partes, ha quedado en tablas.