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Canarias e Inglaterra llevan siglos estrechamente vinculados por una historia común que se inició en el siglo XVI y de la que dan testimonio numerosos relatos de viajeros y comerciantes. De 1583 es A Pleasant Description of the Fortunate Ilandes, called the Ilands of Canaria, with their straunge fruits and commodities, la primera monografía en inglés sobre las islas, escrita por Thomas Nichols, un agente comercial de la época vinculado al mundo del vino: ya en aquella época se exportaba vino canario a Inglaterra, que con el tiempo se convirtió en algo tan apreciado que se le daba como obsequio a los poetas laureados británicos, una especie de premios Nobel de la poesía inglesa.
Hubo altibajos en la relación, sobre todo tras la Guerra de Sucesión de 1702, que supuso el abandono de la comunidad protestante británica. Pero la colonia británica se revitalizó con el tiempo, especialmente, desde el siglo XIX, con el desarrollo de un turismo aristócrata y burgués a la búsqueda del relax en un clima templado donde curar la salud maltrecha. También llegó la exportación de plátanos y tomates a Inglaterra, la pamela, el salacot, los partidos de críquet. Y más tarde, el chocolate Cadbury, las digestive de McVities o las vacaciones de Los Beatles en 1963, cuando casi nadie los conocía en España.
Entre los enclaves preferidos de los británicos en Canarias siempre ha estado el Puerto de la Cruz, que todavía hoy conserva una pequeña comunidad de británicos nativos y descendientes, así como vestigios arquitectónicos de esta peculiar colonia fuera de los dominios del imperio británico.
Si el jardín de El Sitio Litre hablara, probablemente podríamos enterarnos de buena parte de la historia de la comunidad inglesa del Puerto de la Cruz. Según el historiador Nicolás Lemus, no se sabe exactamente la fecha de construcción de la casona colonial que hay en este lugar, pero el primer propietario conocido fue John Pasley, mercader de vinos en el siglo XVIII.
Como no tenía hijos, Pasley mandó a buscar a alguno de sus sobrinos a Escocia, y llegaron en 1774 a la isla Archibald y James Little, hermanos de apellido impronunciable para los canarios de aquella época. De ahí lo de Sitio Litre, de Little. Allí estuvieron casi cincuenta años, mirando desde el frente al océano Atlántico y por la parte de atrás a un jardín cada vez más admirado por los visitantes de la casa.
Por aquel lugar pasó en 1792 el famoso viajero inglés George Stauton, que acompañaba al embajador Lord George Macartney en la primera misión diplomática británica a China. También lo visitó el célebre Alexander Von Humboldt, geógrafo, astrónomo, humanista, naturalista y explorador berlinés. Luego, a mitad del siglo XIX, la propiedad cambió a manos del académico británico Charles Smith, que había alquilado la casa en 1836, tras su llegada a la isla para curar su precaria salud.
Sus descendientes vivieron en la casa hasta 1996. Y durante todos esos años siguió siendo un lugar de encuentro para los visitantes británicos. Entre ellos, William Wilde, padre de Óscar Wilde y médico de la reina Victoria, o el famoso astrónomo Charles Piazzi Smyth, que descubrió los cielos de la isla.
También la visitó la pintora paisajista Marianne North, que dijo de sus jardines:"El suelo estaba cubierto por los blancos pétalos de la naranja y el limón, mientras las enormes rosas cherokee cubrían una gran pérgola y un cobertizo con magníficas flores. Nunca olí rosas tan perfumadas como las de aquel jardín. A lo lejos despuntaba la cima nevada del Pico, maravilloso tanto a la salida como a la puesta del sol, incluso más deslumbrante bajo la luz de la luna" (Recollections of a Happy Life).
De 1952 a 1956 pasó allí los inviernos la pintora surrealista Eileen Agar, acompañada de su marido, el escritor húngaro Josef Bard. Amiga de Dalí y André Breton, trajo un poco de aire fresco a la bohemia local, enmohecida por la grisura del franquismo.
Pero una de sus visitantes más ilustres fue Agatha Christie, que visitó la casa y su jardín en 1927, durante su estancia en el 'Hotel Taoro' del Puerto de la Cruz, por entonces lugar de referencia de la colonia británica y hoy tristemente abandonado. Allí termina su novela El misterio del tren azul y escribe el relato El hombre del mar, escenificado en el Puerto de la Cruz.
El propietario actual del Sitio Litre, John Lucas, es un británico ya nacido en Gran Canaria, sin pasaporte español, que tiene un porte absolutamente británico y habla un perfecto inglés, lo cual muestra la sólida identidad de una comunidad que cada día es más menguante pero que ha mantenido sus esencias a pesar de los años.
John Lucas y su esposa española, Marty Sánchez, han dedicado su tiempo y su dinero a cuidar este jardín hoy en día abierto al público, haciendo honor a una arraigadísima tradición británica. Salpicado de bustos y referencias a sus visitantes ilustres, el jardín tiene un drago centenario y un estupendo orquidiario con más de 250 variedades. Para quien después del paseo quiera sentarse a disfrutar un rato, tiene una cafetería muy agradable que da a la parte trasera de la casa y donde es posible tomarse un café o un buen té inglés. Con un pedazo de cake.
Diseñada por el arquitecto Walter Wood, se inauguró en 1891, muy cerca del 'Hotel Taoro', aunque no fue consagrada hasta 1893 por el obispo de Sierra Leona. Y es que había que atender a la creciente comunidad británica, que llegó a reunirse en un granero para celebrar sus oficios religiosos. En 1886, de los 4.000 habitantes del Puerto de la Cruz, unos 500 eran británicos.
Con un estilo neogótico evidente, exactamente igual al de muchas iglesias de Gran Bretaña, la iglesia fue financiada gracias a las donaciones de la comunidad anglicana, incluida una cuenta en Londres. Hoy en día sigue siendo un importante lugar de encuentro, e incluso se abre un mercadillo muy pintoresco el primer sábado de cada mes.
Hasta hace muy poco se pensaba que este cementerio inglés que gestiona la Iglesia Anglicana había sido holandés en sus inicios. Sin embargo, el historiador Francisco Fajardo Spínola asegura en su artículo El Entierro de los ingleses del Puerto de La Cruz, aún en fase de publicación, que el cementerio fue siempre inglés y que su origen data de entre 1669 y 1673, lo que lo convierte en el cementerio protestante más antiguo de España.
Conocido como "La chercha", no se sabe bien si por derivación de la palabra inglesa church –iglesia– o churchyard –cementerio–, el camposanto inglés fue la mejor de las soluciones, un arreglo político-religioso que permitió que los británicos fallecidos en la isla pudieran recibir una digna sepultura. Por aquella época, los protestantes anglicanos eran considerados unos herejes para la Iglesia Católica, que rechazaba enterrarlos en sus cementerios; así que muchas veces eran simplemente lanzados al mar cuando fallecían.
Aun hoy en día se sigue enterrando a gente. Pero ya no hay que hacerlo al anochecer, como en aquellos años, cuando, como relata Fajardo Spínola rescatando documentación del Tribunal de la Inquisición, el féretro tenía que llegar al cementerio acompañado de una escolta militar para evitar la burla y las pedradas de los jovenzuelos del lugar, a los que nos les importaba que el muerto pudiera ser un comerciante inglés bien relacionado con algunas élites isleñas. Eran protestantes y punto.
A algún aficionado a la hipérbole le dio por decir que era una de las mejores bibliotecas en lengua inglesa fuera de Gran Bretaña. Pero no se puede negar que más de 30.000 libros en inglés en una pequeña ciudad turística canaria son todo un mérito. Sobre todo, si tenemos en cuenta que ha sido un trabajo de la comunidad. Fundada su sociedad en 1900 e inaugurado su edificio en 1903, la biblioteca ha jugado un papel muy importante en la vida cultural de la comunidad británica. Tiene también ese estilo neogótico tan identificable en muchas casas inglesas.
Con 340 socios y 40 voluntarios, sigue siendo un espacio de encuentro, y con los años se ha abierto también a extranjeros de otros países y a los españoles interesados en aprender inglés. Abre los lunes y los viernes por la tarde y los miércoles y los sábados por la mañana. Es muy agradable sentarse en el jardín, en cuyas mesas se puede ver a la gente charlando, tomando el té o leyendo la prensa inglesa. Los sábados por la mañana, una de estas mesas suele estar ocupada por un grupo donde se reúnen españoles y británicos a practicar idiomas: un trocito del viejo imperio británico al alcance de la mano.