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En 'Guía Repsol' viajamos allí tantas veces porque nos genera adicción. Entre las montañas y valles que jalonan el Pirineo Aragonés es fácil contar, no uno, sino varios pueblos, villas, aldeas hermosas, cada una mas difícil de escoger que la otra por su belleza. Tras una caminata madrugadora, reposar el ánimo en un atrio del románico o en una posada que fue casa señorial y mantiene las ventanas góticas italianas, bajo un dintel de chimenea que afuera luce sombrero de bruja, es un lujo. Todos estos pueblos de Huesca son un refugio seguro en tiempos duros o blandos. Nos acogen con elementos que curan nuestras almas: deporte, naturaleza, belleza, silencio y paz. Estos son nuestros siete favoritos, los conocemos, los pateamos.
Y no porque a la entrada leamos en un cartel que es uno de los "Pueblos más bonitos de España". No lo necesita. Su origen árabe y la disposición de las casas formando una media luna le da esa panorámica tan pintoresca a la población. Esta villa medieval (Al-Qsar) de origen árabe cumple todos los requisitos de los pueblos con encanto. Pero además de sus famosas pasarelas, sus murallas-fortaleza y la colegiata, te van a hacer tan feliz como su vino. Somontano, naturalmente.
Asentada sobre un cerro con forma de proa de barco, la villa medieval de Aínsa recibe al viajero en medio del valle dominado por la Peña Montañesa (valga la redundancia) de 2.295 metros. La ciudadela fue construida en el siglo XI, declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1965 y completamente restaurada a finales del siglo pasado. El resultado: un casco histórico de revista, con gusto por el adoquín y donde nunca falta ese ambiente tan característico que la hace una de las joyas del Pirineo. Recuerda: "Capital del Turismo Rural" en una comarca de ensueño, merece la pena quedarse a dormir.
El Valle del Tena son palabras mayores en el Pirineo Aragonés. Entre Lanuza y Sallent de Gállego hay cuatro kilómetros escasos y maravillosos para disfrutar, vivir y dormir, después de una jornada de cuento en trineos de perros. O haciendo un iglú. Lanuza, recuperado en las orillas de los embalses, conocido por el festival de música Pirineos Sur –donde cada verano se encuentran continentes, culturas y sonidos–, contrasta con poblaciones de larga historia como Sallent de Gállego, un antiguo pueblo de realengo de unos 1.800 habitantes, que actualmente es la capital del valle. El fraile León Benito Martón, conocido escritor sallentino del siglo XVIII, cuando escribió la historia de Sallent, decía que en sus cercanías se hallaba enterrada el Arca de Noé, nave salvadora de las especies de la tierra que acabó enclavada en el valle de Tena cuando acabó el diluvio universal.
Roldán y un presunto sobrino de Carlomagno, los cátaros, los monjes hospitalarios o contrabandistas míticos de la frontera se esconden por las estrechas y empinadas calles de uno de los pueblos medievales de Huesca, Torla, en las tardes de invierno. Lejos del gentío estival, la villa medieval regresa a su esencia. Desde este enclave, repleto de leyendas fronterizas y de contrabandistas, el acceso a los valles de Bujaruero y Otal es una alternativa al maravilloso Valle de Ordesa, lleno de secretos.
Comparte con la montaña la naturaleza rocosa de la materia prima que compone sus calles y su conjunto histórico, que goza de la consideración de bien de interés cultural. Aquí, es posible volver a los tiempos anteriores a la Guerra Civil española, observando a los vecinos lucir los trajes tradicionales ansotanos, cuando pasean por el entorno del fornido Torreón Medieval o rodean la monumental iglesia de San Pedro, austero ejemplo del gótico de transición y orgullo de la localidad, señalizado por su bonito campanario. Una jornada por la selva de Oza, rematada con el refugio Gabardito, y prometemos días inolvidables.
Aquí, arte y esquí son amantes promiscuos, compaginan a la perfección, porque no hay nada más lúdico que tras una jornada única en la nieve, perderte en el museo románico de Jaca, uno de los pueblos de Huesca para visitar, para descubrir la belleza que encerraban esas iglesias, un cómic que los artistas del gótico entendieron pero la religión de la Inquisición, mucho menos. Y luego, cubiertas las necesidades del cuerpo y el alma, es fácil darse a la lujuria de la comida en este lugar embrujado de la provincia de Huesca.
Una vez en la vida, uno debería descansar en Santa Cruz de la Serós, despertarse con una ventana a su maravillosa iglesia –o a San Caprasio– respirar y saber que está a minutos de entrar en el tiempo remoto, medieval, de historia y leyendas con tumbas de grandes reyes de Aragón y el cáliz con la sangre de Cristo. Esto es Santa Cruz y San Juan de la Peña. Dos hermosos pueblos de Huesca. Una pasión.