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No importa qué mes elijamos para visitarlo: alguna de las 4.000 plantas suculentas del Jardín de Cactus de Lanzarote siempre nos recibirá con brillantes inflorescencias amarillas, naranjas o púrpuras.
Si queremos conocer en todo su esplendor el patrimonio vegetal endémico de la isla, plantas que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo, tendremos que venir en invierno: solo así seremos testigos de las rosetas del Aeonium lancerottense, que también pueden verse en estado salvaje, salpicando la lava negra del malpaís con ramilletes rosas. La Caralluma burchardii experimenta una transformación espectacular con la floración. Fea y demacrada en verano, pero espectacular en la estación húmeda cuando se viste con flores púrpuras, marrones y amarillas en forma de estrella.
Antonio Martín es el responsable del bienestar de todas las especies vegetales de este Centro de Arte, Cultura y Turismo de Lanzarote. Su trabajo es "el mantenimiento, la poda, la limpieza, la importación de nuevas especies… hasta las visitas guiadas a estudiantes de jardinería", asegura. Un segundo trabajador le ayuda a cuidar de los 8.500 m2 de jardín. El ratio trabajador/planta dejó patidifuso al naturalista francés Jöel Lodé.
Cuando este cactario abrió sus puertas en 1990, la Neoraimondia herzogiana no llegaba a la rodilla de Estanislao González, el botánico encargado de seleccionar las especies que poblarían este jardín especializado en cactáceas. Casi treinta años después, tenemos que alzar la barbilla para abarcar la altura de esta planta de origen boliviano. Lo mismo pasa con los ocho metros de la Euphorbia candelabrum, propia de Somalia.
Algunos niños vienen buscando "los cactus que salen en las películas del Oeste", esos ejemplares de 300 años que todavía pueden verse en el desierto de Sonora y que salían en las pelis de John Wayne. La misma especie está en este Jardín de Cactus: es la Carnegiea gigantea, más conocida como saguaro, "pero solo tiene 26 años y le quedan otros 26 años para ramificar" –ríe Antonio– ¡Yo no lo veré!".
El Jardín de Cactus ocupa el terreno de una antigua cantera de donde se extraía rofe, una gruesa arena volcánica que resulta fundamental para las labores agrícolas de Lanzarote. El campesino la usa desde las erupciones del siglo XVIII para recubrir el suelo cultivado y que conserve mejor la humedad. Toda gota de agua es precisa y preciosa en una isla donde el sol evapora una parte de la escasísima lluvia.
Los agujeros de aquella cantera se convirtieron pronto en una escombrera ilegal. César Manrique quiso recuperar este espacio degradado. Rodeado como estaba por los campos de tuneras de los pueblos de Mala y Guatiza, se le ocurrió diseñar un lugar que reuniera plantas crasas de Lanzarote y de dos continentes con los que la isla guarda una especial relación: África, de donde llegaron los primeros pobladores de la isla después de la caída de Cartago; y América, tierra a la que emigraron muchos conejeros huyendo de dramáticas épocas de sequía.
Plantadas en distintos niveles, en terrazas de piedra volcánica protegidas del viento con muros del mismo material, este patrimonio botánico –con varias especies en peligro de extinción– es el fruto del trabajo de mucha gente: Eloíno Perdomo, un apasionado de la naturaleza que tiene una admirada y estudiada colección privada de cactus; Guillermo Perdomo, "gran conocedor de las cactáceas"; Vicente Martín, padre del actual jardinero; el maestro artístico Jesús Soto, que veló para que la esencia de los cactus estuviera presente hasta en los pomos de las puertas… Todo este trabajo colectivo, que aúna botánica, arquitectura rural y sabiduría vernácula, recibió en 2017 el prestigioso premio internacional de paisajismo Carlo Scarpa.
Prohibido marcharse sin subir al molino del siglo XIX y sin sentarse a la sombra del bar, que ofrece una panorámica espectacular del laberíntico anfiteatro vegetal. Dos lagunas con dos monolitos de rofe, nenúfares y peces naranjas dan un frescor orientalizante al entorno. Podríamos despedirnos con un queso de la tierra y unas clásicas papas arrugadas, pero no. De ninguna manera. Queremos más verde y pedimos una hamburguesa de cactus, una idea que el chef ejecutivo de los Centros de Arte Cultura y Turismo de Lanzarote, Alberto Nieto, tomó de un puesto del vecino mercado de Teguise, que cada domingo concentra a multitud de personas en busca de vermús, ropa y objetos artesanos.
"Lleva un 50 % de carne de tunera (una cactácea que se extiende por toda la isla) y otro 50 % de productos típicos de Lanzarote: papa, millo y cebolla". Una salsa de yogur de cabra y unas hojas de rúcula terminan esta burger vegetariana. La sensación de habernos paseado por un sitio de ciencia ficción se intensifica cuando le damos el primer mordisco y vemos el color fucsia de la miga. "El panecillo lleva un concentrado de tomate", explica el chef, que ahora está buscando la receta perfecta de un helado de flor de cactus.
Adaptadas al entorno, a veces desértico otras veces tropical, las plantas crasuláceas que nos han fascinado hoy son unas noctámbulas: mientras la mayoría de sus compañeras del reino vegetal absorben dióxido de carbono durante el día, ellas lo hacen durante la noche. Las púas, igual que la cera que recubre su carne, sirven para evitar la pérdida de agua y protegerse de los herbívoros que desearían pegarles un mordisco. La pelusa blanca que crece en la coronilla de algunas sirve de boina y las protege del sol. Su vida es una lucha constante contra la evaporación. Con el escueto chubasco de cinco litros que cayó hace unos días en el norte de Lanzarote, muchas de ellas tendrán alimento para tres semanas.
JARDÍN DE CÁCTUS DE LANZAROTE - Avenida Garafía, s/n. Guatiza, Las Palmas. Tel. 901 20 03 00.