Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
El paseo por las calles de Covarrubias es una ilustración de la preciosa arquitectura castellano y leonesa de la Edad Media, con las vigas de mampostería empotradas en sus fachadas, sus paredes de muros recios, a veces barrigudos, ponen muy fácil trasladarse al pasado. En los tiempos del conde Fernán González o de Alfonso el Sabio -sí, el primogénito de Fernando el Santo, el de Burgos- se hablaba de tierras conquistadas, pero lo que ha permanecido es la colegiata que acoge la tumba de una mujer vikinga, con su estatua enfrente, y la torre de una hija castellana que creía en el amor.
Urraca da nombre al torreón -había otro que se vislumbra desde cualquier parte del pueblo, enlazando con la muralla, por fuera corre el precioso río Arlanza- y tiene una historia entre siniestra y romántica. Urraca era hija del famoso Fernán González -ya se sabe, un señor muy castellano empeñado en tener más tierras, protagonista del romance por su Caballo y azor- quien quería casarla con otro aristócrata de León, para unir los dos linajes.
El caso es que la joven Urraca estaba enamorada de un pastor y no le apetecía del matrimonio de conveniencia, así que su padre la encerró en el torreón por desobediente. Los hay que apuntan a que la infanta fue emparedada en esa torre. Que se sepa, nunca se han encontrado sus restos en ninguna pared, pero tampoco sabemos si han levantado piedra a piedra.
La historia oficial cuenta que la muralla pertenece a las fortificaciones que Fernán González fue levantando a las orillas del Arlanza para defender el señorío de Lara frente a los ataques de Abd al Rahmán III. La torre donde encerró o emparedó a su pobre hija -leyenda- es la única que ha aguantado el paso del tiempo. Todo eso sucedió en el siglo X -y puede que a inicios del XI- pero en el XII se levantó el Palacio de Gobierno del Infantado de Covarrubias. Todo ardió en el XVII, salvo el torreón.
Un poco más allá, detrás de Urraca y frente a la colegiata de Covarrubias -de obligada visita- hay una triste estatua ya verdosa, poco respetada por los pájaros, que representa a la princesa Cristina de Noruega, protagonista de otra historia romántica.
Para quien no recuerde que en aquellos tiempos medievales -siglos X, XI, XII, hasta el XIII- deben de saber que los castellanos intentaban emparentar con las rubias bellas del Norte de Europa por razones estratégicas y fértiles. Fernando el Santo tuvo ocho hijos con Beatriz de Suabia (Alemania), antes de que esta muriera sin cumplir los cuarenta.
Así que su heredero, Alfonso el Sabio, harto de que la pobre Violante de Aragón no se quedara embarazada, hizo lo que su abuela había hecho con su padre, recurrir al Norte. Y desde Noruega llegó una princesa -cuentan que hermosa, muy vikinga- Cristina, hija de Haakon el Viejo.
Aquella pobre Cristina tardó tanto en atravesar la Europa medieval, que cuando llegó a Castilla, Violante ya estaba embarazada. El rey Sabio caso a la desbancada vikinga con uno de sus hermanos, pero cuenta la leyenda que la princesa noruega murió de pena (aunque fuera una neumonía) y aquí está, enterrada en la colegiata de San Cosme y San Damián, cuyo claustro ella contempla cada mañana. En invierno, la efigie sonríe cuando le viste la nieve, que le deben recordar a sus tierras noruegas.
Además de pasear por las calles empedradas, maravillarse con la arquitectura popular y las tiendas típicas -hay una botería que merece una parada- hay que dedicar un rato a la colegiata, al lado de la princesa Cristina, y entrar dentro. Para quienes queráis completar las historias de Urraca y Cristina con otros datos, la iglesia de Covarrubias, levantada sobre una románica, dice de sí misma que es gótica.
“Fue comenzada en 1474. De elegantes proporciones y planta de cruz latina, con tres naves y crucero, acoge entre sus muros los panteones de familias ilustres de la villa -dice la historia de la iglesia-. Bajo el altar mayor, descansan tres infantas abadesas, y en el presbiterio, el conde Fernán González y su esposa Sancha, esta última en un bello sepulcro hispanorromano del siglo IV. El retablo principal es barroco y el órgano, de magníficas sonoridades, es de la segunda mitad del siglo XVII”. Consejo, hay que llamar para visitarla, porque ya se sabe que los párrocos ahora tienen que cubrir muchas iglesias.
Las calles de Covarrubias, las orillas del Arlanza, las tierras rojas y las cuevas -cuevas rojas, orígen del nombre- y un paseo por fuera de la muralla, terminan por abrir el apetito definitivamente para sentarse en los bares de las dos plazas, muchos con terraza. 'Casa Galín' (Plaza de Doña Urraca, 4) era el más conocido, pero hay alternativas dignas para dar cuenta de todos los guisos castellanos de la zona. 'El Puente' (Barbadillos, 25) es otro de los sitios y además, tiene abierto más tiempo que los demás.