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Existen árboles en el mundo cuya majestuosidad tiene el poder de seducir, de hipnotizar. Te hacen observarlos ojiplático, con la boca abierta y sin apenas respirar. Ocurre con el Ficus de Lord Howe, el árbol más icónico del Jardín de Aclimatación de la Orotava, en el Puerto de la Cruz, un coloso de grandes raíces adventicias que parten del tallo y las ramas formando un sistema de columnas que ayudan a sostener a este árbol catedral. Cuesta distinguir el tronco principal de este ejemplar de casi 30 metros de altura cuyo origen se encuentra en la isla australiana que le da nombre, a unos 20.000 kilómetros de Tenerife. Casi nada...
Plantado en la década de los 70 del siglo XVIII por el jardinero mayor Hermann Wildpret, hoy, su bisnieto, el científico y naturalista Wolfredo Wildpret de la Torre, recuerda a sus 88 años la importancia que tuvo durante siglos este histórico jardín en la tarea de proteger muchas especies. "El jardín se creó en el siglo de la Ilustración, en época de Carlos III (1788), monarca que introdujo importantes adelantos en el estudio de la botánica y que apoyó su creación con el fin de aclimatar las especies exóticas traídas del Nuevo Mundo antes de trasladarlas a los jardines reales de Aranjuez y Madrid", comienza a explicar Wolfredo.
Un origen que va ligado al nombre de Alonso de Nava y Grimón, sexto marqués de Villanueva del Prado, el fundador y gran impulsor de este jardín cuyo busto decora uno de los rincones del paseo en su memoria. Célebres naturalistas internacionales como Alexander von Humboldt, Pierre Marie Auguste Broussonet, André Pierre Ledru o Philip Barker Webb visitaron el jardín en sus primeros años de vida aplaudiendo esta iniciativa que, a pesar de no cumplir su cometido -las especies nunca se adaptaron al clima de la Península-, sí consiguió ser todo un referente entre los científicos de la época.
Siempre que puede -y la calima le deja-, Wolfredo disfruta visitando el que es el segundo Jardín Botánico más antiguo de España -después del de Madrid-, pisando la tierra de esos mismos pasillos que también recorrió una y otra vez su bisabuelo, entre palmeras chilenas (Jubaea chilensis), árboles del paraíso (Strelitzia nicolai), jacarandas (Jacaranda mimo sifolia), pomarrosas (Syzygium jambos) o palos rosas (Tipuana tipu), entre otras muchas especies que llegaban de ultramar y se iban sumando a la familia de este particular paraíso vegetal.
"Mi bisabuelo fue el jardinero mayor durante 34 años (1860-1894) y le tocó vivir en una época difícil, con escasez de fondos, y en unas condiciones casi infrahumanas. Procedente de Suiza, era un hombre culto, muy preparado, un masón, que tuvo que poner dinero de su bolsillo para pagar a la gente que trabajaba con él. A pesar de las circunstancias, llegó a organizar reuniones de intelectuales y conciertos dentro del recinto", detalla este intelectual que se convirtió en el primer profesor de Botánica la Universidad de La Laguna donde impartió clases durante 36 años.
"Entre su legado, mi bisabuelo elaboró el primer catálogo público de plantas en 1889, importó 3000 especies exóticas de todo el mundo -tenía una empresa de jardinería- y plantó el Ficus, siendo uno de los árboles más veteranos del jardín con al menos 150 años", añade. Hoy, el jardín registra unas 2.500 especies tropicales y subtropicales de diferentes rincones del mundo, alberga un Herbario dedicado especialmente a la flora canaria con más de 37.000 pliegos, y un banco de germoplasma, para guardar semillas en peligro de extinción. Durante esta primavera, es además escenario cinematográfico del rodaje de series, como la nueva temporada de 'Foundation' (Apple TV+).
Un hermoso ciprés de los pantanos (Taxodium distichum) da la bienvenida a los visitantes que cruzan las puertas de este edén. El musgo blanco español que lo recubre (Tillandsia usneoides) le da un toque mágico, haciéndolo más bello si cabe ante los móviles que empiezan a disparar su cámara.
De la plazoleta en la que se encuentra, parten varios caminos que respetan el trazado original de finales del siglo XVIII, un diseño geométrico de calles perpendiculares donde no hay ningún orden establecido. Hecho así adrede, con la idea de vivir un caos natural, es como si te engullera la misma jungla... El paseo es en sí mismo una lección de botánica para mayores y un juego para los más pequeños, cuya atención la marca el color de las flores o los nenúfares que colonizan los estanques.
Según la dirección que escojas, puedes toparte con un sicomoro africano (Ficus sycomorus), el árbol preferido por los faraones egipcios, cuya simbología ligada a la muerte y a la resurrección hacía que siempre quisieran plantar uno cerca de su tumba; el árbol del pan (Artocarpus altilis), procedente de Indonesia, famoso porque inspiró el motín de Marlon Brando en Rebelión a bordo (1962); o el palo borracho de Sudamérica, el Ceiba speciosa más grande de todo Canarias, usado para la fabricación de canoas y cuyo tronco en forma de botella le da ese nombre. Su imponencia es apabullante, igual que las gruesas raíces retorcidas que sobresalen del suelo y se convierten en trampa para los caminantes más despistados.
Wolfredo está muy familiarizado con cada una de las especies que componen este oasis natural, con el que siente una conexión emocional. "Mi padre nos traía aquí a menudo a mi hermano y a mí. Después, con 16 años, aprendí a clasificar las especies junto al botánico sueco Eric Sventenius, amigo de la familia. Fue el primer científico botánico que vino a estudiar y a promocionar el conocimiento y la conservación de estas especies, además de que fue el fundador del Jardín Botánico Viera y Clavijo, en las Palmas de Gran Canaria", detalla. Hoy, cinco generaciones después, el amor por la botánica de su bisabuelo continúa con su tataranieto Wolf, el hijo de Wolfredo, que ahora estudia en Friburgo pero que planea regresar pronto a la isla.
Recorrer la exhuberancia de este recinto de 20.000 m2 activa los cinco sentidos. Cada árbol es una pequeña joya viva, con sus colores, formas y perfumes, con las texturas de sus troncos y la suavidad de sus flores, como las del plumerillo (Calliandra haematocephala) al que muy poca gente se resiste a acariciar entre sus dedos.
Pero cuidado, porque la belleza también oculta el peligro. Ocurre con el Trompetero de Ángel o Santas Noches (Brugmansia versicolor), un arbusto de Ecuador con gigantescas flores que cuelgan boca abajo y con un dulce aroma que desprende al anochecer. "Una planta muy tóxica que provoca alucinaciones y delirios, y que los chamanes del Amazonas utilizan para alcanzar un mayor estado de espiritualidad", desvela la audioguía que, a través de unos códigos QR, te cuentan los secretos de las especies más singulares.
Otros ejemplares tienen nombres tan sugerentes como el árbol de los 40 escudos (Ginkgo biloba), una especie sagrada de China considerada la especie vegetal viva más antigua del mundo; el árbol del chicle (Manilkara zapota), cuya sabia dulce ya masticaban los mayas; la oreja de mono (Enterolobium cyclocarpum), llamado así por la forma de sus vainas circulares; o el árbol de las salchichas (Kigelia africana), con unas flores acampanadas que desprenden un desagradable olor que atrae a los murciélagos que la polinizan. Sus frutos marrones en forma de salchichas bautizan esta especie natural de Senegal, Mozambique y Tanzania. Levanta bien la vista cuando llegues a los pies de la araucaria excelsa (Araucaria heterophylla), una conífera endémica de la isla australiana de isla Norfolk que con sus 44 metros es la más alta de todo el jardín. Otro monumento vivo que recuerda el cautivador poder de la madre naturaleza.
Ya fuera del Jardín, a menos de 30 minutos en coche, hay una visita ineludible para todo amante de la botánica: el Drago Milenario (Dracaena draco). Situado en el municipio de Icod de los Vinos, junto a la Iglesia Parroquial de San Marcos, este majestuoso árbol es una auténtica proeza de la naturaleza. El Parque visitable de 3 hectáreas, que diseñó precisamente Wolfredo junto a su mujer, la bióloga malageña Victoria Eugenia Martín, propone un paseo agradable para descubrir todo el esplendor de este árbol a muy poca distancia. Sus 18 metros de altura y sus 20 metros de diámetro en la base de su tronco imponen sobremanera cuando estás bajo su sombra.
Emplazado junto al barranco de Caforiño, su visita hay que hacerla de manera relajada, olvidándose de las prisas y deteniéndose en cada detalle. Es asombroso ver cómo sus tremendas ramas, que parecen rozar el cielo, cambian de tonalidad según la luz del día o la perspectiva desde donde lo observes. Declarado Monumento Nacional en 1917, se trata de Drago más grande y longevo que se conoce en el mundo en su especie con al menos 800 años de edad.
El paseo continúa por varias alturas engulléndote en un paisaje salpicado de laurisilva, palmeras, tilos, tabibas, cardones, viñátigos y aceviños, entre otras especies de flora canaria. Y todo con la silueta del Teide como telón de fondo. Pequeños puentes conectan el barranco, mientras una pequeña cueva recrea un enterramiento guanche. Para completar la experiencia, hay un restaurante con una agradable terraza y un merendero para hacer un pícnic con vistas al Drago.