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"Esta es la época en la que los ibicencos más disfrutamos de nuestra isla". Aunque seguramente no es unánime la opinión entre todos los lugareños, para muchos pitiusos es en estos meses de otoño e invierno cuando más provecho le sacan a Ibiza.
Ese disfrute de pasear por calles y plazas casi solitarias, sentarse en la arena de playas tranquilas donde el silencio solo lo rompen las olas, perderse entre pinares a la búsqueda de setas, el placer de una comida que se alarga hasta bien entrada la tarde o visitar sin aglomeraciones esos tradicionales mercadillos que aún rezuman espíritu hippie. Cambiamos el sombrero de paja, las sandalias de esparto y el vestido de lino por el abrigo, la bufanda y las botas para descubrir qué hacer, qué ver y dónde comer un fin de semana en la isla blanca cuando el frío aprieta.
Hace 40 años llegó a la isla pitiusa André Quidu desde Francia con su inconfundible bigote daliniano. "Me enamoré de la open mind de esta tierra y decidí quedarme". Desde 1987, su pastelería 'Croissant Show Ibiza', a los pies de Dalt Vila, se ha convertido en lugar de encuentro a primera hora de la mañana entre los que comienzan la jornada laboral y los que se resisten a finiquitar la noche de fiesta. "En otoño e invierno abrimos a las 7 de la mañana y cerramos a las 7 de la tarde –en temporada alta, el local está abierto 21 horas al día–". El cruasán, elaborado con la reconocida mantequilla DOP Charentes-Poitou, es la estrella indiscutible en sus versiones bio, integral, vegano, almendrado o relleno de jamón y queso.
Junto a su surtido de bollería artesanal, tartas caseras, sándwiches y quiches, que atraen sobre todo a una variopinta clientela extranjera, están sus contundentes desayunos y meriendas, entre los que destaca el Imperial: copa de champagne francés, fresas, tostada de salmón, caviar y cruasán. En el apartado de infusiones, muy recomendable la de frígola (tomillo silvestre recogido en luna llena), la de romero autóctono o la de salvia "de nuestro huerto".
Con las pilas bien cargadas, aprovechamos la mañana soleada para recorrer el casco histórico de Ibiza, conocido como Dalt Vila. Encerrado por unas espectaculares murallas –Patrimonio de la UNESCO–, sus plazas empedradas y calles empinadas, que conducen a la catedral de Santa María de las Nieves, invitan a perderse por ellas casi en soledad. Entrando por el Portal de Ses Taules nos encontramos con el Patio de Armas –donde hace años se ubicaba el primer mercado hippie de la isla– y la Plaza de Vila.
Aunque no tenga la misma actividad comercial y gastronómica que en verano, la vida intramuros no se detiene con la llegada del frío y los días de lluvia. Diseminados entre las fachadas blancas de las casas, hay varios museos para visitar, entre otros el de Arte Contemporáneo –con un suelo acristalado que deja ver las ruinas de unas casas púnicas del siglo IV a.C.– (Ronda de Narcís Puget, s/n); el Museo Puget –una casona gótica que alberga una colección de pinturas costumbristas de Ibiza de la primera mitad del siglo XX– (c/ Major, 8); o el Centro de Interpretación Madina Yabica –un viaje a la Eivissa musulmana a través de la tecnología audiovisual– (c/ Major, 2).
Tampoco hay que perder la oportunidad, ya que el sol da una tregua, de asomarnos al paisaje que ofrecen los siete baluartes con los que cuenta Dalt Vila. Las vistas más espectaculares las tendrás en el de Santa Llúcia, Sant Jordi y Sant Bernard, con panorámica del puerto deportivo, la platja d'en Bossa y la vecina isla de Formentera –si el día no está muy brumoso–. Por cierto, si durante el recorrido te entra un antojo dulce a media mañana, que no se te pase por alto el convento anexo a la iglesia de Sant Cristòfol (c/ Sant Ciriac, 2), donde las monjas de clausura agustinas –conocidas aquí como ses monjes tancadas– elaboran todos los días orelletes, rubiols y menjar blanc, pastas y postres de origen medieval muy típicos en la repostería balear.
Se acerca el mediodía y el estómago ya olvidó el desayuno, así que es momento de hacer una parada para compartir el aperitivo. Si no llueve, en el passeig de Vara del Rey y la plaza del Parque encontrarás montadas las terrazas donde tomarse el vermú o un vino al abrigo de las estufas. En la del 'Montesol by Hilton' (Passeig de Vara del Rey, 2), el primer hotel de Ibiza que abrió sus puertas en 1933, se sigue sirviendo su mítico chocolate con churros que atrae a abuelos, hijos y nietos. Desde hace dos años, el grupo Sagardí gestiona la carta del hall y la terraza del hotel, donde priman los platos de la cocina vasca. Junto al hotel está 'La Cava' (Passeig de Vara del Rey, 4), que suma a sus tapas y raciones una variada oferta de vermús y cócteles propios, seña distintiva de sus propietarios, el Grupo Mambo.
A la hora de comer, el referente indiscutible para los lugareños desde hace décadas (se fundó en 1934) es el restaurante 'Ca n'Alfredo' (1 Sol Repsol), que no cierra durante todo el año. El bullit de peix con arroz a banda, el gallo de San Pedro al horno, los calamares rellenos de sobrasada o el sofrit pagés –combinado de cordero, pollo, panceta, patata, sobrasada y butifarra–, se acompañan en esta casa con tintos, blancos y espumosos ibicencos, "injustamente desconocidos, pero de un insólito carisma autóctono y muy mediterráneo", como aseguran los propietarios, el matrimonio formado por Juanito Riera y Cati Riera.
También abren sus puertas en invierno los soleados 'Sa Nansa' (con sus múltiples arroces, el tradicional borrida de ratjada –guiso de raya–, las recomendaciones diarias de pescado y marisco fresco que hace Pedro Tur y las verduras de su huerta en San José, de la que presume con orgullo); y 'Trattoria del Mar', un napolitano con unas espectaculares vistas al puerto deportivo de Marina Botafoch, con el trasiego de yates y ferris procedentes de Formentera. Similares vistas se disfrutan desde la terraza acristalada del 'Sa Calma', otro de los restaurantes más en boga entre los locales, donde compartir una generosa ración de frita de pulpo o tabla de embutidos ibicencos.
Lo que empezó hace más de 60 años siendo un bar de carretera, abierto por el payés Joan Marí, se ha convertido en el mercadillo hippie más conocido de Ibiza. Sin la masificación turística del verano –donde se llegan a aglutinar hasta 20.000 visitantes–, las tardes de los sábados del otoño y el invierno son ideales para pasearse entre los puestos de Las Dalias, donde además de un amplio muestrario de la moda adlib se puede encontrar de casi todo: bisutería, artesanía, instrumentos musicales, discos, pinturas, antigüedades… ambientado con las sesiones de djs.
Los domingos, los ibicencos se trasladan al norte de la isla, al mercadillo del pequeño pueblo de Sant Joan de Labritja, que se instala todo el año en la Plaza España. Junto a la artesanía y vestimentas hippies, los vecinos también venden verduras y hortalizas ecológicas y elaboraciones caseras como mermeladas, pasteles, conservas y cervezas artesanales. Aquí las compras se amenizan con actuaciones en directo de artistas locales, nacionales e internacionales, que se pueden seguir mientras se toma una copa de hierbas ibicencas en el histórico Estanco de 'Can Vidal' (abrió sus puertas en 1847), que ahora regenta Vicent Torres, quinta generación familiar.
Aunque son las noches de los jueves las que están de moda entre los ibicencos para salir de tapeo, los fines de semana la céntrica avenida de Ignasi Wallis y sus calles paralelas también están repletas de devotos del pintxo. Uno de los locales en los que es difícil hacerse hueco es 'Can Terra', que cumple cinco años desde que lo abrieran los vizcaínos Kike, Jaime y Jonathan. Por su amplia barra circulan unas 70-80 variedades de tapas, muchas del recetario vasco: fritos, bacalao confitado, txangurro, pimientos del piquillo, chistorra..., con alguna deferencia a la gastronomía balear, como la sobrasada. "Aunque las tortillas, en sus múltiples versiones, y el bocatín de jamón con tomate siguen siendo los grandes triunfadores", reconocen los dueños. Entre los vinos, un viaje por casi toda la geografía nacional, ponen en valor un reserva y un crianza propios que acaban de estrenar de la bodega Lan (La Rioja), y cuya botella está customizada con la imagen de los camareros caracterizados como mimos.
Otra parada del tour pintxonero es 'Mar a Vila', donde a las tapas frías y calientes se suman las latas de conservas, las tablas de quesos de casi toda España (Payoyo gaditano, Torta del Casar extremeña, Mahones curados de Menorca, Pata-Mulo de Ávila, Arzúa-Ulloa lucense...) y una carta de platos más elaborados, como el atún glaseado con soja, tempura de alga nori y espuma de café o el kebab de cordero (más similar al tradicional turco que al que se ha popularizado en los últimos años). Para beber, hasta 24 tipos de vermús, con un amplio recorrido autonómico, además de una pequeña selección francesa e italiana.
Para los amantes de la naturaleza salvaje, el norte de Ibiza es un paraíso en los meses otoñales e invernales. Esta tierra de payeses, la reserva de Es Amunts, se presta para rutas de senderismo, mountain bike, cicloturismo e incluso escalada de acantilados para los más profesionales. La arena de la playa da paso a los pinares y campos de abundante romero. Si en primavera el camino desprende aromas a hinojo, hierba luisa y enebro y el verano se engalana con buganvillas, adelfas e hibiscos, en otoño toman protagonismo el azafrán, los algarrobos maduros y las setas, justo antes de dar paso a uno de los principales atractivos de la isla en invierno: la floración de sus almendros desde principios de enero hasta mediados de febrero.
Y aunque el agua fría del Mediterráneo en esta época no invita a mucho baño, no hay que descartar una visita a las playas y calas que, a diferencia del verano, estarán casi exclusivamente para nuestro disfrute. La extensa playa d'en Bossa, masificada por turistas y macrofiestas en temporada alta, se puede recorrer en un agradable paseo en el que contemplar, si el cielo está despejado, la silueta de la vecina Formentera y los juegos de los delfines cerca de la orilla.
En esta época del año, toman protagonismo en los fogones payeses la matanza, con la sobrasada y la butifarra como grandes estrellas. El arròs de matances o la frita de porc son dos ejemplos de platos imprescindibles en muchas casas de comida, junto a las preparaciones micológicas, con los sabrosos pebrassos, los robellones, gírgolas, picurneis, pixacà, rogetas, llengua de bou... que crecen en la reserva de Es Amunts. Para los más golosos, no puede faltar el remate con una porción de flaó (tarta de queso fresco de cabra con hierbabuena) o de greixonera (pudin elaborado con restos de ensaimada), así como la navideña salsa de Nadal, a base de almendra, huevo, caldo de pollo, miel, canela y otras especias.
Entre esos rincones gastronómicos del centro y norte de la isla, los locales suelen apostar por clásicos como 'Es Pins' (Ctra. C-733, Km 14,800), con su particular pan de anís y alioli casero para acompañar paellas, guisos y platos de matanza; 'Ca's Pagès' (Ctra. San Carlos, km 10), con carnes a la brasa y cordero al horno de piedra; 'Balàfia' (Ctra. de Sant Joan, km 15,400), con un menú de mediodía –por las noches no abre en invierno– a base de carne, patatas fritas y ensalada, que si el tiempo acompaña, lo mejor es disfrutarlo en su patio de naranjos; y el must 'Bar Costa' (Plaça de l'Esglesia, 6. Santa Gertrudis de Fruitera), especializado en bocadillos –con el mítico de jamón serrano de Murcia o el de cecina, con pan tostado, no fallarás–. En las paredes de este humilde local cuelgan obras de artistas como Antonio Villanueva, el chileno Andrés Monreal o el pintor local Toni Pomar, que en su día las canjearon por uno de estos bocatas.
Y es difícil encontrar un mejor cierre a estas dos jornadas que contemplar el, para muchos, mejor atardecer de Ibiza ("¡incluso del mundo!"). En Cap Negret, una urbanización a las afueras de Sant Antoni de Portmany, decenas de clientes se reparten por los bancos y mesas de la terraza del 'Hostal la Torre', a escasos metros de una ladera rocosa que desemboca en el Mediterráneo. Compartiendo con alguien especial una copa de champán, unas hierbas ibicencas o uno de los 22 cócteles que personalizan para cada cliente los barman de este establecimiento, uno se olvida del mundo viendo esconderse el sol tras la silueta de Illa Sa Conillera.