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Al conducir desde Sevilla en dirección a Aracena, en la provincia de Huelva, la N-433 regala una última curva tras la que sorprenden las primeras vistas de la imponente localidad. Con su vetusto castillo coronando el blanco caserío y el cielo azul límpido, inmenso, enmarcando la postal, la estampa es de esas que se quedan grabadas en la memoria. Sin embargo, en esa primera toma de contacto, lo que menos se puede imaginar es que el enorme cerro sobre el que se asienta el pueblo se halla prácticamente hueco. De manera literal.
Ha sido la erosión producida por el agua de la lluvia, que ha ido filtrándose a lo largo de millones de años en el terreno cárstico predominante en la zona, la que ha ido moldeando su interior, plagado de formas imposibles y repleto de inmensas galerías y de coladas, de lagos subterráneos y densos bosques de estalactitas. Un universo paralelo que descubrir bajando a las entrañas de la tierra. La Gruta de las Maravillas, nos espera.
Lo primero que llama la atención es su ubicación, en pleno casco urbano de Aracena: el acceso se realiza a través de una puerta que, rodeada de macetas y flores, bien podría parecer la de una casa particular de las muchas que la rodean. En las inmediaciones, calles empedradas de aspecto rural responsables de gran parte del encanto que desprende la localidad. Un estrecho canal de agua discurre por el centro de la vía peatonal. Al fondo, en azulejos, se anuncia bien grande la entrada.
Es una vez en su interior cuando se empieza a bajar las escaleras que conducen al inicio de la gruta, el momento en el que un detalle se hace patente: “La temperatura es constante todo el año”, comenta Manuel Jesús Martín, guía oficial del monumento. “Oscila entre los 16 y 19 grados, más o menos, y esa pequeña diferencia varía dependiendo del nivel de galería en el que estemos. Se han descubierto tres diferentes, aunque solo son accesibles a los visitantes dos de ellas”, añade. La humedad, ya lo percibimos, es muy alta: casi del 100 % durante todo el recorrido.
Tras los escalones, un largo pasillo se adentra aún más en la montaña, dejando atrás la vida en superficie. Es entonces cuando se empieza a tomar consciencia del lugar único en el que nos encontramos. “La referencia más antigua en cuanto al descubrimiento es de 1850. Dicen que las prospecciones mineras de mediados del siglo XIX fueron las que lo revelaron. A partir de ese momento empezaron las primeras incursiones hasta que, en 1914, se abrió al público de manera regular. En este sentido fue pionera: es la primera cueva turística en España y Europa”, comenta.
Esa, claro, es la versión oficial. Sin embargo, muchos son los que se quedan con la leyenda: la que cuenta que un día un animal -hay quien dice que un carnero; otros, que un cerdo- cayó por un agujero y que, al ir a buscarlo el dueño, descubrió la cueva. “Podría ser una teoría totalmente cierta”, comenta Manuel, “sobre todo porque, aunque ahora toda esta parte del pueblo está repleta de casas, antes era zona de pastoreo”, concluye.
De repente, se hace la luz. O, al menos, eso parece, porque las paredes, techos y suelos -repletos de estalactitas, estalagmitas, columnas, gours, coladas excéntricas y un sinfín más de conceptos completamente nuevos para nosotros- parecen resplandecer a nuestro paso. Su brillo es debido al material calcáreo del que están formados. El pasillo se ensancha y se alcanza la inmensidad: la primera de las galerías hace su aparición.
“Las primeras personas que entraron aquí, en función de a qué se asemejaba cada sala, iban bautizándolas con un nombre. Esta es la Sala de las Conchas y sería de los primeros tramos que se descubrieron”, afirma Manu. “Lo que tenemos enfrente es una colada y el mineral del que están formados los espeleotemas es carbonato cálcico. Existen formaciones a nuestro alrededor datadas con más de medio millón de años: la edad geológica se nos escapa”, apunta el guía, y no puede tener más razón.
Apreciar cada rincón del espacio se hace inevitable. La iluminación, delicada y perfectamente integrada, descubre aspectos que a simple vista pasarían desapercibidos. Es increíble imaginar que estas galerías ya se encontraban aquí millones de años atrás. “En el primer nivel de galería, por donde vamos ahora, avanzamos en paralelo al acuífero, que es donde se acumula el agua de filtración de lluvia”, explica Manuel. Agua que no contiene vida, al menos de la que se ve a simple vista: sí que la habitan millones de microorganismos, aunque se trata de agua potable. De hecho, hasta los años 70, era el agua que llegaba a las casas de Aracena. “Siete u ocho días después de que haya grandes lluvias, la cueva es un espectáculo: donde caen ahora gotas, llega a haber prácticamente cascadas”, afirma nuestro guía.
El silencio es absoluto y solo el goteo del agua, incesante pero pausado, añade sonido a la escena. Aquí no se trata solo de lo que vemos: también de lo que oímos. “En función de cómo venga el agua hacia el interior, las formaciones que genera son distintas. Las coladas normalmente se crean cuando el agua fluye por una pendiente, pero es una lámina de agua continua, no una gota constante. En cambio, las estalactitas se producen cuando arriba, en la roca, hay fracturas y el agua circula por ellas. Al final, cuando ya no hay más roca para disolver, el mineral cristaliza y genera esas formaciones”, comenta.
La visita continúa por pasillos por los que un día desfiló el agua y que se han acondicionado para que hoy, quienes se adentran en la gruta, puedan caminar por ellos. El recorrido lleva hacia la Sala de los Brillantes, de techos altos y con un enorme lago custodiando la postal. “Hay algunos puntos de esta sala en los que existen hasta 50 metros hasta la bóveda”, detalla el guía. Subiendo al segundo nivel, es la Sala de la Catedral la que aparece. También elementos como La Inconclusa: una inmensa estalactita que parece estar a punto de unirse a una estalagmita y crear así una sola columna. “Crecen aproximadamente un centímetro cada 100 años. Quizás les quede unos dos mil años para fusionarse”, apunta.
Las estructuras imposibles, labradas pacientemente por el agua y el tiempo, se suceden. Pero al alcanzar Los Baños de la Sultana la emoción se apodera de los visitantes. Pocos lugares existen tan singulares como este, donde son los gours los protagonistas: “Son represas de agua naturales: debajo de la lámina de agua, por la saturación de minerales, crecen todas esas formas redondeadas que veis”, dice el guía.
La Sala de la Esmeralda, llamada así por sus tonos verdosos, o La Cristalería de Dios, donde la parte superior de la gruta estalla en excéntricas -lo que podría definirse como estalactitas que desafían a la gravedad creciendo en todas direcciones-, son abrumadoras. “Es la sala que más sorprende a la gente”, confiesa Manu. Un paisaje irreal más que añadir a la lista.
Pero si algo descubre la visita a la Gruta de las Maravillas es que la naturaleza es caprichosa, capaz de dibujar la realidad a su modo como si de un artista colmado de inspiración se tratara. Una inspiración que se ha visto reflejada en más de una ocasión en la gran pantalla: la Gruta de las Maravillas ha servido de escenario para el rodaje de películas como Viaje al centro de la Tierra, Titanes o Tarzán en las Minas del Rey Salomón. Y no es de extrañar: aquí, se mire donde se mire, hay una sorpresa esperando.
La Sala de los Garbanzos, apodada así por una cuestión bastante obvia, cuenta con unas características totalmente diferentes a las anteriores: “Estuvo inundada hasta 12 metros y todas estas pequeñas formas redondeadas crecieron debajo del agua. Por causas naturales, el nivel del agua bajó, pero al haber mucha saturación de mineral, empezaron a cristalizar”, aclara el experto. Sin embargo, la más popular entre los visitantes, la que todo el mundo se anima a fotografiar entre risas, es la de los Desnudos: las formas y tamaños de lo que parecen miembros viriles da para mucho juego.
Poco antes de finalizar la visita, una última anécdota: aunque por restricciones por covid solo es accesible en grupos privados y reducidos, la Sala del Banquete resulta ser mucho más que un espacio espectacular. Es el lugar donde se celebró un auténtico festín gastronómico con el mismísimo Alfonso XIII como anfitrión. “En 1927 se dio un banquete en esta sala. Por la cercanía al exterior, tiene algo muy curioso, y es que se ven las raíces de los árboles que hay fuera buscando la humedad de las coladas”, apunta Manu.
Cuando llega la hora de volver a subir las escaleras que llevan al exterior, la temperatura vuelve a cambiar y la humedad se rebaja: atrás queda todo un universo único y asombroso. Un tesoro bajo tierra; un capricho geológico. Una gruta, la de las Maravillas, que continúa latiendo más viva que nunca.
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