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Merece la pena perderse por sus callejones empedrados por la noche, disfrutar del atardecer en la plaza Vázquez de Molina o pasear a los pies de su muralla contemplando los interminables olivares. Ahí van seis razones que ayudarán a entender por qué todo aquel que la pisa se queda con ganas de mucho, mucho más.
Esta encantadora plaza es el perfecto reflejo de la riqueza arquitectónica de Úbeda y, como consecuencia, la principal responsable de su entrada en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO. En ella se alzan los edificios más emblemáticos de la localidad, como el antiguo Pósito, la cárcel del Obispo, el Palacio Vázquez de Molina (actual sede del Ayuntamiento), el Palacio del Deán Ortega, la Sacra Capilla del Salvador o la Basílica de Santa María de los Reales Alcázares.
Esta es una de las paradas obligatorias en la plaza. Es conocida como La Maldita por la cantidad de restauraciones a las que tuvo que ser sometida desde que comenzó a construirse en el siglo XIII. La última, iniciada en 1983, desveló que bajo ella se encuentran los restos de la Úbeda prehistórica.
"Se caracteriza por la austeridad, la sencillez y por esa mezcla del gótico-mudéjar con el barroco y el renacentista, ese no saber qué estilo estamos viendo", cuenta María Jesús Rodríguez, guía turística natural de la ciudad de Úbeda.
La basílica esconde algunos tesoros, como la chiquitita imagen de la Virgen de la Guadalupe –patrona de la ciudad– o la terraza de la sacristía, desde la que se pueden ver esos famosos "cerros de Úbeda" por los que nos vamos a veces. Lo ideal es visitarla por la tarde para que, al salir, puedas sentarte en uno de sus bancos de piedra a disfrutar del efecto que genera la caída del sol en los jardines, fuentes y monumentales edificios de la plaza. Una terapia de éxito.
Se trata de la primera capilla funeraria que se construyó en la península, por orden –en 1536– de Francisco de los Cobos y Molina, secretario de Estado del emperador Carlos I. El poder de su figura queda patente por toda la ciudad. "Fue un gran mecenas del arte, no porque supiera mucho, sino porque quería que lo recordarán para siempre. Apostó por traer un Renacimiento a la italiana a esta zona".
Prueba de ello es la impresionante fachada de su panteón, que evidencia el principal objetivo de Francisco de los Cobos: conectar con la divinidad para resucitar de entre los muertos. "Tan obsesionado estaba que dejó pagadas más de 1.000 misas en honor a su obra", revela la guía.
La iconografía corrió a cargo del capellán Fernando Ortega y el diseño final fue obra de Diego de Siloé. Éste terminó pasándole el testigo al omnipresente Andrés de Vandelvira, a quien había contratado desde el principio como cantero.
Con una torre circular a cada lado, la fachada es totalmente ascendente, como una especie de "escalera hacia el cielo", en la que se concentran cientos de referencias al más allá, a través de los dioses del Olimpo, por ejemplo; a la muerte, mediante calaveras y cuerpos desmembrados, y al poder, con los trabajos de Hércules. Todo está dirigido a la temática central de la capilla: la transfiguración de Cristo en el Monte Tabor. Una imagen que se replica dentro, en el altar mayor, a cuyos pies se encuentra la cripta con los restos de Francisco de los Cobos y de su mujer, María Hurtado de Mendoza. Ambos estratégicamente ubicados bajo la cúpula, una "representación del cielo totalmente idealizado".
A su izquierda, en la esquina del panteón, se halla otra perlita: la sacristía ideada por Vandelvira, quien sudó lo suyo para encontrar la manera de encajarla entre dos muros de carga sin romper la simetría de la construcción. El resultado es una entrada increíble y única en el mundo, en la que los muros abrazan la puerta para que no se venga abajo.
Úbeda es un auténtico cóctel de historia y cultura que, lejos de abrumar al visitante, detiene el tiempo para él y, de paso, le ayuda a bajar unos cuantos decibelios. Hay quien busca ver en ella el reflejo de la Mágina de las novelas de Antonio Muñoz Molina o esa Calle Melancolía de la que hablaba Joaquín Sabina. Pero haber sido la inspiración de estos dos populares ubetenses es solo parte de su encanto.
Quizá se manifieste en su máximo esplendor cuando cae el sol. Entonces, sobre los muros empedrados de los edificios se reflejan las luces de las farolas y las callejuelas y plazas quedan invadidas por un silencio que pide a gritos al viajero que se deje llevar.
Perderse por los callejones de la ciudad es un regalo para los más curiosos, ya que a la vuelta de la esquina te puede aguardar el enésimo palacio deslumbrante, un tranquilo jardín, un bar de tapas o un buen museo, como el Arqueológico o el dedicado a la figura de San Juan de la Cruz, fallecido en Úbeda.
Existen también unas cuantas plazas repletas de historias, como la de Andalucía, la de San Pedro o la 1 de mayo. Esta última era la antigua plaza pública de la ciudad, es decir, el espacio para el mercado o las ejecuciones, y en ella están representados los dos poderes fundamentales: el religioso, a través de la iglesia de San Pablo, y el civil, con las antiguas Casas Consistoriales.
Úbeda fue frontera entre el reino de Granada y el de Castilla hasta 1233, cuando Fernando III la conquistó tras nueve duros meses de asedio. Pero su ubicación estratégica y evidente valor defensivo hicieron imprescindible la existencia de una muralla desde mucho antes. La mayor parte de la actual data del siglo X y "se conserva prácticamente intacta", limitando el casco antiguo de la ciudad. Es imprescindible dar un paseo a sus pies, descubriendo su pasado e imaginándose a los caballeros protegiéndola desde los torreones.
La muralla original contaba con nueve torreones, que eran defendidos por familias de la baja nobleza y que se alzaban junto a nueve puertas. De estas, actualmente se conservan tres principales: la del Losal, la de Santa Lucía y la de Granada. Una buena opción es salir del centro histórico por el sencillo arco de medio punto que conforma esta última, como hacían en sus orígenes quienes querían tomar el Camino Real de Granada. A su lado se mantiene en funcionamiento un pilar abrevadero de la misma época.
Si se continúa caminando pegado a ella, el campo visual irá abriéndose poco a poco hasta llegar a la Redonda de los Miradores, donde quedan al descubierto esos auténticos mares de olivos, responsables de uno de los mejores aceites de oliva del mundo. La foto perfecta puede hacerse junto a la puerta de Santa Lucía, que en su día daba acceso al barrio árabe y alfarero y hoy es la salida a un mirador repleto de bocas abiertas y miradas perdidas.
El Hospital de Santiago fue declarado Monumento Nacional en 1917. Es una de las obras cumbre de Úbeda, realizada en el siglo XVI por –cómo no– Andrés de Vandelvira. Se alza fuera de la zona monumental, lejos de palacios e iglesias. ¿La razón? "Muy básica: era un hospital para enfermos pobres, para leprosos, así que tenía que estar lo más alejado posible", cuenta María Jesús. Además del hospital, el arquitecto construyó allí una capilla, un palacio y un panteón familiar. Por eso lo primero que llama la atención es su inmensidad, lo que ha hecho que en ocasiones se lo denomine El Escorial andaluz. Aunque sin duda recuerda a él, el edificio no necesita comparaciones: habla por sí solo.
A los lados de su imponente fachada se alzan dos grandes torres, una de ellas con el tejado recubierto por cerámica esmaltada de colores. Dentro, se encuentra un patio de dos alturas en el que Vandelvira "juega con la simetría a lo bestia a través de columnas de mármol, arcos de medio punto y las dos torres que enmarcan la capilla". En la planta superior ubicaban las camas de los enfermos y, ojo, porque en la caja de la escalera hay otra joya: las únicas pinturas del siglo XVI que pueden verse en Úbeda. Fue hospital hasta 1970, cuando se habilitó como centro cultural, y hoy en día alberga la Biblioteca Pública, celebra exposiciones en sus salas y organiza actividades para niños. "Tiene muchísima vida", asegura María Jesús.
No sé puede entender Úbeda sin su vecina Baeza. Ambas fueron declaradas Patrimonio Mundial en 2003 y ambas son ciudades monumentales con una riqueza histórica inigualable. Pero cada una estuvo estrechamente ligada a un poder distinto: Baeza, al eclesiástico; y Úbeda, al civil.
Por eso, frente a 13 iglesias, cuenta con hasta 120 palacios, la mayoría de ellos Bienes de Interés Cultural (BIC). En la misma plaza Vázquez de Molina se encuentran tres emblemáticos: el del Deán Ortega –otra obra maestra de Vandelvira, reconvertida en 1929 en Parador Nacional–; el Vázquez de Molina, actual Ayuntamiento; y el del Marqués de Mancera. Este último es del siglo XVI y perteneció al virrey de Perú Pedro de Toledo. "El señor decidió ampliar la torre y la dotó de iconografía que gira en torno a la muerte y a la defensa", cuenta María Jesús. Como la familia no lo utilizaba, lo cedió a la congregación religiosa de las Siervas de María, que vivió allí hasta 2005. Desde entonces, está en venta.
El que sí funciona actualmente como residencia privada es el palacio renacentista Vela de los Cobos, también de Vandelvira. Además de contemplar su magnífica fachada repleta de balcones, se puede entrar con cita previa, ya que ampara un importante archivo histórico. También puede visitarse el Palacio de los Medinilla, que, tras sus inmensas puertas de madera, acoge la celebración de bodas y todo tipo de eventos; o el de los Dávalos, que, tras su fachada plateresca, alberga la Escuela de Arte de Úbeda. Y si te quedas con ganas de saber qué se siente durmiendo como la nobleza, el Palacio de los Condes de Guadiana es hoy un hotel de lujo. Será por palacios.