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De caserío prácticamente despoblado a formar parte del selecto club de los pueblos más bonitos de nuestro país. Ese ha sido el devenir de Anento durante los últimos 50 años. Una historia que nos cuenta Rosa Fernández, quien está a cargo de la oficina de turismo local. “En 1976 se fue del pueblo la última familia”. ¿Cuántos años llevaba la gente emigrando? “Muchos. La vida aquí no era fácil. Poco a poco cerró la escuela, no llegaba la carretera, ni había agua corriente. ¡Y mira que andamos sobrados de agua”.
El agua es uno de los motivos para acercarse hasta Anento, en el límite de la provincia de Zaragoza con Teruel a su paso por la Autovía Mudéjar. De hecho, el atractivo turístico más icónico es el precioso manantial del Aguallueve. Pero ese paraje a las afueras lo visitaremos más tarde. De momento nos quedamos con Rosa que nos invita a dar una vuelta por su pueblo.
“Recorredlo a vuestro aire. No os perdáis lo que llamamos Ruta de los rincones con encanto. Pero tampoco hace falta seguir el itinerario a rajatabla. Callejead y perdeos, porque aquí casi cualquier esquina tiene magia y fotogenia”. Así que toca caminar por estas vías empedradas, donde por cierto pronto se siente la ausencia de coches. Son imposibles dadas las pendientes y las estrechuras, lo cual todavía multiplica el hechizo que miles de visitantes sienten cada año por Anento.
Ahora cuesta imaginar que todo pudo quedarse en desoladas ruinas. El abandono institucional y la necesidad de ganarse la vida provocaron que sus vecinos emigraran. Pero paradójicamente ellos mismos fueron quienes se dieron cuenta que perdían sus raíces, o sea, su patrimonio. Ya que más allá de cuestiones monumentales o artísticas, el patrimonio es aquello que heredamos de nuestros mayores.
“En mi caso no soy de aquí. Pero mis padres tenían casa en Anento y me vine siendo una veinteañera. Así que he vivido gran parte de la recuperación del núcleo, algo que comenzó en los 80”, recuerda Rosa. El detonante precisamente tiene mucho que ver con el patrimonio histórico. Por entonces Anento languidecía, así que el Arzobispado de Zaragoza quiso llevarse el gran retablo de la parroquial a otro lugar de su diócesis. Eso sentó muy mal a los anentinos repartidos aquí y allá. Es cierto que ya no iban a la iglesia los domingos, pero algo tenían que hacer para impedir que desapareciera semejante tesoro.
“Pleitearon y discutieron con las autoridades eclesiásticas hasta lograr que el arte religioso de la iglesia se quedara. Y a día de hoy el templo de San Blas es nuestro gran monumento”. Lo es por su arquitectura fruto de dos épocas distintas de la Edad Media, pero su valor se redobla gracias a lo que cobija dentro. Bienes que van desde las pinturas murales de su bóveda hasta un púlpito hecho en yeso en el siglo XVI. Si bien lo más valioso es el enorme retablo que pintó a mediados del siglo XV el prestigioso artista Blasco de Grañén.
Este autor alcanzó fama en su época y trabajó mucho en el Reino de Aragón, pero pocas obras suyas han llegado hasta nuestros días íntegras, casi intactas y ubicadas en su espacio original. Por eso es excepcional. Pero, además, el retablo de San Blas de Anento es valioso por su color magnífico y por la calidad pictórica de unas escenas que plasman la evolución del arte español en esos tiempos, yendo de las formas góticas a las novedades renacentistas.
Contemplar esta maravilla del arte aragonés, tal y como lo califica cualquier historiador, solo es posible mediante las visitas guiadas que realiza Rosa al templo. Allí se detiene hablando de los mil detalles de la obra o de los santos a quiénes se representan, entre los que aparece Santo Tomás Beckett, un personaje mucho más vinculado con Inglaterra que con tierras españolas.
Pero Rosa no sólo revela la excelencia artística y el mensaje religioso de la obra. La guía incide en el valor que tuvo y tiene para los vecinos. Cómo se movilizaron para impedir la marcha de estas pinturas y cómo eso significó el comienzo para la recuperación del municipio. Un empeño en el que se involucraron todos los vecinos, comandados desde hace más de 30 años por el mismo alcalde.
“Hemos querido devolverle la vida a Anento pensando en nosotros, los anentinos. Es decir arreglando las calles, los alumbrados, los temas de agua y todo lo básico para nuestro día a día”. A partir de ahí ya se empezó a embellecer el lugar para que los vecinos se sintieran a gusto. “No se ha tratado de restaurar las cosas tal y como fueron. No. Aquí hemos acuñado nuestras normas propias, las que nos gustan a nosotros. Eso sí, no puede hacer cada cual lo que quiera. Hay que seguir unas reglas de colores, tamaños o materiales. Está todo hecho con gusto, con nuestro gusto particular”, explica Rosa.
El resultado salta a la vista. Y dada la afluencia turística, la guía asegura que no lo han hecho tan mal. “De vez en cuando, alguien nos critica porque no atendemos a criterios históricos o académicos. Así que me gusta explicar que hemos recuperado nuestro pueblo como hemos creído oportuno. Pasamos de ser un lugar en el que no había nadie o como mucho pernoctaba algún pastor de la zona, a tener picos de 3.000 visitantes en un día. No lo habremos hecho tan mal. Es para estar orgullosos. Lo de ser tan visitados ha venido después”.
La verdad es que no faltan motivos para visitar esta localidad de la comarca Campo de Daroca. Al paseo por los rincones encantadores y al goce del arte de primera categoría que alberga la parroquia se le suman otras razones para poner rumbo a Anento. Por ejemplo, merece la pena acercarse hasta los restos del torreón celtíbero. No solo porque son unos vestigios con más de 2.000 años de historia, también por las vistas que proporciona del pueblo y el entorno. E igualmente, a Anento hay que llevar botas para el monte y así acercarse a sus ermitas pasando junto a los peirones que flanqueaban las sendas antaño.
Por supuesto también se debe visitar el castillo. Viendo el lienzo de muralla y las torres que se conservan a día de hoy, nos podemos imaginar el vigor esta fortaleza allá por el siglo XIV, cuando fue bastión defensivo durante la Guerra de los Pedros, o sea, entre Castilla y Aragón. Lo curioso es que este imponente castillo, de aspecto tan fiero, se asienta en un promontorio bastante blando. De hecho, entre las casas del pueblo y el castillo en las alturas hay un terreno perfecto para horadarse y abrir cuevas, algunas de ellas convertidas en viviendas.
No hay que olvidar que parte del subsuelo del término de Anento es un laberinto kárstico. Y ahí, su más bello exponente es el manantial, o mejor dicho los manantiales del célebre Aguallueve. Su nombre no puede ser más descriptivo. Se trata de un roquedo por el que corren siempre hilitos de agua, como si lloviera constantemente. Un agua que se precipita cargada de cal y tallando incesante las rocas que baña. Mientras que la humedad constante facilita el desarrollo de brillantes musgos, helechos o plantas de menta.
El agua que mana del Aguallueve parece poca, pero da para llenar una balsa justo enfrente. Por cierto, esa balsa puede parecer una piscina natural y en las jornadas de más calor invita a refrescarse en ella. Pero está prohibido bañarse ahí. ¿Por qué? Tanto por motivos de seguridad como por razones de conservación del medio natural. Al fin y al cabo, esta es otra de las joyas del patrimonio de Anento.
El paraje es uno más de esos valores que han facilitado esta singular resurrección. Un diminuto pueblo que ha vuelto a la vida y que se ha convertido en destino para el turismo rural en Zaragoza. Para los venidos de fuera poco a poco se han ido abriendo nuevos servicios. Al principio estaba el tradicional restaurante 'El Horno', pero también se ha sumado 'Gastroteca La Mur'. Y en cuanto al alojamiento, crece paulatina y de forma variada. Está el 'Hostal Los Esquiladores', un albergue o las casas rurales 'El Refugio de Sol' o el 'Capricho de Rosa'.
Así que si lo más habitual es ir a pasar el día a Anento, no es descabellado disfrutar ahí de alguna que otra noche. Entre otras cosas así se respira la esencia local, tranquila hasta el infinito conforme se van los turistas. Y además es una acogedora base de operaciones para descubrir otros encantos del valle del Jiloca como la monumental ciudad de Daroca, la singular Laguna de Gallocanta o las sorprendentes Hoces del Río Piedra.
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