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El Guadiana, en su último trecho, nos brinda la oportunidad de seguirlo en ocasiones por dos países con absoluta naturalidad. Injusto sería dejar una orilla sin conocer cuando la tememos a tiro de piedra, a pocos minutos si nos decidimos a cruzar puentes o subir en pequeñas embarcaciones que cambian de país pero no sus aguas comunes.
El río fronterizo que une como ninguno una historia compartida, una cultura común y una gastronomía que se funde y enriquece a los pueblos de su cauce. Este Guadiana internacional que no altera su nombre cuando cambia de país, como el Tajo o el Duero, será raya o frontera a lo largo de cien kilómetros divididos en dos tramos, desde Badajoz a Villanueva del Fresno el primero, y desde Pomarão a Ayamonte, ya en la desembocadura.
Desde el embarcadero de Villareal, la aldea de la extremeña Olivenza, portuguesa y española a lo largo de su historia, observamos la silueta de la milenaria fortaleza de Juromenha, a la que podemos llegar en barco-taxi por menos de dos euros y pactar el horario de vuelta con el barquero. Remar hasta la otra orilla en kayak es otra opción para los que quieren hacer deportes náuticos. Pocos imaginan lo relajante o divertido que puede ser pasar un día surcando el lago de Alqueva, el más grande de Europa, en un barco de recreo. Desde jóvenes que despiden la soltería hasta veteranos enamorados de esta tierra prefieren esta opción mientras cambian la hora de sus relojes cada pocos minutos.
Si cruzamos el río por carretera podremos conocer un símbolo de lo que fue la desunión entre España y Portugal en un pasado ya olvidado. Construido durante el reinado de Manuel I a principios del siglo XVI, el puente de Ajuda, a 12 km al norte de Olivenza, permanece partido en dos desde que fue volado por los españoles en 1709. El que fue testigo directo del intercambio de productos entre los dos países, sigue siendo una pieza monumental del río-frontera, un punto de encuentro de artistas y de celebraciones religiosas. A pocos metros río abajo, el actual puente sobre el Guadiana, en la carretera EX-105, construido y financiado por Portugal, une Extremadura con la región del Alentejo central.
"Juro Mena que não" repetía la hermana del noble señor godo, que permaneció encerrada en una de las torres del castillo, cada vez que le preguntaba su hermano raptor si estaba dispuesta a cambiar una enorme fortuna por su libertad. Así fue, cuenta el historiador Pinho Leal, cómo de esta leyenda surgió el nombre de la fortaleza más misteriosa de todo el Guadiana, la de Juromenha. Fundada por los celtas en el 400 a. C., fue siglos después escenario de acontecimientos que unieron reinos. Su sigilosa iglesia acogió el casamiento de María de Portugal y Alfonso XI de Castilla. Imposible imaginarse desde la otra orilla lo que conserva el interior este vigía del río con sus cinco vigorosos baluartes.
A partir de ahora las aguas nómadas del río mas viejo de la península ibérica penetran en Portugal y nosotros lo recuperamos en un lugar imprescindible y ya navegable. "A Mértola también vino el Guadiana, el de los engaños y añagazas. Este río nació hermoso y hermoso acabará", relataba el nobel portugués José Saramago a en su libro Viaje a Portugal. Tan solo a 19 km de la frontera está Mértola.
Cruzamos de nuevo el río por el puente internacional del Bajo Guadiana, cerca de Granados (Huelva), y enlazamos con la CM-1153 hasta llegar a esta población ribereña de postal. Todos quedan fascinados ante la belleza de este pueblo del bajo Alentejo, una localidad de pescadores y queseros. Enclavada en lo alto de una loma, una decena de museos demuestran su rico patrimonio: necrópolis romanas, iglesias que fueron mezquitas, castillos portentosos y alcazabas árabes, entre otros, hacen que nos enamoremos de nuevo del Guadiana y su entorno. El proyecto 'Sembrando Poesía', impulsado por la Junta Municipal de Mértola, convierte sus calles en un recorrido literario que nos hace detenernos ante obras de grandes poetas portugueses.
Si kilómetros arriba tuvimos que rendirnos ante las sopas de tomate de Extremadura o a las açordas del Alentejo, compuestas de miga de pan machacado, huevos escalfados, bacalao o sardinas, y mucho cilantro, en Mértola no podemos irnos sin conocer las lampreas que llegan al río desde el Atlántico. Aseguran que probarlas es todo un acontecimiento histórico-gastronómico, que no es ni carne ni pescado, que tiene más de 500 millones de años y que se sigue capturando con artes de pesca de hace siglos.
Manuel Mateos conoce bien las lampreas, el Guadiana y fauna. Pescador desde que era niño, Manuel sigue saliendo a sus 70 años río abajo en busca de las apreciadas lampreas, los bujos y los muges. Con una paciencia que concede la veteranía, el viejo pescador lanza sus redes al atardecer para aprehender las piezas que estarán por la mañana en el mercado local.
Volvemos de nuevo a España pero hacemos una parada en Pomarão, una aldea fronteriza que tuvo gran protagonismo para la minería de Huelva. Un tren minero llegaba desde las cercanas minas de São Domingos para embarcar el mineral de pirita que navegaría hasta la costa. Los amantes del senderismo pueden caminar desde las antiguas minas hasta Pomarão por un sendero que fue la vía del ferrocarril. Unos 60 km quedan para llegar a Ayamonte y en el embarcadero de esta pedanía de pescadores ya atracan veleros procedentes de la desembocadura para descansar de sus travesías marítimas.
A Sanlúcar del Guadiana hemos llegado desde Pomarão por la carretera H-6400, hasta El Granado, para enlazar con la H-4402. Tan solo 24 km para conocer este pueblecito de ribera que nos recuerda un belén navideño. Embarcaciones convertidas en viviendas flotan sobre el Guadiana para alejarse del bullicio y abaratar el atraque o evitar pagar si están fondeadas sobre las aguas del río. Al otro lado, en la orilla Alcoutim, ya en el Algarve portugués, un habla diferente pero con la misma blancura de sus casas.
Desde aquí, junto al monumento que homenajea a los contrabandistas, esos hombres y mujeres que se jugaron la vida cruzando el río y burlando a la autoridad, observamos Sanlúcar del Guadiana y su castillo de San Marcos, redondo y macizo sobre el monte altivo. El barquero tarda un minuto y nos cobra un euro por cruzar el río y regresar de nuevo a la orilla española. Estas dos villas, que se intercambiaban carbón, plomo, madera o jabón, puestas sobre el reflejo del agua, se ven como un espejo una de la otra. Quizá un pueblo partido en dos.
Un sol transparente y dorado nos ciega cuando llegamos a Ayamonte y vemos que el río se pierde mientras se ensancha en el océano Atlántico. Es el final de este brazo de agua que a los largo de sus 800 km ha sido espagués y portuñol. Bares, restaurantes, hoteles y calles son bautizados con el nombre de Guadiana en esta localidad de costa dulce y salada; de mariscos, salazones, chazinas y conserveras.
En la Calle Lusitania, en pleno casco histórico pero cerca del puerto pesquero, 'Casa Orta' es un ejemplo de autenticidad que combina lo antiguo y moderno. La vieja abacería fundada en 1860 se conserva como si el tiempo se hubiera detenido cuando observamos sus estanterías y tomamos uno de los innumerables vinos de su bodega con los mejores productos de los alrededores onubenses. Un lugar de encuentro donde las paredes de más de medio metro de ancho alivian el calor sin necesidad de aires fríos artificiales.
Mucho tuvieron que ver los gallegos y levantinos en la implantación de fábricas de conservas en Ayamonte, que tuvo su esplendor y modernización en el siglo XIX. 'Pesasur', una de las pocas empresas que siguen la tradición, se supo modernizar y ser ejemplo en la elaboración de pescados en conserva meramente artesanales, sin aditivos ni productos químicos. Caballa, melva, salmón, atún o sardinas son los protagonistas de esta empresa que elabora más de treinta productos manipulados con las manos de sus expertas trabajadoras. Nadie se va de Ayamonte sin unas latas de conservas en la maleta para regalar un trozo de Andalucía por poco dinero.
Destino vacacional por sus magníficas playas e infraestructuras hoteleras, Ayamonte se convierte cada verano en uno de los mejores atractivos de la costa atlántica española, donde miles de visitantes quieren conocer el estuario del río, sus esteros y marismas; sus aguazales salinos que nos brindan los mariscos de las artes tradicionales de captura. Desde isla Canela, en la costa de la Luz, ya vemos más mar que río, más hoteles y residenciales turísticos que viejas calles de blancas fachadas blasonadas. A bordo de un tren turístico, caminando o en bicicleta, podemos hacer los siete kilómetros que nos separan de Ayamonte y llegar a las playas más luminosas de España para ver el colorido espectáculo de los aficionados a los deportes náuticos.
Nos despedimos del Guadiana dándonos un paseo en barco por su desembocadura, viendo de nuevo las dos orillas desde el ferry que nos lleva a Vilareal de Santo Antonio, la ciudad vecina portuguesa que compartió con Ayamonte el fado más famoso en lengua castellana, María la portuguesa del inmortal Carlos Cano. Un tráfico de pequeños cruceros suben y bajan, cruzan la "raya" y cuentan en dos idiomas que aquí termina el río más enigmático de Europa, el Guadiana.