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Cabo de Palos existe mucho antes de que las torres de apartamentos llegasen a la Manga murciana. Su costa, a diferencia de lo que sucede con otras localidades cercanas, no está bañada por el maltratado Mar Menor. Solo por el Mediterráneo. Y en sus profundidades descansan para la eternidad numerosos naufragios de barcos que encayaron en estas traicioneras aguas apacibles.
Gran parte de los visitantes que acuden a la localidad lo hacen atraídos por el buceo, pues está considerada uno de los mejores lugares para practicar la inmersión en el Mediterráneo. De hecho, existen varios clubes y escuelas para sumergirse en la reserva marina de Cabo de Palos y las islas Hormigas.
Los más experimentados incluso se atreven a visitar los restos del trasatlántico El Sirio, que se hundió frente a estas costas hace más de un siglo, en 1906. Este acontecimiento hizo popular en todo el mundo el diminuto pueblo que por aquel entonces era Cabo de Palos, pues sus habitantes se volcaron en rescatar a los náufragos. Muchos de ellos eran inmigrantes italianos que buscaban una vida mejor en Estados Unidos. Existen numerosos estudios históricos sobre este naufragio, pero se desconoce la cifra exacta de muertos porque muchos viajaban de forma irregular.
La localidad no ha olvidado ese acontecimiento, tal y como demuestra la placa que rinde homenaje a los centenares de fallecidos junto al imponente faro, terminado de edificar en 1864 y que fue construido en el mismo lugar en el que se levantaba una torre de vigía renacentista. Cumplía la función de avistar embarcaciones de piratas y la existencia del actual faro se debe a que las aguas que hay frente a él son engañosamente tranquilas.
Las cercanas islas Hormigas no son otra cosa que una extensión del propio cabo, lo que motiva que el fondo marino sea un riesgo para la navegación. De hecho, aunque el naufragio de El Sirio es el más recordado, son muchas las embarcaciones que han terminado encallando con las rocas para luego hundirse en estas aguas. Prueba de ello es que el carguero Isla Gomera, más conocido como El Naranjito, se hundió allí también en 1946. La zona en la que se encuentra el barco es uno de los lugares de inmersión preferidos por los buceadores, pues se encuentra solo a 40 metros de profundidad, por lo que resulta más accesible que El Sirio.
Menos conocido es el hecho de que en Cabo de Palos se libró la principal batalla naval de la Guerra Civil, aunque a cierta distancia de la costa. Esta batalla terminó con el hundimiento del crucero pesado Baleares, uno de los principales barcos del bando franquista –en el que fallecieron casi 800 miembros de su tripulación–.
Para saber algo más sobre la intensa historia de Cabo de Palos merece la pena buscar a Rogelio García, un escritor que vende sus libros en el puerto. En ellos ha contado de forma personal varios de los naufragios que ha vivido Cabo de Palos y no suele tener problema en narrar de viva voz alguno de ellos.
Pero además de naufragios, esta zona de la Manga esconde algunos tesoros en tierra. Resulta llamativo que la línea divisoria entre Cabo de Palos y la Manga del Mar Menor sea el paraje de las Amoladeras, una pequeña porción de terreno que nos muestra cómo era esta zona antes de que los rascacielos y urbanizaciones de chalés la conquistaran. El espacio está protegido porque en él se encontraron restos arqueológicos que hoy pueden verse en el cercano Museo Arqueológico de Cartagena.
Aún sigue siendo en cierta medida un pueblo de pescadores, aunque los apartamentos turísticos hace tiempo que están por casi todas partes. Pero por fortuna no se trata de una invasión tan virulenta como la que se ha producido en otras zonas del litoral murciano.
Es posible encontrar viviendas típicas en algunos rincones. Algunas bastante interesantes, sobre todo cerca del puerto, al que siguen llegando a diario pequeños barcos pesqueros. El género que traen, como hemos observado, es comprado por algunos restaurantes incluso antes de ser descargado.
Cuando uno se sienta en el comedor del 'Hostal Mikaela', en Cabo de Palos, percibe cierta sensación de retroceder en el tiempo. Un sencillo establecimiento de trato familiar que se encuentra a escasos metros de la playa de Levante. Ha logrado sobrevivir al modelo de hoteles masificados que se impuso en la cercana Manga del Mar Menor. Sus habitaciones no cuentan con las comodidades típicas de los hoteles modernos –la omnipresente televisión de plasma o el aire acondicionado– pero una atmósfera de tranquilidad arropa el lugar.
En la mayoría de establecimientos se puede degustar el plato estrella de la comarca: el caldero. Un arroz que se sirve sin otra cosa que el caldo marinero en el que ha sido cocinado, aunque se acompaña con un pescado de la zona. Es tan popular que es posible degustarlo fuera de Murcia.
El café es buena idea tomarlo acompañado de alguno de los dulces artesanales de la pastelería Busquets, que tiene dos locales: la cafetería y un establecimiento en el que se pueden comprar los mejores panes y pasteles de la localidad. Frente a ella se encuentra también la pescadería local, un lugar con 75 años de existencia en el que el género es de primera.
El faro, de 80 metros de altura, es uno de los lugares que merece una visita. A pesar de que no se puede acceder a su interior, resulta imponente subir el promontorio en el que se eleva para divisar unas vistas espectaculares de la costa. De noche, sus señales luminosas se dejan ver desde una gran distancia. Está documentado que en la antigüedad en este lugar existía un altar dedicado a Neptuno.
Otra visita imprescindible son las playas de Calblanque, que están tan cercanas que se puede ir caminando a ellas o en bicicleta. En verano no se puede acceder en automóvil debido a la mayor afluencia de visitantes. Este entorno, prácticamente virgen, es toda una sorpresa en un litoral atestado de construcciones. De hecho, cuesta creer que a pocos kilómetros de la Manga del Mar Menor uno pueda encontrar playas prácticamente desiertas. Otro de los muchos misterios de un lugar que es mucho más de lo que parece a primera vista.