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Fue en el año 1722 cuando se colocó la primera piedra de la Catedral de "Santa Cruz sobre el mar", conocida por los gaditanos como la Catedral nueva de Cádiz. La ciudad vivía entonces una época gloriosa con el monopolio del comercio con las Américas tras el traslado de la Casa de Contratación desde Sevilla. Unos años gloriosos donde la Catedral pugnaba a ser la más alta de toda España y su primer arquitecto, Vicente Acero, proyectaba grandes lujos como, por ejemplo, una fachada de mármol policromado. Pronto, los sueños de grandeza se vieron truncados por el declive económico de la ciudad.
Su construcción duró 116 años, siendo la catedral un auténtico testigo de la historia de la ciudad, de su esplendor y de sus recaídas. Un templo en el que varios arquitectos dejaron su impronta, primero con diseños barrocos y rococós, y después con trazos neoclásicos. Una joya, que resistiendo a ese "mal de la sal" que aún hoy le afecta, es una visita obligada para todo el que llega a la Tacita de Plata.
"Uno de los lugares más sorprendentes de la Catedral de Cádiz es sin duda su cripta", anuncia Gelen Castro, de Artisplendore, coordinadora de las visitas de la Catedral de Cádiz. Construida por Vicente Acero entre 1730 y 1732, se encuentra bajo el altar mayor y es un espacio muy singular: "su bóveda plana imita a la de Juan de Herrera en El Escorial, pero de mayor dimensión y sin cerrarse en el centro", apuntan desde el Cabildo Catedral. Su construcción muestra además un excepcional trabajo de cantería por el corte de la piedra y los sillares.
Entre sus muros se produce un fenómeno acústico muy particular: tu voz, incluso tus pisadas, emiten un intrigante eco que choca contra la piedra ostionera construida bajo el océano. Dentro, en el Panteón de los Obispos, donde se encuentra el Cristo de las Aguas, es fácil escuchar las olas cuando acometen sobre las rocas si el agua está brava o hay temporal.
Este espacio solemne y silencioso es también importante porque en una de sus capillas yacen sepultados los dos gaditanos más ilustres de la ciudad: el compositor y músico Manuel de Falla (1876-1946) y el poeta José María Pemán (1897-1981). La tumba de Falla está hecha de piedra de Sierra Elvira, mientras que la de Pemán es de mármol blanco.
La cripta también es lugar de leyendas, como la que habla de una niña muy beata vestida de comunión que falleció al tomar la hostia consagrada y que hace alusión al cuerpo incorrupto de la joven que, con una máscara de cera en cara, pies y manos, descansa en una urna de cristal, junto a una gran escultura de mármol de la Virgen del Rosario. Mitos aparte, los documentos hablan de que se trata del cuerpo de la romana Santa Victoria Mártir, traído desde Italia por el obispo de Túsculo. Pone los pelos de punta.
El Museo Catedralicio, situado en la Casa de la Contaduría, alberga una auténtica joya histórica: la mesa donde Fernando VII firmó la primera Constitución española, la de 1812, conocida como la 'Pepa' por firmarse el 19 de marzo, fiesta de San José. Hecha de madera de caoba y boj, si nos fijamos en sus cuatro esquinas "aparecen los símbolos de los evangelistas: el ángel de San Mateo, el león de San Marcos, el toro de San Lucas y el águila de San Juan", cuentan desde el Cabildo. Sobre ella se exhibe una reproducción de La Constitución en facsímil protegida por una urna.
En la misma sala se muestran otros documentos cívicos y religiosos, además de objetos relacionados como el cáliz con el que se celebraba la misa previa a las sesiones a Cortes, el crucifijo del altar o retratos de personas que asistieron a este hito histórico ocurrido en el Oratorio de San Felipe Neri, en plena invasión napoleónica. La misma mesa que vemos ante nosotros aparece en el retrato de Lázaro de Dou y Bassols, el primer presidente de las Cortes reunidas en Cádiz, que le realizó Juan Antonio Benlliure en el año 1914.
La Torre del Reloj es el mejor mirador para vislumbrar la hipnotizante luz de Cádiz. Sus vistas 360 grados son una gozada: desde su campanario se puede observar una panorámica completa de la Tacita de Plata y el Océano Atlántico. Puede verse también el puerto, la antigua fábrica de tabacos, las cubiertas de los distintos palacios y conventos, las otras torres miradores y hasta el Puente del Bicentenario. Además, es lo más cerca que estarás de la bella cúpula dorada y los techos de la catedral.
La Torre, situada en el lateral izquierdo de la SEO, se alza a 40 metros de altura. Aunque su acceso no es complicado, hay que subir con cuidado la rampa en cuesta que te lleva a lo más alto. Por el camino se descubre el reloj restaurado de José Miguel de Zugasti (siglo XIX) que da nombre a la Torre, también conocida como de Levante.
Una vez arriba, atento a la hora en la que tocan sus cinco campanas (cada 15 minutos las pequeñas y a en punto las grandes), porque al estar literalmente sobre tu cabeza, el sobresalto en medio de la foto está más que asegurado. Nuestro consejo: sube a diferentes horas del día, la luz es mágica en cada momento.
Otra maravilla de la Catedral de Cádiz es su hermosa cúpula dorada, una apuesta innovadora en sus tiempos "cuyo fin era que, al iluminarse con el sol, cualquier barco que llegara a la ciudad pudiera verla desde lo lejos", desvela Gelen. Como un faro atrayendo a los navegantes con su halo dorado.
Realizada por el arquitecto tarraconense Juan de Daura, la cúpula está hecha de piedra caiiza y recubierta de una cerámica esmaltada de color amarillo que hoy día sufre las inclemencias del tiempo a la espera de una nueva restauración. Aún así, incluso con esa pequeña decadencia, verla de lejos -o desde la Torre del Reloj- es una auténtica maravilla. Su color oro contrasta con el azul del mar que luce como telón de fondo.
Otro aspecto muy llamativo de la Catedral de Cádiz son las dos tonalidades de piedra que muestra su fachada barroca. La parte inferior es de roca ostionera mientras que la superior es de mármol italiano de Carrara. La linea divisora se ve claramente, una frontera que, como cuenta Gelen, marca "ese momento de la historia en el que la Catedral se quedó sin fondos económicos para continuar con el mármol y tuvo que recurrir a la piedra ostionera, un material más accesible y económico" que procedía de las canteras de Puerto Real, Chiclana y Sancti Petri.
Fue el arquitecto Gaspar Cayón el que comenzó a utilizar la piedra ostionera sin ocultarla. Barata y de gran porosidad, es una roca que siempre se ha adaptado muy bien a la humedad de la ciudad. Ya la usaban los fenicios en sus construcciones y muchos edificios y palacios del casco histórico de Cádiz lucen sillares de esta roca sedimentaria donde es posible ver conchas y otros fósiles marinos. Acércate a sus muros y mira con atención su textura y esa belleza que procede de los fondos marinos de la ciudad trimilenaria.