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El Museo Internacional de Títeres de Albaida (MITA) es uno de esos museos donde niños y adultos pueden disfrutar por igual, aunque quizás por razones diferentes. A los primeros les fascina la enorme variedad de seres inanimados que encuentran de sopetón y que les transporta con la imaginación a lugares remotos y extraños; a los más mayores les cautiva, sobre todo, el enorme interés histórico y etnográfico que anida detrás de cada una de las 423 piezas expuestas, que recorren todos los continentes del mundo y todas las técnicas de manipulación del arte del títere. El arco temporal que cubre es muy amplio, ya que abarca desde los perturbadores títeres africanos del siglo XIX hasta los muñecos que se emplean en las series de animación contemporáneas
A pesar de ser un referente a nivel europeo por su tarea de preservación, conservación, estudio e investigación del arte del títere, el MITA es un centro cultural menos conocido en España de lo que merece. Ubicado en la pequeña localidad valenciana de Albaida, el museo se inauguró en 1997 gracias al impulso de la veterana compañía teatral Bambalina, que aportó las primeras piezas de la colección propia. Este municipio de menos de 6.000 habitantes, situado a 85 kilómetros de Valencia, es a su vez el lugar de nacimiento del célebre pintor José Segrelles (1885-1969), cuya casa museo se encuentra a pocos metros del Palacio de los Milà i Aragó, el conjunto arquitectónico del siglo XV donde tiene su sede el MITA.
El recorrido comienza en el auditorio del primer piso, donde se proyecta un audiovisual introductorio que explica al visitante las diferentes técnicas de manipulación que se han utilizado a lo largo de la historia para dar vida a los títeres. Entre las técnicas más conocidas está la del guante, cuando los dedos del titiritero accionan la cabeza y las extremidades superiores del muñeco, y la de hilos, en la que el artista dota de movimiento al muñeco desde arriba. Cuantos más hilos tenga el artilugio, mayor dificultad de manejo, pero también tendrán mayor realismo los movimientos de la pieza. Se nos habla también de los títeres de varilla, los gigantes y cabezudos -típicos en fiestas populares de muchos puntos del planeta- y otras modalidades más modernas, como los muppets o las figuras de plastilina.
La primera sala del MITA se corresponde con los títeres más antiguos del museo, procedentes de distintos países de Europa (Rumanía, Inglaterra, República Checa, etcétera), África (Nigeria, Mali, Togo) y Asia (Turquía, Japón, Pakistán, China). En este espacio destaca la colección de piezas de la Isla de Java; concretamente la serie de títeres Wayang Golek y Wayang Kulit, declaradas por la Unesco como Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad y cedidos al museo por la embajada de Indonesia. Son modalidades únicas de teatro de sombras que utilizan figuras planas recortadas sobre piel de búfalo joven, proyectando una sombra creada sobre una pantalla de tela. Detrás del titiritero se encuentran las tradicionales orquestas de gamelán, creando un espectáculo de enorme riqueza y variedad argumental.
En la zona dedicada a África descubrimos datos muy curiosos, como el hecho de que en este continente lo común es que el titiritero esté a la vista del público, en contraste con Europa, donde siempre se mantiene oculto con el objetivo de alimentar el misterio del muñeco que cobra vida.
Una parte del teatro de títeres en África está muy vinculada a los rituales funerarios, más que al entretenimiento. Muchas tribus de países como Mali y Congo continúan esta tradición, con la que se pretende entrar en contacto con el más allá. Los muñecos representan al difunto y por eso, algunos de ellos -también presentes en la colección del museo-, contienen restos humanos en su interior.
Al subir al segundo piso del museo encontramos los títeres de compañías españolas de marionetas, creadas desde principios del siglo XX hasta la actualidad. Aquí observamos claramente la evolución que experimenta este arte con el paso del teatro a la televisión.
Una de las joyas de la corona del MITA son los cuatro autómatas de la colección de Francisco Sanz (1872-1939), artista valenciano considerado todavía hoy como el mejor ventrílocuo de todos los tiempos. La complejidad de sus personajes, tanto a nivel técnico como por la personalización de su timbre de voz y sus gestos, granjearon a Sanz fama y fortuna. Llegó a formar una compañía con treinta autómatas con la que emprendía largas giras por América. Dicen que el público llegaba a asustarse por el realismo con el que esos seres reían, fumaban o bebían de un vaso de agua.
Las piezas de la guerra civil española y la posguerra son muy importantes, porque prácticamente han desaparecido todas. Hay que tener en cuenta que los títeres no se consideraban obras de arte, sino piezas que sirven a una funcionalidad. Por tanto, se destruyen cuando ya no se necesitan o se estropean, cosa que ocurría con mucha frecuencia porque estos muñecos normalmente se construyen con materiales baratos como madera o cartón piedra, muy vulnerables al trasiego de los viajes y a los ataques de los insectos.
Por otro lado, los titiriteros fueron muy perseguidos durante la posguerra. La mayoría de ellos eran nómadas y realizaban sus espectáculos en la calle. Vivían de pasar la gorra, lo que les convertía en un colectivo acosado por la Ley de vagos y maleantes. Nos explican los responsables del museo que estos titiriteros eran molestos para el régimen franquista porque hacían crítica social y política. Sin embargo, el dictador, en una estrategia bastante astuta, empezó a repartir subvenciones para que estos artistas hablasen bien del régimen. Algunas compañías llegaron a hacerlo.
La parte del museo que más atrae al público infantil es, probablemente, la dedicada a las marionetas del cine y la televisión. El visitante tiene aquí la oportunidad de descubrir cómo se trabaja con los full bodied muppets (es decir, los muñecos de peluche de cuerpo entero) y con los muñecos clay, que son las creaciones en plastilina que se utilizan para las películas de animación en stop motion.
En este tramo final del recorrido expositivo nos encontramos con personajes muy familiares -sobre todo para las personas mayores de cuarenta años-. Entre ellos, los guiñoles de Las noticias del guiñol, los personajes de Goamespuma y los electroduendes, creados por el artista cubano Alejandro Milán para los primeros episodios del mítico programa infantil La bola de cristal, emitido en la década de los ochenta en RTVE. Estas piezas, adquiridas a los herederos de Milán después de su fallecimiento en Miami, son una de las últimas incorporaciones a la colección del museo.
Los personajes de La Bruja Avería, la Bruja Truca, el Hada Vídeo, Maese Cámara y Maese Sonoro fueron muy innovadores en su época tanto por el material con el que se construyeron -vinilo-, como por su estética rompedora y falta de corrección política. Al asomarnos a esta vitrina, la Bruja Avería parece que puede cobrar vida en cualquier momento y soltarnos su frase preferida: “¡Viva el mal, viva el capital!”.
Tras esta intensa visita, los niños están ya preparados para la acción. El MITA organiza -de vez en cuando- talleres infantiles en los que, al término de una visita guiada, se invita a niños y niñas a crear su propio títere. La idea es que después interactúen entre ellos, ya sea reinterpretando un cuento clásico o a partir de una historia propia. ¡Imaginación al poder!