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"¿Mamá y si no salimos?". Es una de las preguntas que se oyen en la puerta del Laberinto de Villapresente, el laberinto vegetal más grande de España. Abrió sus puertas hace un año y ya es todo un reclamo para las familias que viajan hasta esta zona de Cantabria. "Todo el mundo sale y nosotros lo vamos a conseguir". Los padres ríen y tranquilizan a los pequeños, porque saben que cruzar la puerta es comenzar una aventura que despertará su curiosidad e ingenio.
El Laberinto de Villapresente tiene nada más y nada menos que 5.623 metros cuadrados de setos, y decenas de pasillos, todos iguales. Niños y adultos estudian la foto de la entrada en la que está el laberinto, la única pista que te dan antes de entrar. Pero no hay cerebro capaz de memorizar esas decenas de pasillos con formas rectangurales. Emilio Pérez Carral, el creador del laberinto avisa: "No te molestes en mirar el plano, ese ya no vale. Lo he cambiado".
Este vecino de Villapresente vendía pinos para el cierre de parcelas de chalés y la idea de crear un laberinto así le rondaba por la cabeza desde hace tiempo. Con la crisis, sus ventas se resintieron y como su hija no encontraba trabajo, pensó que este negocio podría ser una forma de vida para ella. La historia parece de película. Dibujó en un papel el laberinto, marcó con cal las líneas para plantar los pinos y se puso manos a la obra. Tardó siete años en construir este laberinto de 4.000 árboles para su hija. Y ella es ahora la que lo gestiona y trabaja allí.
"Al día vienen unas 500 personas, en temporada alta incluso más y la mayoría son familias con niños", cuenta Emilio. La pregunta es obligada: ¿cuál es la media? ¿cuánto tiempo estaremos dentro? Su respuesta es un abanico bastante amplio: lo normal es de una a dos horas, depende de lo que tardes en encontrar la salida.
El laberinto es un desafío a la perspicacia, a la orientación y sobre todo un plan divertido y familiar. Una vez dentro das vueltas y vueltas por calles idénticas de pinos de más de dos metros. Aunque creas que sabes dónde estás, no tardas en desorientarte y dudar si coger un camino u otro. Todo es igual. Unos quieren ir por un pasillo, otros por otro y das vueltas y vueltas sin saber si ya has pasado por allí, o pisas calles nuevas. "Eso es lo mejor: la sensación de estar perdido dentro", confiesa Mónica Pérez, la hija de Emilio.
A los niños les fascina y les divierte muchísimo el plan. "Mamá, este laberinto no se acaba nunca", dicen con emoción. Buscar la salida es un reto. Lo más gracioso es que te encuentras una y otra vez con las mismas caras, tan desorientadas como tú. Les saludas, ellos van a la derecha, tú a la izquierda, pero cinco minutos más tarde, vuelves a encontrarles en otra calle. Solo se ven pasillos verdes y el cielo en lo alto.
Allí conocimos a Sonia, una embarazada de ocho meses y a su novio, que bromeaba: "a ver si va a nacer aquí dentro". Otro 'amigo' del laberinto es Juan, con el que nos cruzamos al menos tres veces. "Yo he venido aquí con cinco primos y ya ves, me he perdido y estoy solo", explica.
Llevamos más de 45 minutos dentro y los niños quieren una pista. Nos habían advertido que dentro hay dos personas de amarillo con teléfonos que pueden ayudarte en caso de que te agobies o pierdas la paciencia. Por supuesto hay salidas de emergencia. "Venga, dinos cómo salir", le piden los niños. Él es escueto. "Vais bien, seguid por allí y la primera a la izquierda. ¡Ánimo!". Pero no es tan fácil. Seguimos por la calle que nos indica pero hay que dar otras decenas de vueltas y vueltas, y más calles...
¡Mamá, la salida!, dicen los niños dando botes de alegría. Increíble. El último pasillo deja entrever al fondo la puerta de salida. Lo hemos conseguido en algo menos de una hora. El subidón familiar es máximo.
"El tiempo récord del laberito lo tiene un hombre que vino, se memorizó la foto y lo hizo en 14 minutos", cuenta Emilio. Luego está el extremo opuesto. "Recuerdo a un matrimonio mayor que vino hace meses. Ella salió, pero él se quedó porque quería conseguirlo solo y tardó siete horas en salir... la mujer comió sola y todo" recuerda el cántabro divertido. "Yo lo hago en seis minutos", presume. Es la ventaja de ser el creador, no hay nada que memorizar, se conoce cada esquina y cada quiebro.