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Puede sorprender que al estar en pleno Madrid, un parque histórico no esté demasiado masificado, pero es así. El Parque del Oeste es uno de sus pulmones verdes menos conocidos y más disfrutados por sus vecinos tanto de dos, como de cuatro patas. Árboles magníficos, riachuelos, monumentos, aves… Pero empecemos por su historia porque, aunque parece que siempre ha sido así, no. Antes de su construcción el Parque del Oeste era un vertedero.
Sí, han leído bien. Antes del siglo XX, los terrenos que actualmente ocupan este vergel situado entre la carretera de la Coruña, la Ciudad Universitaria y el distrito de Moncloa, era el principal vertedero de basuras de la ciudad. Su construcción comienza en 1893 a instancias del alcalde Alberto Aguilera, aunque su inauguración no fue hasta 1905 convirtiéndose así en el primer parque público de Madrid.
Celedonio Rodrigáñez fue el ingeniero agrónomo y director de Jardines y Plantíos del Ayuntamiento el encargado de materializar el proyecto aunque, pasada la Guerra Civil, fue Cecilio Rodríguez el responsable de reconstruir el parque tras la devastadora contienda, incluso aún hoy en día se pueden contemplar en el parque algunos búnkers.
Su gran extensión -casi cien hectáreas- hace que el parque se divida en dos partes. Por un lado, la más cercana al Templo de Debod, mucho más turistificada y por otra, la parte que linda con Moncloa, entre la Avenida de Séneca y el Paseo de Ruperto Chapí, y es esta parte principalmente, la que nos hemos dedicado a recorrer por ser la más apetecible para ir con canes, porque realmente a ellos les encanta gracias a sus praderas donde pueden hozar de lo lindo.
Entramos justo enfrente del Intercambiador de Moncloa, un importante nudo de transporte de Madrid. La estatua dedicada al general Manuel Cassola nos ‘saluda’ desde su pedestal mientras descendemos por las laderas para encontrarnos, a la izquierda, con la Fuente de la Salud que aunque hoy es un monumento seco y vandalizado, antaño sus aguas suministraban el vital elemento a los habitantes ya que sus aguas procedían de un manantial cercano.
El agua de la fuente procedía del arroyo de San Bernardino que hoy sigue fluyendo camino al Manzanares pero actualmente está contaminada y no es potable. Además de la deteriorada fuente, en el parque hay otros elementos relacionados con el arroyo, como el Estanque, donde alrededor de él se suelen encontrar perrillos jugando aquí y allá; el caño del Manantial de la Salud que está a casi a ras del suelo y el Arroyo de San Bernardino, cuyo murmullo acuático nos atrae ya que tiene una vereda que es muy grata de recorrer.
La ría cuenta con unos 600 metros de longitud y fue restaurada a principios del 2000, aunque actualmente está bastante deteriorada y con agua estancada, por lo que se suelen encontrar algunas nubes de mosquitos así que no está de más poner a la mascota un collar protector. A la vera del riachuelo crecen lirios que ponen color a las pequeñas cascadas que de vez en cuando aparecen en el riachuelo y las razas caninas más acuáticas, no dudan en meterse en el agua para desesperación de muchos dueños.
El Parque del Oeste es un buen sitio para que nuestros canes socialicen. Por aquí y allá hay personas paseando con sus mascotas que se vuelven locos recogiendo las ramas caídas de los árboles. El parque cuenta con una Senda Botánica con árboles espectaculares, algunos de ellos, auténticos tesoros vivientes como la Sequoia gigante, el Guinko biloba, el Álamo blanco o el Cedro singular apodado cariñosamente como “el abuelo”.
Además hay higueras, tejos, pinos, chopo lombardo o ciprés de Lawson. Los arbustos son también de gran belleza y en este primaveral paseo canino algunos estaban empezando ya a dar sus primeras flores, como los lilos prometiendo que, en unas semanas, llenarían el ambiente con un fragante aroma.
El riachuelo lo cruzan puentes de madera por lo que fácilmente se puede ir por una u otra orilla. El largo paseo con nuestros canes por este parque urbano madrileño nos permite contemplar las interesantes esculturas y monumentos que se pueden encontrar a lo largo y ancho de sus prados. Homenajes en piedra o metal a políticos, militares, escritores, médicos, pintores españoles y latinoamericanos.
Por nuestro camino nos encontramos con el monumento al doctor Federico Rubio y Gali (que junto con el dedicado a Concepción Arenal es de los pocos que quedan de antes de la Guerra Civil); el dedicado a la escritora Elena Fortín; otro al Maestro o el homenaje a Miguel Hernández, cuyo medallón con la imagen del insigne poeta está basado en un dibujo del dramaturgo Buero Vallejo.
No nos centramos en descubrir a fondo este Museo al aire libre porque el can se impacienta. Hemos llevado algunas golosinas y agua porque la caminata es larga, hace calor y Bartolo empieza ya a buscar la sombra. Así que seguimos por la parte derecha del Paseo de Camoens, una zona tranquila llena de vegetación. Y… ¡Sorpresa! nos damos de bruces con un auténtico túnel de flores de Wisteria… ¡Cómo si estuviéramos pasando por el famoso Ashikaga Flower Park de Japón! Salvando las distancias, claro. Este túnel de glicinias es verdaderamente mágico, no sólo por los colores violetas y blanco de sus flores, también por su fragante aroma.
Bordeamos las canchas de baloncesto que, cuando hace buen tiempo se llena de jugadores de todas las edades disfrutando de su tiempo libre, y atisbamos en la lejanía uno de los monumentos industriales más espectaculares que quedan todavía en Madrid: La Tinaja. Esta chimenea de cocción de cerámica con forma de tinaja está hecha de ladrillo y tiene unos contrafuertes que sujetan la estructura. Formaba parte de la antigua Real Fábrica de la Moncloa, que producía artículos de porcelana y cerámica destinados al uso real. Muy cerca se encuentra la Escuela de Cerámica de Francisco Alcántara, inaugurada en 1911 y que sigue funcionando actualmente impartiendo estudios superiores de alfarería y cerámica.
Como ya empieza a anochecer, decidimos desandar lo andado y salir por donde entramos: Moncloa. Hacemos una parada para ver la Puerta de Madrid, obra del escultor Enrique Salamanca. Al caminar, vemos que el parque se empieza a llenar con algunos estudiantes que, al acabar las clases, deciden desconectar sentándose en grupos a charlar y nosotros aprovechamos para hacer lo mismo antes de llegar al Estanque, una zona que suele estar muy concurrida por canes y dueños. Nos encontramos amigos de dos y cuatro patas y después de saludar, decidimos volver a casa que la caminata, ha sido larga…