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El Espigüete no es una montaña cualquiera. Es una de las cimas más emblemáticas de la Cordillera Cantábrica, una gran pirámide blanca que se puede observar desde la distancia. Con sus 2.451 metros reina en la soledad de los cruces de caminos de Palencia, León y Cantabria. Una montaña que en invierno se transforma y sólo permite ser visitada por gente experta; en verano y en la primera parte del otoño es más amable. Por eso es nuestra primera recomendación para esta serie de rutas caninas. Elegiremos la cara sur, la más accesible que nos evita la larga y emocionante cresta que sale de las vertientes norte y este y que no está recomendada para ir con mascotas por el peligro que conlleva. Si estáis preparados y con los arneses atados, comienza el viaje. Bienvenidos a la Montaña Palentina.
Primero, las presentaciones. Ella es Mari, un cruce de Pastor Vasco con Border Collie que se encargará de guiarnos por algunas de nuestras cimas más bellas. Mari se llama así en honor a la Dama de Anboto, una diosa de la mitología de Euskadi y Aragón que habita en las montañas.
Son muchas las cimas a las que podemos ir con nuestros peludos durante todo el año, pero aprovechando el otoño hemos elegido una montaña que es accesible cuando el hielo y la nieve no la cubren: el Espigüete. Nombre curioso y llamativo, sin un origen muy claro, aunque el investigador Roberto Gordaliza dice que viene de su apariencia de espigón pelado y puntiagudo.
Salimos de Bilbao a última hora del viernes, y en apenas tres horas nos plantamos en el pequeño municipio de Velilla del Río Carrión (Palencia), donde damos un paseo con Mari por uno de los parques del pueblo antes de irnos a dormir a un pequeño hostal donde las mascotas son bienvenidas. Es el ‘Hostal Areños’ donde, a pesar de que es tarde, tenemos la llave de la habitación en la entrada y han dejado unos cuencos con agua y pienso. Madrugamos bastante y cogemos la carretera comarcal P-210. La llegada a nuestro punto de partida, la localidad de Cardaño de Abajo, ya es un regalo para la vista, pues estamos en la Ruta de los pantanos. El nombre no es casual, ya que en casi 80 kilómetros vamos a poder recorrer los pantanos de Aguilar de Campoo, Ruesga, Requejada, Compuerto y, finalmente, Camporredondo.
Aparcamos en la plaza, en la Calle Larga -que es la vía principal del pueblo; la otra calle es la bajera-. No hay pérdida. Mari pega un salto del coche y va directamente a una gran fuente en la que además llenaremos nuestros bidones. No volveremos a encontrar agua en ninguna parte del recorrido, así que es mejor ser previsores. Un mastín ya muy mayor y cojo sale a saludarnos, tiene pinta de que se conoce el Espigüete casi tan bien como cualquiera de los pastores de la zona. Me pongo la mochila, ato a la perra e iniciamos la ruta. El camino es muy evidente: cogemos una pista hormigonada que sale de la misma plaza. En apenas 500 metros, junto a una nave agrícola, tomamos un desvío a la izquierda que nos colocará en la pista forestal que nos llevará hasta la base del Espigüete.
Por delante 3 kilómetros por un camino serpenteante, salpicado a ambos lados por un robledal. Estamos dentro del Parque Natural de Fuentes Carrionas y eso nos obliga a llevar a nuestro perro atado. Mari lleva una correa no extensible de tres metros de largo, suficiente para que vaya a su aire y pueda ir olfateando los rastros de los muchos animales que hay en la zona. Durante la primera parte del recorrido nos vamos a cruzar con numerosas vacas y caballos, además, como es una ruta muy poco transitada, podemos encontrar aves como el carbonero palustre, el reyezuelo o el trepador azul. Si queremos ver mamíferos como el tejón, la marta o la garduña, tendremos que trasnochar un poco e iniciar el camino antes de que salga el sol. La pista no tiene dificultad alguna, apenas subiremos 200 metros de desnivel.
El desvío para adentrarnos en las faldas de nuestro destino es muy claro. Hay un gran hito que nos indica que tenemos que girar a la derecha. De frente ya tendremos la cima principal de la montaña. El camino cambia por completo y nos adentramos ya en terreno montañoso. Si nuestro perro es obediente y no suele curiosear con el ganado, aquí podemos soltar a nuestra mascota siempre que estemos seguros de que no hay animales a los que pueda molestar; de lo contrario, deberá seguir llevando el arnés. Durante un kilómetro iremos ascendiendo de forma más fuerte por un sendero rodeado de enebrales y alguna brecina. Mari no es cazadora, pero su instinto perruno le hace meter el hocico entre los recovecos de la maleza. El camino no tiene pérdida porque está muy marcado por los hitos, muchos hitos que nos van a acompañar hasta colocarnos bajo la pared de la montaña. La subida ya se va endureciendo, pero sigue siendo muy asequible para nuestras piernas y para las de nuestra mascota.
El día es muy agradable. Estamos en octubre, pero la temperatura ronda los 10 grados y el sol ya empieza a calentar la pared oeste de nuestra montaña. Le damos algo de agua a la perra y descansamos antes del tramo más duro que nos queda. Si echamos la vista a nuestro punto de inicio, contemplamos el Valle del Río Chico en todo su esplendor. A comienzos del otoño, y tras unos meses en los que las lluvias no han aparecido, el pantano de Camporredondo nos dice que tiene sed, con apenas el 8 % de su capacidad. Puede almacenar 70 millones de metros cúbicos de agua y está construido en la cabecera del río Carrión. Sus aguas son muy importantes, no solo para Palencia, también para Valladolid, ya que han permitido a lo largo del tiempo que los tradicionales cultivos de secano se sustituyan por otros más rentables como el maíz o la alfalfa.
Tras reponer fuerzas hay que prestar un poco de atención para afrontar la parte final de la ascensión. Estamos en la famosa pedrera, en la que si cogemos mal el camino estaremos dando un paso y retrocediendo dos. Es un tramo que no llega al kilómetro, pero ascendemos más de 400 metros de desnivel. El perro no tendrá problemas en subir, pero hay que ir con cuidado para que no vaya tirando piedras a quienes puedan venir por detrás. Por eso, lo mejor es guiarnos por la pared derecha de la canal, una zona de roca menos descompuesta, donde la subida se hace muchísimo más cómoda. Aquí Mari ya acelera el ritmo, ¡aunque quizá soy yo el que baja la velocidad! Se nota el desnivel y ya cuesta más aguantar el ritmo perruno. Si alzamos la vista, ya vemos el collado que divide las dos cumbres principales del Espigüete, en unos 45 minutos estaremos muy cerca de la arista cimera. Es aquí donde nuestro camino se junta con el de los montañeros que han salido de la otra vertiente para subir por la larga y bonita arista este, la que no está recomendada para perros, ni tampoco para gente no acostumbrada a los trepar y destrepar.
En el collado volveremos a atar a nuestra mascota, porque aunque no es una zona peligrosa, sí está bastante transitada en “hora punta”, por lo que es mejor llevar controlado al animal y evitar sustos. Giramos a la izquierda y nos queda una cresta muy transitable de apenas 100 metros. Tras 5,5 km y 3 horas y 30 minutos, estamos en una de las cimas más míticas de toda España. Si tenemos suerte y el día está despejado podremos contemplar el embalse de Riaño, los Picos de Europa o el vecino Curavacas. Las vistas son espectaculares y podemos identificar decenas de montañas en un radio de casi 100 kilómetros. Mari y yo no estamos mucho rato en la cima, al ser una perra miedosa con la gente y la cima empieza a estar algo concurrida. La montaña está coronada por un vértice geodésico y numerosas placas que recuerdan a personas fallecidas: “Mamá, por fin hemos conocido tu Espigüete, te queremos”, reza una de las más llamativas.
El descenso lo realizaremos por el mismo lugar. Lo mejor es ir pegados a la pared, en este caso a nuestra izquierda, en apenas una hora estaremos en el sendero que nos lleva hasta la pista del robledal, en 2 horas y a ritmo suave, estaremos de vuelta en la plaza de Cardaño de Abajo. Ahí sigue el “perrito” mastín que nos recibió por la mañana y al que volvemos a saludar. Mientras Mari almuerza (siempre después de haber realizado la ruta para no ir con el estómago lleno) yo me pido una cerveza en el pequeño bar que hace las veces de club social y lugar de reunión en el pueblo. ¡Volveremos!