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El equipo de 'Petit Cuisine' posa con su menú navideño. Foto: Facebook 'Petit Cuisine'

Dónde comer y merendar en los pueblos de Madrid

Broche culinario a las excursiones madrileñas

20/10/2024 –

Actualizado: 15/12/2023

Texto: Ana Caro

Los Soletes en los pueblos de Madrid también pueden ser un manual de emergencia para cuando la ciudad se hace bola. Para esos días fríos y soleados entre festividades, la Comunidad de Madrid sigue teniendo lugares a los que escaparse a respirar: Guía Repsol los recorre de plato en plato y de café en café. 
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Las bolsas llenas de regalos, la ciudad cuajada de bombillas y las cenas multitudinarias tienen su punto pero a veces la ciudad en Navidad puede llegar a abrumar. Por suerte, la Comunidad de Madrid aún conserva, por ejemplo, el monte bajo de la Sierra Oeste. Llegar a Zarzalejo por la mañana y subir a Las Machotas, pasear por su casco histórico o caminar por las lagunas de Castrejón limpia la mente, y comer en ‘Coté Café’ (Venero, 6) después, termina de resetear el cuerpo entero.

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Platos reconfortantes y ligeros en 'Coté Café'. Foto: Alfredo Cáliz

Lo que ahora es el restaurante vegano de Laura Padilla y César Villalba comenzó en un altillo encima de una frutería ecológica en el barrio de Moncloa hace seis años: “Era pequeño pero la ilusión era tan grande…”, recuerda Padilla de esa época, antes de que una clienta les hablara de un local en Zarzalejo que les podría funcionar. Funcionó tanto que a día de hoy son muchos los que se siguen sentando en su acogedor salón a picar sus setas con 'shiitake', a reponer fuerzas con su risotto de arroz negro, o a merendar tarta casera con un café siempre rico. El que llega puede tener aún más suerte y acabar comprando algún libro o incluso viviendo un rato de música en directo antes de volver a la ciudad.

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Además de las comidas, las meriendas son momentos fuertes en 'Coté Café'. Foto: Alfredo Cáliz

Alrededor de la capital hay decenas de lugares para visitar pero San Lorenzo de El Escorial sigue siendo un clásico. Funciona como punto de partida para varias rutas de senderismo como por ejemplo la subida al Monte Abantos, y recorrer la senda a la Silla de Felipe II sería obligatorio para conseguir el carnet de madrileño si existiera algo así. El pueblo como tal -con ese poso de calidad en las casas y en la ropa de la gente que conservan las grandes villas en las faldas de una sierra- tiene su gracia, pero la estrella de la jornada pocas veces deja de ser el Real Monasterio. “Construido por Felipe II en el siglo XVI en honor a San Lorenzo, muerto en la parrilla”, es una de esas frases que muchos de los que fueron al colegio en Madrid se saben de memoria. Su biblioteca podría ser una localización para una película fantástica, pero para fortuna común es lugar de visita durante las mañanas de martes a sábado.

Los bares cercanos al monasterio siempre tienen gente.

Los bares cercanos al monasterio siempre tienen gente. Foto: Alfredo Cáliz

Pasa algo parecido a la magia cuando la belleza natural y monumental conviven, y comer rico en un sitio agradable suele constituir un remate a la altura. Los callos jugosos y la lasaña de rabo de toro con pasta italiana son dos de los platos contundentes y bien pensados que preparan en ‘Cava Alta’ (Rey, 1), un restaurante que está dando que hablar en el centro del pueblo. Si ha tocado sol de invierno y apetece una comida más informal con un postre célebre, otra buena pista en San Lorenzo de El Escorial es ‘Paco Pastel - La Casita’ (Avenida de los Reyes Católicos, 1), en el espacio de recreo de Carlos IV: todo robles, jardín y un palacete de puro neoclasicismo español.

'Cava Alta' lo tiene todo. Foto: Facebook 'Cava Alta'
'Cava Alta' lo tiene todo. Foto: Facebook 'Cava Alta'

Un híbidro de cafetería y anticuario

Para tomar el café de después de comer -cuando surgen las conversaciones que nos devuelven a la vida diaria-, hay pocas dudas: lo suyo es ir a ‘Antigua Canela’ (Plaza de la Constitución / Calle del Rey, 8) a probar por ejemplo, la tarta de mascarpone y dulce de leche de Ana, que comparte negocio con María, su hermana. María es la culpable de los espejos ingleses de la década de 1920, de las vajillas de Manises y de llegar a olvidar que estamos a finales de 2023 a menos de 60 kilómetros del centro de Madrid. El intenso olor a café que inunda la sala, las personas arellanadas en los asientos mullidos y el ventanal de marcos verdes consiguen que durante unos minutos el mayor problema sea elegir entre el crumble de manzana o la tarta de chocolate con mermelada de frambuesa.

La Canela, san lorenzo del escorial
La suculenta barra de 'Antigua Canela'. Foto: Alfredo Cáliz

A menos de 20 minutos por la M-600 desde San Lorenzo de El Escorial se encuentra el pueblo de Guadarrama y para sentir que lo has visitado de verdad hay que probar al menos una croqueta de ‘La Chimenea’ (Sierra, 20). La bechamel sedosa y el empanado crujiente no cambia pero sí los ingredientes, todos tratados con el mismo esmero: de cebolla y huevo duro, de chorizo y huevo frito, de jamón, y de queso. Marta, Ángela, Silvia y María Andrés son las cuatro hermanas responsables de que gran parte de su región no se haya quedado sin sus croquetas favoritas, al mantenerse al frente del negocio que abrieron Vicente y Milagros, sus padres, hace ya más de 40 años. ‘Los Santanales’ (Recaredo Collar) es otro buen lugar en Guadarrama donde comer, por ejemplo, alcachofas confitadas, o picar buenos embutidos con unos vinos a la altura.

Caldo y croquetas en el local de las hermanas Andrés. Foto: Alfredo Cáliz
Caldo y croquetas en el local de las hermanas Andrés. Foto: Alfredo Cáliz

Avanzando por la vertiente sur de la Sierra de Guadarrama hacia la frontera entre la Comunidad de Madrid y Castilla y León, se encuentran los municipios de Navacerrada y Cercedilla. Navacerrada a muchos les suena a nieve, por sus pistas de esquí o su identidad de destino clásico para tirarse bolas, hacer muñecos y deslizarse con el trineo. Tras un día de frío y blancura, ya sea desde lo deportivo o desde un enfoque más relajado, ‘Félix El Segoviano’ (Plaza de los Españoles, 9) es un lugar donde entrar en calor. Se trata de un asador solvente donde sentarse a comer pero el sabor que muchos guardan en su memoria con más cariño es el de sus picatostes cubiertos de azúcar con chocolate a la taza. En un pinar de Cercedilla casi se esconde un lugar decorado de cuento donde se cocina con sentido, se llama ‘Petit Cuisine’ (Paseo de Canalejas, 2) y puede ser la guinda a una mañana, por ejemplo, recorriendo la Senda de los Poetas.

La CHIMENEA, GUADARRAMA

Las cuatro hermanas trabajan en el negocio familiar. Foto: Alfredo Cáliz

Siguiendo hacia el norte sin cruzar la frontera con Segovia le llega el turno a otro de los emblemas del excursionista madrileño: Rascafría. Si la meteorología respeta el día de libranza, conviene la caminata al Monasterio de Santa María del Paular, de una media hora saliendo del pueblo. Desde el Puente del Perdón se vislumbra al monasterio del siglo XIV con una planta especial, tanto que llega a conformar una de las estampas más icónicas de la sierra de Madrid. Muy cerca, el excursionista puede darse una vuelta por lo que ya se conoce como “el bosque finlandés”: chopos, abedules y fresnos custodian un lago, con una sauna antigua y un rebaño de ovejas negras en sus orillas, de fotogenia innegable. La mañana puede terminar en ‘La Isla’ (M-604, km. 31), donde tapear sencillo y rico entre pinos de Valsaín.

El Mirador de Rosales, de postal.

Un rato descansando en el Mirador de Rosales, en la senda de los Poetas. Foto: Hugo Palotto

Carnes a la brasa dentro de una cueva

Si, por el contrario, el frío se hace fuerte en el Valle del Lozoya, una buena idea es calzarse la raquetas de nieve y caminar el pueblo hasta el área de descanso del Arroyo Laguna Grande de Peñalara. Tras ese plan, igual apetece más comer en ‘Cachivache’ (Avenida del Valle, 39): sala acogedora donde comer con calma desde que hojeas la carta, infinita, de propuestas contundentes y con protagonismo de la carne a la piedra.

Bosque Finlandés Rascafría otoño

Los reflejos del bosque finlandés de Rascafría. Foto: Alfredo Cáliz

La Cabrera, al sur de la sierra homónima, suele ser el origen para la subida al Pico de la Miel, otra de las rutas clásicas de la comunidad, por completa y accesible. Algo bonito de ese tipo de excursiones es ver después el pico desde abajo y ‘La Posada Mari’ (Avenida de la Cabrera, 1) es un balcón perfecto. Se puede comer de menú y volver a casa sin prisa, o quedarse a dormir en una de sus habitaciones.

Cenas navideñas en la sierra. Foto: Facebook 'Cachivache'
Cenas navideñas en la sierra. Foto: Facebook 'Cachivache'

Desde La Cabrera y tras 20 minutos conduciendo por la M-610 está Bustarviejo, donde la antigua mina de plata suele copar la charla, pero también es, de alguna manera, refugio de jóvenes que se han arriesgado a dedicarse al sector primario en el siglo XXI. Para comprar frutas y verduras ecológicas, hay que ir a ‘La Huerta de Abril’ de Carlos Suárez y Christian González. Y para llevarse a casa un buen queso, a ‘La Caperuza’, donde Laura y Concha Martínez recuerdan al visitante que hay otra forma de hacer las cosas (concretamente, mejor). Una vez que se tiene la compra hecha, es la hora de comer en ‘La Casona’ (Lechuga, 20), aunque otra opción es bajarse en coche a El Molar para cenar en el interior de una cueva, por ejemplo en ‘La Cueva del Lobo’ (Santa María de la Cuesta, 14) destacan las carnes y los postres, siempre caseros.

Vista parcial de la Plaza Mayor de Chinchón con la iglesia al fondo.

La Plaza Mayor porticada, el centro de Chinchón. Foto: Hugo Palotto

Aunque normalmente es el monte quien se lleva la primera plana, Las Vegas madrileñas también merecen uno de los días libres de final de año. Chinchón es la joya de la corona por estas latitudes y aunque su Plaza Mayor es una de las fotos más vistas de la zona, sorprende a casi todos cuando entran por primera vez con sus propios pies. Cuna del actor José Sacristán, el pueblo tiene un paseo, o un par de ellos y una cafetería que es un regalo. En ‘Tomeguín & Colibrí Specialty Coffee Shop’ (Huertos, 12) sirven café de la finca del padre de la dueña, en Colombia, y en su diáfano local conviven las columnas de piedra de corte antiguo con el techo de vigas de madera vista. Los balcones a un jardín llenan de luz el espacio e invitan a pedir un café más antes de volver a casa. Probablemente luego toque tender la lavadora, preparar el tupper y poner la alarma, pero ya con otro ánimo: a veces unos cuantos kilómetro y un par de pistas bastan para airearse.