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La Historia toma las calles
Antes de que la vida se moviese en torno a las grandes ciudades y sus amplias autovías, los caminos de la Historia pasaban por el pequeño pueblo de Tobed, en Zaragoza. Esos episodios trascendentales dejaron profundas huellas en su suelo, unas marcas en forma de arte que sus poco más de 200 vecinos enseñan hoy con orgullo al visitante. Concretemos: hace novecientos años, el pueblo pasó a formar parte del señorío de la orden del Santo Sepulcro, y ese poderoso patrocinio llenó sus calles de joyas arquitectónicas. Un buen ejemplo es el conjunto del Palacio de los Canónigos y la iglesia de San Pedro. Su coqueta y sobria torre viste de mudéjar la plaza del ayuntamiento, pero es sólo un aperitivo de lo que nos espera. A la principal sorpresa del pueblo se llega después de atravesar la calle Mayor. Pese a su nombre, hablamos de una estrechísima arteria que, de golpe, se abre en una plazoleta y te planta en la cara una de las mayores joyas del gótico-mudéjar aragonés: la iglesia-fortaleza de la Virgen de Tobed, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Las mil y una filigranas que atraviesan su fachada sirven de doble resumen. De un lado, de los mejores elementos de ese estilo artístico. De otro, de las razones por las que ningún amante del arte puede perdonar la visita a Tobed.