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Labrada por el fuego
Nos adentramos en la tierra del gigante volador. Un enorme animal que escupe fuego podría haber creado el municipio de Tinajo, pero no ha sido así. Se le adelantó la fuerza de la naturaleza que utilizó a los volcanes para diseñar uno de los espacios más impresionantes que el hombre pueda observar. Géiseres, cráteres, tubos de lava e incluso desolados paisajes teñidos de diversos colores, con escalas que van desde los ocres hasta los grises, se van sucediendo hasta encontrar el Atlántico en el parque nacional de Timanfaya. El onírico paisaje continúa más allá de sus límites. La prolongación de este espacio protegido es el parque natural de los Volcanes con su enorme Caldera Blanca. La costa volcánica se desmelena hasta llegar al enclave costero de La Santa. Allí, se aprovecha la fuerza del viento a través de un molino que santifica la tradición. Puede que hoy nuestro dragón esté dormido en la Cueva de los Naturalistas, unas grutas creadas por la lava, pero algo nos dice que sigue vivo. Tanto como la viveza que brota en los parajes de La Gería. Allí, el esfuerzo del ser humano ha conseguido cultivar una tierra de cenizas, cuyos recuerdos volcánicos se plasman en sus monumentos. La iglesia de San Roque o la ermita de Los Dolores utilizan basalto en sus paredes impolutas para jamás olvidar que el volador puede surcar los cielos en cualquier momento. Fuego y piedra. Tinajo es la morada donde se espera que este coloso en algún momento vuelva a aparecer.