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Padrón

Donde unos pican y otros no

Versos de Padrón, aquellos que Rosalía de Castro escribió en su casa la Matanza, hoy museo; novelas que cuentan historias, las de Camilo José Cela, que la sombra de un olivo cobija en los aledaños de su fundación que preserva su legado. Una villa, la de Iria Flavia que parió Padrón, donde unos personajes pican y otros no, como peregrinos que rozan las piedras de sus iglesias, la de Santiago, la de San Antonio o San Francisco, la de Santa María de Herbón; que beben del agua de sus fuentes –la Santa y la del Carmen–; que pasean por el Espolón antes de cruzar el puente de Santiago y que sueñan con la liberación en el santuario de la Esclavitud, pidiéndole a los ríos Sar y Ulla que no inunden las tierras y que cultiven sus campos de pimientos, de cuando era puerto y comercio en época de influencia romana, muy a principios de nuestra era cristiana.

Pazos de Padrón como el de Quito, de tierras de Herbón, los franciscanos, que trajeron de las américas un manjar culinario, el pimiento pequeñito, que no alimentó a Santiago pero que sí sustenta la tradición jacobea de la villa, al que antes un emperador romano, Tito Vespiano, concedió la dignidad de municipio. Y al fondo, como un enclave, en el casco histórico, el Crucerio del s. XV. Un ‘pedrón’  bajo el altar mayor de la iglesia de Santiago, así pasó a llamarse Padrón; unos peñascos que entre bosques guarecen la recreación de un espacio, el del Monte, el Santiaguiño que en su ermita recibe a los romeros que bailan muñeiras en su honor cada 25 de julio, sin escurrirse siquiera la lamprea, ese vampiro pez de las rías frías, correoso, feo, pero de paladar exquisito. Padrón está en el camino portugués a Santiago, a donde se llega por las puertas del Bordel, por la cara norte de la que era una villa amurallada, o por la puerta sur, Fondo de la villa. 

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