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Ourense

La ciudad de las aguas

Al llegar a Ourense, lo ideal sería poder convertirse en agua y fluir por la ciudad para conocerla a fondo. Bajo alguno de los ocho puentes que discurren bajo el Miño, transformados en líquido podríamos contemplar sin prisas los sillares de la base de época romana que aún conserva el Puente Viejo y admiraríamos la moderna elegancia del Puente del Milenio. Filtrándonos por alguna rendija podríamos ir a parar a la Fuente Nueva (llamada así porque sustituyó a la original del siglo XVIII), en el centro de la plaza del Trigo, el mejor lugar para contemplar la fachada sur de la catedral de San Martiño, que conserva algo del aspecto de la fortaleza medieval que fue en algún tiempo. Desde los altos chorros de la fuente del parque de San Lázaro no sería complicado poder ver la iglesia de San Francisco, trasladada piedra a piedra desde su ubicación original, en la que formaba parte del monasterio del mismo nombre junto al claustro que todavía se puede visitar allí. 

Tras regar la Alameda, aparecen unos jardines de origen medieval donde se celebran dos de las festividades de mayor arraigo de la localidad: la Festa do Maios y la de Magostos. Después, en forma de ligera llovizna, podríamos recorrer las callecitas del casco histórico de la ciudad hasta desembocar en la Plaza Mayor. Su suelo inclinado nos conduciría raudos hacia la casa consistorial, dejándonos ver edificios que podrían formar parte de un catálogo de arte modernista y acercándonos hasta el palacio Episcopal, sede del museo arqueológico de la urbe. Resistiéndonos a abandonar la plaza, aún podríamos echar un vistazo a la imponente escalinata que da acceso a la fachada de la iglesia de Santa María Madre. Un salto hasta la pila de agua bendita nos trasladaría a la iglesia de la Trinidad para contemplar su capilla poligonal así como la decoración de sus bóvedas. De allí, un paso hasta la curiosa fachada barroca de Santa Eufemia, y, muy cerca, el Pazo de Oca-Valladares.

Quizá un último vistazo merece hacerse en la capilla de San Cosme y San Damián antes de fluir hasta las termas de As Burgas, unas piscinas naturales en mitad de la ciudad, vestigio de su pasado romano. Inspirados por las ninfas que adornan una de sus fuentes, volveríamos a discurrir hasta el Miño para hacer una ruta termal por A Chavasqueira, O Tinteiro, Muiño da Veiga, Outariz, Burgo de Canedo y Reza. En sentido inverso, remontaríamos el cauce del río Loña para conocer las maravillas que se esconden en el conjunto arqueológico-natural de Santomé y contemplar, desde lo alto, la ciudad en todo su esplendor, como gotas de lluvia. Pero el agua nunca pasa dos veces por el mismo lugar, y Ourense merece ser visto una y otra vez.

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