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No hace falta que te pongas bañador y ocupes una tumbona, simplemente imagínate en una terraza de 'Santa Catalina, a Royal Hideaway Hotel', en cualquiera de ellas, disfrutando de esa brisa canariona que enamoró a la mismísima Agatha Christie. Tal es la sensación de placidez que, en dicha tesitura, el pensamiento puede irse por las ramas y concluir que Heráclito estaba errado cuando proclamaba que "todo cambia, nada permanece"; al menos en este punto de Las Palmas cobra más sentido la célebre conclusión de Parménides, la de que "el cambio es aparente, todo permanece". Y es que, pese a las reconstrucciones y reformas padecidas, el alojamiento no ha perdido ni la grandeza de finales del siglo XIX, cuando abrió sus puertas por primera vez, ni el esplendor artístico de mediados del siglo XX, cuando experimentó su primera resurrección.
Ya ves, la mente se va a la antigua Grecia aunque en este hotel de la división lujosa del Grupo Barceló no se admiren columnas de orden dórico, jónico ni corintio. Su aspecto actual es heredero directo del primer gran reseteo acometido en 1952 por Miguel Martín-Fernández de la Torre, arquitecto ecléctico que rehízo el edificio según patrones del neocanarismo; esta etiqueta ampara un ejercicio de imaginación que mezcla lo colonial y sus maderas con piedra de cantería canaria e incluso guiños hindúes en sus torreones.
"Lo que en Estados Unidos es estilo Beberly Hills", resume Manuel Martínez-Fresno, estiloso director de Protocolo, RR.PP., Royal Concierge y Comunicación de una casa, tradicional punto de encuentro y celebración social –y toma de decisiones políticas–, unida a la vida y los recuerdos de casi todas las familias de Gran Canaria. Este carácter entrañable lo subraya Martínez-Fresno frente a un dibujo de 1887 que muestra la estética original del establecimiento inaugurado tres años después, el 6 de febrero de 1890.
Eran tiempos de marcada influencia británica, un ir y venir de barcos de vapor que hacían escala en la isla para cargar en sus bodegas el combustible necesario para atravesar el Atlántico o continuar rodeando el continente, doblando Sudáfrica camino del océano Índico y Asia. Consecuencia del monopolio del comercio marítimo, la construcción del puerto de la ciudad contó incluso con financiación de Inglaterra, necesitada de una base donde almacenar ese carbón que impulsaba a sus buques.
Los encargados de transportar el combustible fósil empezaron a aprovechar el viaje de vuelta para regresar con exclusiva producción local –plátano, maíz, papa, tomate–, se convirtieron en los grandes terratenientes de la zona, impulsaron la producción agrícola y se intensificó aún más el tránsito de viajeros. Era imperiosamente necesario un hotel de entidad para alojar a tanto a empresario adinerado y las tres familias británicas (los Miller, los Jones y los Blandy) se asociaron en la primera empresa turística de la isla, The Canary Islands Company, para construirlo en la vega de Santa Catalina. Se trataba de una zona agrícola con una pequeña ermita fundada a finales del siglo XIV por mallorquines.
'Santa Catalina' fue por tanto el nombre asignado también a un hotel diseñado por James McLaren y ejecutado por Norman Wright que, tras un primer periodo de apogeo, cerró sus puertas con el eco de la artillería que agujereó el mundo en la Primera Guerra Mundial. Inglaterra y Europa entraron en crisis, se impuso la ruina mundial, el negocio se abandonó, las instalaciones sufrieron varios incendios y recibieron distintos nuevos usos, entre ellos los de hospital, almacén de productos agrícolas y sede de Falange.
La segunda gran reforma de 'Santa Catalina', la que derivó en su aspecto actual y en la sonada reinauguración del 6 de febrero de 2020 –justo 130 años después del primer chupinazo– corrió a cargo de Barceló. El grupo hotelero se llevó el gato al agua al proponer la inversión económica más importante (más de 28 millones de euros) y la apertura del hotel a los patios y parques, así como a la azotea.
Durante la referida restauración salieron a la luz obras que permanecían tapiadas, escondidas y, por supuesto, deterioradas. Es el caso de la imponente chimenea original que preside el 'Bar Carabela', biblioteca reconvertida en bar y presidida por un peculiar mural de Jesús Arencibia: Procesión de ciegos en torno a Santa Lucía. "El pintor, crítico y de izquierdas, hace una crítica solapada al franquismo sin que nadie se entere. Todo el mundo aplaude el mural, fantástico por el tema de Santa Lucía, y lo que el autor realmente está tratando de mostrar es que la sociedad sigue ciega las directrices de la religión e incluso utiliza un estandarte de procesión rojo, como la bandera comunista, y una disposición de figuras que es la de un cuadro revolucionario, está claro", describe Martínez-Fresno.
Bajo el mural recorre la misma pared un sofá, recolocado tras varias décadas ausente, en el que se han fotografiado muchos personajes ilustres, desde el astronauta Neil Armstrong a las actrices Ava Gardner y Sofía Loren. Sir Wiston Churchill, John Huston, Gina Lollobrigida, Marcello Mastroianni, Gregory Peck, Frank Sinatra, Rita Hayword, María Callas y todos los grandes de la ópera figuran en la lista de alojados memorables.
Agatha Christie nunca durmió en el hotel –lo hacía en el 'Metropole', hoy sede de oficinas municipales–, pero acudía todas las tardes a tomar el té, charlar y escribir, probablemente líneas de El misterio del tren azul, novela que consta fue escrita en Las Palmas de Gran Canaria, ciudad que también inspiró pasajes de Una señorita de compañía. Y es que 'Santa Catalina' fue testigo mudo de tertulias maravillosas, interesantísimas, de la aristocracia y la alta burguesía canaria, pero también de viajeros de gran preparación y prestigio, no solo políticos y artistas, también botánicos y científicos, que hablaban de la Ilustración, de las nuevas corrientes artísticas, de política… "Por eso Canarias ha sido siempre muy liberal, porque llegaba todo antes", sentencia nuestro anfitrión.
Murales de Arencibia visten también el salón principal del hotel, inaugurado en 1952 como comedor, reconvertido en salón de eventos (congresos, convenciones, bodas…) y rebautizado Miguel Martín-Fernández de la Torre, para hacer olvidar a García-Escámez, general franquista. El pintor intervino con escenas costumbristas, dedicando la parte inferior de las columnas a reproducir flora y plantas autóctonas de Canarias, y la parte superior de los arcos a pintar escenas de la economía local que ponen en valor, por ejemplo, la pesca, la recolección del tomate, la labor de aguadores, el fruto de las uvas y la suerte de contar con ovejas y cabras.
La luz invade el espacio a través de ventanales y puertas que hace poco permanecían tapiadas, condenadas, el techo luce filigranas y detalles arabescos en yeso y de él cuelgan exclusivas lámparas de Murano encargadas expresamente para el hotel. No hay ninguna igual en el mundo, no en vano las diseñó Néstor Martín-Fernández de la Torre, hermano de Miguel, un artista polifacético que lo mismo pintaba un cuadro que hacía un escenario para ópera o diseñaba una cafetera o un candelabro.
El neosurrealismo característico de Néstor está presente también en otro salón en cuyas paredes conviven cerámica cobriza, cojines de piel, una puerta que parece rescatada de un barco, otra de latón y más dibujos de Arencibia -su discípulo más aventajado- que ponen el acento en un dramatismo goyesco. Así no chirría en absoluto, en su acceso, otro mural titulado El amanecer de las brujas, basado en la leyenda de las brujas de Telde, pueblo conocido por la cantidad de leyendas y cuentos populares que retrataban a sus mujeres entregadas a las prácticas mágicas o supersticiosas propias de la brujería.
Un letrero anuncia la presencia en el hotel de cuatro espirales de Martín Chirino, y la colección de arte continúa con detalles como los apliques de latón repujado de las columnas del lobby –obra de Néstor– y óleos del tinerfeño Manuel Martín González. Solo el proyecto de rehabilitación de toda la obra artística llevó 17 meses de trabajo a la restauradora Beatriz Galán.
El aire corre hoy libre por patios abiertos que antiguamente fueron espacios cerrados, salón de desayunos y casino. Y el distinguido mobiliario original del hotel, de los años cincuenta, se distribuye en espacios comunes y una treintena de habitaciones catalogadas con cabeceros de cama, armarios y más elementos diseñados por el propio Néstor. Su calidad se debe al buen hacer de carpinteros y ebanistas de la isla, otro legado inglés.
No obstante, la modernidad invade el resto de las 204 habitaciones disponibles, donde las camas son bien grandes y la televisión un espejo con marco regio que hace pasar desapercibida su tecnología oculta a quien no esté convenientemente advertido. Los indecisos celebrarán contar con ducha y bañera en la misma estancia, enmarcada con venecianas de madera, y cualquier terraza procura buena vista, dada su ubicación en pleno Parque de Doramas, nada lejos del Puerto de La Luz.
Ojo, que no hace falta desplazarse al puerto ni a las playas de Las Canteras o las Alcaravaneras para darse un chapuzón, pues 'Santa Catalina' cuenta con piscinas –una infinity en la azotea– y un completo circuito de aguas. Concretamente, el centro wellness está dotado con piscina de hidroterapia, bañeras de hidromasaje, tres tipos de sauna (finlandesa a 80º; biosauna a 60º, y baño turco a 45º), circuito de duchas (aromática, cubo de agua helada, bitérmica, efecto lluvia tropical), fuentes de hielo y piscinas de contraste con frigidarium (13º) y caladrium (35º).
Difícil no relajarse antes de tomar asiento en cualquiera de sus terrazas y restaurantes, una oferta lúdica y gastronómica que se reparte entre el citado 'Bar Carabela', que cuenta con pianista; '1890 La Bodeguita', entregado a un "concepto de picoteo gourmet"; 'Camarote', restaurante que promete junto a la piscina principal una inmersión en la "dieta mediterránea"; 'Alis Rooftop', azotea donde se disfrutan atardeceres y buenos cócteles; y 'Poemas' (1 Sol Guía Repsol), el refinado restaurante comandado por los hermanos Juan Carlos y Jonathan Padrón, decorado con lienzos de Santiago Santana.
Los encantos del magnífico hotel se ven amplificados por los del Parque Doramas, concebido por Nicolau Maria Rubió i Tudurí, que lo rodea e integra. La gerencia señala las similitudes con Montjuïc, otro diseño del paisajista, concretadas en su inclinación, sus fuentes luminosas y el monumento situado en la cima, en este caso dedicado a Fernando León y Castillo, Ministro de Ultramar durante el reinado de Alfonso XII y Ministro de Gobernación durante la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena. Más arriba solo se encuentra una discoteca, el 'Club Altavista', la boîte donde cantaron Keith Richards, Shirley Bassey, Raphael, Julio Iglesias y Rocío Jurado, reconvertida hoy en Iglesia Coreana.
Esculturas de animales recuerdan que el espacio acogió un zoológico durante décadas y un puente levadizo junto a los murales de Fernando Álamo, sumados durante la última reforma abordada por Barceló, permite a los alojados acceder al parque sin rodeos. El pintor tinerfeño, Premio Canarias de Bellas Artes e Interpretación 2014, persigue la integración de arquitectura y naturaleza –"meter el parque en el hotel"– dibujando sobre las paredes las tres flores de su vida: tulípero del Gabón –presente en el jardín de sus padres en Santa Cruz–, amaryllis –en el jardín de su familia política, en Ciudad Jardín– y caña de Indias –la flor de la residencia de estudiantes donde cursó Bellas Artes en Madrid–. África, Europa y América, no por casualidad Canarias es puente entre esos tres continentes, lo que aporta un valor extra a un lugar de referencia.
Frente a la entrada principal de 'Santa Catalina' se extiende otro parque más pequeño, con fuentes y esculturas. La más grande, Atis Tirma, monumento en homenaje a los aborígenes canarios concebido por Manuel Bethencourt. El arte envuelve este hotel rebosante de encanto, pese a sus grandes dimensiones. Quizá no le faltaba razón a Norman Wright cuando dijo: "Estamos construyendo mucho más que un hotel, estamos haciendo historia".