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Los sentidos se ponen en alerta en cuanto entras en ‘Casa Cacao’. La serenidad que se respira te envuelve y, mientras aparcas cualquier preocupación, el olfato, la vista, el tacto, el oído y el gusto se van activando. El tenue aroma a cacao de origen, la calidad de materiales y tejidos que acarician, la voz amable y cálida de un equipo superatento con una mujer al frente, Anna Payet, que tiene muy claro que el cliente tiene que sentirse único en este hotel que parece sacado de un cuento moderno.
Justo el día de nuestra visita el hotel cumplía dos años desde su apertura unos días antes de comenzar el confinamiento. La sensación de que estás estrenando el espacio evidencia el exquisito cuidado que ponen hasta en el mínimo detalle, con tal naturalidad que parece lo normal.
Su filosofía enlaza con la del ‘Celler de Can Roca’ (3 Soles Guía Repsol), adelantarse a los deseos sin ser percibido. “Es como recibir en casa”, dice Anna Payet. Su idea de ofrecer un lugar en sintonía a tantos clientes que les preguntaban dónde alojarse al hacer la reserva en el restaurante familiar, fue cogiendo forma junto a su cuñado, Jordi Roca, que buscaba también un espacio para montar su propio obrador de cacao, con degustación y venta. En la fachada se conserva el nombre de ‘La Gerundense’ grabado, que fue la primera fábrica de papel continuo en Cataluña, porque se trata de poner en valor la historia viva de la ciudad para que los viajeros la conozcan.
“El 50 % son clientes que aprovechan la experiencia en ‘Normal’ y ‘El Celler’, también quienes vienen a descubrir la provincia, ya que estamos a 30 kilómetros de la Costa Brava y a 45 kilómetros del Pirineo catalán. Tenemos un gran equipo en recepción que le encanta informar de todo lo que no se pueden perder para que la experiencia sea completa. El histórico de clientes no es muy real, porque con la pandemia tuvimos que reubicarles, había ganas de probarlo”, explica Payet.
La recepción, con un mostrador de piedra porosa y nogal, es el link entre el obrador y la tienda, en la que bombones y chocolates despiertan el deseo inmediato de probarlos, tanto por el proceso artesanal de producción como por el diseño, con la faja hecha a partir de las habas que son demasiado pequeñas para transformarlas en chocolate. Sutiles detalles, como las migas de pan que Hansel y Gretel iban dejando por el camino hasta llegar a la casa de chocolate.
Lo bueno de este cuento tan real es que no hay brujas, sino hada madrina, Payet. Y un obrador con mago, Damian Allsop, capaz de hechizar a cualquiera en cuanto comienza a narrar el proceso de transformación del haba en chocolate y los matices que vas descubriendo en boca durante las distintas etapas y que dependen en gran medida del tostado que se aplique.
Los efluvios de las habas en el horno se elevan por la escalera original con peldaños de piedra y barandilla de hierro fundido. En las habitaciones, un bombón te espera y no puedes evitar saborearlo lentamente. Puede que sea de manzana y tomillo, de pipas de girasol con piel de limón, de flor de saúco y cereza, de jerez amontillado, de Macallan o de pistacho. Un silencio absoluto que sólo se quiebra al abrir el balcón y escuchar el sonido del agua deslizándose por el cauce y las charlas de quienes pasean tranquilamente. Una cama confortable, vestida con ropa blanca, cojines de lino en tonos naturales y maravillosas mantas artesanales de Teixidors.
Se agradece la sensación de amplitud. Techos de bóveda catalana, pintura a la cal en las paredes y los baños en la misma piedra de la recepción, a los que se accede por una puerta corredera de roble natural en continuidad con los armarios, productos de higiene de Natura Bissé y la placidez de estar en un lugar que ofrece confianza.
La terraza en la azotea es un relajante oasis en el que aislarse del mundo, tanto que corres el riesgo de cogerle el gusto a remolonear alegremente y no querer salir a descubrir una ciudad cargada de historia. En la terraza se puede picotear a mediodía o tomar un cóctel al caer la noche, entre macetones de lavanda, boj, flores silvestres y naranjos, con la muralla medieval de frente y los cipreses y pinos recortados sobre el cielo en el horizonte. Tan a gusto.
Normal que haya parejas que lo elijan para pedir matrimonio, para celebrar un aniversario o simplemente como escapada romántica. El ambiente induce a la descomprensión tan rápidamente, que en minutos estarás como nuevo para enfocarte al disfrute y entregarte al dolce far niente.
Mientras las gaviotas pasean con curiosidad por los tejados de las casas vecinas y decides qué vas a hacer hoy, comienza el espectáculo del desayuno. El primer pase arranca con un paté de campaña elaborado en ‘El Celler’ con encurtidos caseros y sobrasada de Mallorca de Xesc Reina, con un año y medio de curación en bloque de ocho kilos.
Jamón de bellota sobre pan de cristal y una selección de quesos del entorno, por la que hay que pecar: Manyac de ‘La Xiquella’, en el Vall dén Bas, un queso de piel florida elaborado con leche cruda y una maduración de 10 días; cabra de ‘La Peral’, madurado 8 meses; queso de cabra madurado 21 días de Bauma en La Garrotxa; queso Murri de leche cruda de oveja, madurado 15 días, de ‘La Xiquella’; queso azul de ‘La Garrotxa’, y yogures de oveja, de ‘Lácticos Perelada’, acompañados de granos y cereales.
Llega después el Huevo villaroy, que además de su estético emplatado, sabe a gloria. El huevo poché con bechamel y rebozado en panko se acompaña con crema de setas, mayonesa de trufa, ceps y setas salteadas como rebozuelos o colmenillas.
El último pase es la torre de chocolate, con chocolate caliente al 72 % de cacao de México, galleta nevada con chocolate fundido por dentro, xuixo de chocolate con un 72 % de cacao procedente de la comunidad arhuaca de Colombia, hecho en colaboración con Julià Castelló, que son los únicos bollos que no se elaboran en ‘Casa Cacao’ porque, a los Roca, su masa les parece insuperable.
No se puede empezar mejor el día. Excursión, paseo por la Judería, menú degustación en ‘El Celler de Can Roca’, con Joan, Josep y Jordi al mando, y, en lugar de cenar, un batido de chocolate en ‘Casa Cacao’ para despedirse de una experiencia única.