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Como persona rara que soy, me declaro cada vez más entusiasta de Menorca, la rara de las Baleares. Aquí el tiempo se ralentiza, aún más que en otras islas. Aquí al turismo se le ata corto, porque es un caballo desbocado que puede herirte o escaparse. Aquí no se venden las tierras, ni las posesiones. Más bien se conservan, se reparan, pasan de generación en generación, al mismo tiempo que las maderas de puertas y ventanas adquieren un precioso color dorado, como bronceadas por el sol.
Si a uno se le deja en esta isla y no se le dice dónde está, tal vez pueda pensar, un día nublado y ventoso, que ha dado con sus huesos en la Isla de Man. Pero si el día es soleado y aterriza en una diminuta cala turquesa, deducirá que ese color de agua pertenece, por fuerza, al Mediterráneo y se ubicará en alguna pequeña isla griega. De cualquiera manera la tramontana, ese viento frío y turbulento del norte, ha convencido a muchos de que Menorca no es el mejor lugar para retirarse y la ha mantenido a salvo de las masas, al menos fuera de los meses de verano. ¡Bendito sea!
La madre de Jaume de Febrer, copropietario y gerente, convirtió esta finca, en el municipio de Sant Lluís, en un pequeño y delicioso hotel y restaurante regentado por la familia. Sus orígenes se remontan al periodo romano; pero las diversas modificaciones y ampliaciones efectuadas por sus diferentes propietarios, a lo largo de los siglos, la han convertido en una casa señorial, con una elegante fachada del siglo XVIII.
La familia Mercadal hunde sus raíces hasta el año de la Conquista (el primer Mercadal aparece en Menorca en 1287), y que la finca siga en sus manos y no en un fondo de inversión, dice mucho de sus orígenes y determinación. “No ha sido fácil conservar ‘Alcaufar Vell’”, cuenta Jaume. “La idea de abrir un hotel rural fue de mi madre, que siempre ha tenido muy claro que hay que preservar el patrimonio y tratar de rentabilizarlo, a pesar de todos los problemas, gastos y los millones que nos han ofrecido por ella”. Un compendio de 250 hectáreas de camins y senderos hacia el mar, un denso barranco forestal; una antigua torre de vigilancia del año 1802, Torre de Alcaufar, que otea el Mediterráneo dentro de los límites de la finca, más de un kilómetro de costa virgen y 150 hectáreas para pasear a pie, caballo o bicicleta.
Entre sus muros de marés, esa dulce piedra balear de tono dorado, conviven muebles antiguos, ventanas que miran al infinito y azoteas a las que subirse para constatar que uno está rodeado de naturaleza y que el sonido de las gaviotas nos sigue provocando ese pequeño vértigo de sentirse muy cerca del mar, aunque no podamos verlo.
‘Alcaufar Vell’ cuenta con 21 habitaciones distribuidas entre el edificio principal y dos anexos situados en la antigua lavandería y los establos. Las estancias, amplias y luminosas, conservan el encanto de la arquitectura menorquina, con vigas de madera vistas y suelos de baldosa. Las modernas comodidades conviven con los espacios amplios, simples, que evocan tiempos pasados. En medio de este oasis, si uno agudiza el oído, tal vez el profundo silencio le cuente alguna que otra historia a mediodía; cuando la siesta busca la sombra o antes de que el sol se ponga y todo se pase al blanco y negro.
Los amantes del senderismo o los paseos están de enhorabuena. Dentro de la finca existe la ruta bautizada como Arte de vivir. Un sendero circular de 5,3 kilómetros y dificultad baja, llena de tesoros al aire libre. Tortugas autóctonas, orquídeas en primavera, pájaros y aves de abril a mayo, alcaparras en junio, olores a bosque mediterráneo en verano o setas en otoño. El hotel ofrece también la preparación de un pícnic para los que quieran comer a la sombra de los algarrobos, pinos o encinas. Los runners tienen también su circuito dentro de la finca, de 7,4 kilómetros (ida y vuelta), que ofrece los mismos encantos, solo que a una velocidad mayor.
Muy cerca del hotel está cala Alcaufar, a la que se accede a pie, en vehículo propio e incluso en transporte público los meses de verano. Una playa de arena blanca con casetas de pescadores que, en los años 20 del siglo pasado, permitió construir el bisabuelo de los actuales dueños de 'Alcaufar Vell', don Joan Mercadal. La entrada al mar está resguardada de la tramontana y, a lo largo de la cala, hay unos pequeños muelles con rampas de varada para embarcaciones ligeras. Una de las curiosidades de esta cala es que, a medida que se nada hacía mar abierto, se notan cambios bruscos de temperatura debido a la existencia de una veta de agua dulce. Un agua más fría que la del mar y, por lo tanto, muy refrescante en verano.
Con poca gente, la pequeña playa es un viaje en el tiempo a la Menorca de los años 50; ya que nada hay en el paisaje o las construcciones que delaten el paso del tiempo. Es más, el pequeño hotel ‘Petit Xuroy’, abierto en 1954, todavía conserva su modesta fachada blanca, su terraza y su restaurante, que evocan los años del turismo sostenible. No hay que perderse este rincón idílico de aguas cristalinas y pequeñas embarcaciones flotando sobre ellas. Son de esas imágenes que nuestro cerebro guarda en la memoria para los grises días de invierno.
La Torre de Alcaufar se encuentra también en las proximidades. Es una de las torres más fotografiadas de Menorca, que se alza majestuosa junto al Caló Roig, con unas vistas privilegiadas a la conocida como Isla del Aire. Fue construida en 1787 junto con otra gemela, la Torre de Son Ganxo. Ambas sirvieron de modelo para la construcción de este tipo de torreones de vigilancia, llamados martello, en la costa menorquina, con el objetivo de protegerse de las incursiones piratas.
Otra actividad a hacer en la zona es la Ruta Geológica, donde observar cuevas, acantilados o mosaicos de arcos litorales. Lo ideal es verlos desde el mar; pero, si no se dispone de embarcación, la costa puede ser una buena opción. El hotel ofrece un mapa a sus clientes para descubrir la Punta des Falcons, en la Cueva de na Bòtil, el islote de la Vuelta o la Cova des Coloms, que hay bajo la Torre de Alcaufar. Una ruta de 5 kilómetros (ida y vuelta) que nos muestra todos los escondrijos que la costa proporcionaba a piratas y lugareños.
Y, por si hubiera pocas atracciones y gemas paisajísticas, el Camí de Cavalls, la ruta circular que recorre Menorca por la costa, cuenta con un tramo que pasa muy cerca de este hotel. Se trata del recorrido que transcurre entre Punta Prima y Cala San Esteban, de 7,3 kilómetros. Camí de Cavalls es una de las rutas senderistas más bellas. Perfectamente delimitada, atrae a caminantes de los cuatro rincones del mundo. Es también una de las mejores maneras de conocer Menorca, sus deliciosas calas de arenas blancas y sus acantilados abruptos. Un sendero cuyo origen se remonta al rey Jaume II, que la estableció en el siglo XIV. Los que decidan hacer este tramo del Camí de Cavalls, deben ir hasta el Caló d’en Rafalet, una cala secreta y exquisita al final de un barranco de encinas frondosas.
A cargo del restaurante del hotel se encuentra Pep Pelfort; que nombra su cargo como asesoría gastronómica y dirección de cocina. Pep es también médico, documentalista y escritor. Él rastreó un recetario inédito de mediados del siglo XVIII, lo encontró en una biblioteca particular, lo estudió e hizo posible, junto a su actual dueño, Francesc Solé Parellada, su publicación. El Receptari Caules: cuina menorquina del segle XVIII (editorial Barcino, 2024), pendiente de su traducción al castellano e inglés.
Entre otras muchas cosas, el recetario ha servido para demostrar al mundo que la salsa mayonesa no es francesa, sino menorquina, y que fue Richelieu quien la conoció durante su estancia en Menorca. Allí fue recibido por la rica familia Mercadal, precisamente en ‘Alcaufar Vell’, el 22 de abril de 1756, probó la salsa en un plato de pescado, se enamoró de ella y popularizó la receta en Francia.
“Intentamos que la cocina refleje la historia de este lugar”, cuenta Pelfort, “a parte del episodio de la mayonesa, esta era la finca que producía más aceite de oliva de toda la isla; además de la gran variedad de viñedos que poseía. La cocina menorquina tiene identidad propia porque durante el siglo XVIII estuvo bajo el dominio inglés, Mahón era uno de los puertos más importantes del Mediterráneo y hasta aquí llegaba gente de todas las partes del mundo, gente de muy alto nivel. Pero, al mismo tiempo, la cocina seguía manteniendo su esencia de dieta mediterránea y sobria: mucha verdura, pescado, aceite de oliva y carne para los días más señalados”.
La carta se elabora con recetas tradicionales menorquinas a las que se les da un guiño. Como apunta Pep, “está el oliaigua. Una sopa que no hierve, realizada con verduras, que los payeses tomaban para desayunar; a la que nosotros añadimos una almeja, la escupiña de Mahón. El calabacín a la menorquina; el pescado con salsa mayonesa, que preparamos en un lecho de sal para que esté más jugoso, el cordero o el cochinillo del senyoret”.
Estas delicias pueden saborearse en dos espacios distintos: ‘Ses Cotxeries’, uno de los comedores, que ocupa las antiguas cocheras; o al aire libre, bajo las estrellas y los acebuches, en el llamado ‘Jardí dels Ullastres’.
Especial mención requiere el desayuno de cuchillo y tenedor, que incluye una variedad de panes, frutas, yogur, embutidos de la isla, quesos locales y platos calientes, como los huevos Benedict con salsa mayonesa o las verduras a la parrilla. En esta cocina, que nunca se apaga, de 11:00 a 13:00 horas empieza la opción del brunch, que incluye productos locales y platos preparados como las albóndigas a la menorquina, con almendras entre sus ingredientes.
‘ALCAUFAR VELL’ - Carretera Alcalfar, Km. 8, 2. Sant Lluís, Menorcar, Islas Baleares. Tel. 971 15 18 74.
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