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El viento sopla con fuerza y los pinos se mecen, devolviendo esa musicalidad que solo produce el bosque sacudido por ráfagas. Es un día cualquiera de primavera, pero las temperaturas han vuelto a bajar y el cielo amenaza con un buen chaparrón. Uno ya sueña, desde la entrada, a la que se llega tras pasar un terreno sin asfaltar de unos 50 metros en la alquería de Mesegal, con pasar y empaparse de la armonía con aires modernos que transmiten estos alojamientos arropados por los árboles y las montañas.
Atravesamos el portón acompañados de Ignacio Paredes (Nacho para los clientes), el dueño junto a Flor Basualdo, su mujer, de este lugar para bajarse del mundo. Un palentino y una argentina se unieron en un proyecto que ha dado como resultado un asombroso alojamiento, en el que todo está estudiado al milímetro para respetar el entorno y, no solo eso, sino también aprovechar la climatología. "No somos ecologistas radicales, solo usamos el sentido común estando concienciados", asegura Nacho como una auténtica declaración de intenciones que no asuste a los huéspedes más asépticos.
Lo cierto, es que aquí se ayuda al planeta prácticamente sin mover un dedo. Se ha construido y ubicado cada chozo (así llaman a cada una de las estancias independientes) para aprovechar al máximo la condiciones ambientales. "Tenemos un sistema de climatización de suelo radiante ecológico, no emite CO2, ni ruidos y el consumo es mínimo. Con el consumo de un brasero de una casa convencional, nosotros calentamos unos 200 m2", explica el dueño antes de darnos unas zapatillas de andar por casa para que las usemos dentro del chozo y garantizar un mantenimiento apropiado.
Cuando se conoció la pareja, ni se le pasó por la cabeza acabar en Extremadura. Una multinacional le ofreció un trabajo a Nacho en la comarca de Las Hurdes. Tenían la necesidad de vivir en la naturaleza y dejaron todo para venirse aquí. Finalmente, "nunca salió el proyecto de consorcio que me habían ofrecido y entonces, en 2007, decidimos montar un centro de yoga y terapias alternativas. Venía gente, no solo de España, también del extranjero, y queríamos crear un lugar en el que se sintieran bien y quisieran quedarse aquí, pensamos en crear un centro de reposo y de recogimiento". Y así nació el alojamiento, que hasta el día de hoy intenta garantizar ese descanso prometido.
Los chozos, una especie de cubos rectangulares, imitan –salvando las distancias– a la casa original hurdana: de dos plantas, estrecha y alta. Sin embargo, la blancura de estas paredes, la decoración limpia, minimalista y el diseño arquitectónico, pensado para que la luz entre a raudales durante todo el día, hacen olvidar esas pequeñas casas de las alquerías casi sin ventanas, tapiadas de arriba a abajo con lascas de pizarra oscura.
Disponen de cuatro casas, todas con nombres de elementos de la naturaleza: Tierra, Fuego, Aire y Agua. Dos con capacidad para cuatro personas; y dos, para cinco. "Éter sería el quinto elemento y nombre de todo el alojamiento, porque akassa es éter en sánscrito", explica Nacho mientras prepara un té en la cocina.
Al caer la noche, el huésped solo tiene que preocuparse por abrir bien los ojos y mirar hacia un paraje nocturno imposible en las ciudades. Aquí se apagan las luces comunes a las 11 de la noche, para evitar la contaminación lumínica y permitir disfrutar de las estrellas. Volvemos a cuidar del planeta sin darnos cuenta: todo bombillas LED, en medio de un paisaje en el que se ha intentado respetar y potenciar la flora autóctona. Además, y siguiendo con el medio ambiente, la pareja no proporciona amenities, por una cuestión de pura conciencia medioambiental: "Un taponcito de plástico tarda 500 años en desaparecer; cada uno tiene un tipo de pelo y de piel y le gusta usar sus geles y champús".
Y anoten otro punto a favor de este alojamiento: el lavado de ropa (sábanas, toallas) y planchado se hace a través de una lavandería de inclusión social para ayudar a la gente con problemas. "Participamos, y no somos los únicos que lo hacemos, para aportar nuestro granito de arena", dice humildemente Nacho, quitándole importancia a su compromiso.
En la parte baja de cada casa hay dos camas más pequeñas o una litera, y subiendo las escaleras, está el cuarto principal con un colchón directamente en el suelo, que permite aprovechar todo el calor (en invierno) o el frío (en verano) del suelo radiante. Todo en un espacio abierto donde la parte alta y la baja están separadas únicamente por la altura de las escaleras.
Una cortina gigante da privacidad cubriendo el enorme ventanal, pero amanecer con la luz colándose desde el pinar, para ir poco a poco iluminando la estancia, es una sensación de mimetismo con la naturaleza que reconcilia en un abrir y cerrar de ojos con el mundo y el entorno; algo que todos deberíamos experimentar al menos durante una mañana de la estancia en 'Akassa'. Como dice Nacho "toda la decoración de la casa está pensada para que tu atención vaya hacia fuera o hacia ti mismo, que no te moleste ningún mueble, nada". Y aunque hay internet y televisión, aconsejan aprovechar la estadía para desconectar.
Igual que el equilibrio con la naturaleza se consigue a través de la blancura y la luz, en este refugio se ofrecen otros métodos para balancear mente y cuerpo. Se percibe en Flor esa sensibilidad para empatizar que garantiza el éxito de estas actividades, que incluyen yoga aéreo, masajes, sesiones de reiki, hipopresivos y un largo etcétera que ellos mismos ponen a disposición del cliente antes de viajar.
Las hijas de Nacho y Flor, de 8 y 4 años, llenan de risas el ambiente los fines de semana. Ser una familia invita a otras familias al lugar. Además, en la zona de juegos hay una cama elástica y algún columpio para los más peques. Ellas juegan con Juguetón, un gato negro, y Copito, uno blanco, que a veces saludan al más puro estilo gatuno: desde la distancia, con altanería y elegancia; y otras, más atrevidas, se acercan, aunque solo lo justo. Y, tranquilos, están educados para no entrar en los chozos.
Existe otra zona común a disposición de los alojados: la cocina. El concepto es compartir este espacio con otros huéspedes e intercambiar impresiones. El alojamiento incluye desayuno, si se desea, y nosotros disfrutamos del tradicional hurdano: ensalada de limones, que llevaba cítricos, huevo cocido y embutido (chorizo ibérico). Una buena variedad de mermeladas y miel, con tomate y pan de horno de leña, acompañan a un buen café y un zumo. Todo de aquí: "Intentamos servir siempre productos de proximidad y si es ecológico, mejor. Así ayudamos a la economía local". Y, ojo, que si hace buen tiempo se puede desayunar al aire libre aprovechando el solecito y el olor a pino.
Para el que no quiera cocinar, cerca de los alojamientos, en Caminomorisco, está el restaurante 'El Abuelo', que ofrece comidas típicas pantagruélicas con todo el sabor de la gastronomía hurdana a un buen precio. Si por el contrario, decide guisar en la casa, la cocina dispone de todo el instrumental necesario para hacerlo.
Si con las actividades que ofrecen Nacho y Flor y tanto descanso no te llega, el entorno de Las Hurdes da para caminar y turistear sin parar. Si vas en verano, hay más de 25 piscinas naturales en la comarca, una delicia para combatir el calor extremeño; en primavera, las cascadas están en su máxima plenitud, al igual, que el meandro El Melero. Eso sin contar con el encanto de las alquerías o las vistas que ofrecen los valles más estrechos, todos marcados por ríos que serpentean por las montañas como bailarinas incansables. De ese entorno se sirve 'Akassa' para permitir que sus huéspedes descansen en comunión con la naturaleza imperante. Un regalo en estos días donde poder hacer un paréntesis real. De verdad.