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Que sí, que la capital del calçot es Valls, en la comarca del Alt Camp (Tarragona). De allí era el campesino, llamado Xat de Benaiges, que a finales del siglo XIX tuvo la feliz ocurrencia de lanzar unas cebollas a las llamas y comprobar que, pese a su exterior carbonizado, por dentro estaban tiernas y gustosas.
A partir de ahí, los calçots –una cebolla dulce al uso, que una vez plantada se calza o cubre de tierra para que crezca alargada– conquistaron Cataluña y luego el mundo. Este año, los mayoristas de Mercabarna auguran la mejor temporada de calçots en una década con más de 14 millones de unidades vendidas y una duración que se prolongará hasta el mes de abril.
Aunque lo suyo es echarse al monte y, tras un largo paseo, ir a parar a la masía que pertreche al visitante de babero y salsa romesco, a los urbanitas también les gustan, pero no siempre tienen tiempo para excursiones. No hay problema: las calçotadas hace tiempo que conquistaron los restaurantes de Barcelona. Y no tienen nada que envidiar a las de la campiña tarraconense.
A pocos minutos andando de plaza Cataluña, casi treinta años de veteranía con las brasas avalan a este establecimiento. Cometen dos sacrilegios con los calçots que, no obstante, forman parte de su éxito: los traen de El Prat del Llobregat y, en vez de las preceptivas llamas de sarmientos, utilizan carbón. "Por eso a la gente le gustan tanto. Con la llama queda el gusto a humo y aquí no", opina la cocinera, Jerónima Castillo.
Ese es el secreto además de la salsa romesco, apta para celíacos, que ella misma elabora y no lleva pan. En los últimos tiempos, además de la clientela habitual, han notado una mayor afluencia de coreanos, cuenta Jerónima Castillo: "Vino uno, hizo una foto del ticket y lo debió poner en internet. Nos la enseñan y piden calçots y chuletón".
'L’Antic Forn' tiene un menú calçotada, de unos 30 euros, en el que se puede elegir de segundo entre cordero y butifarra, entrecot o salmón. Bebida y café están incluidos y no falta la crema catalana de postre.
El nombre del restaurante se debe a que era una antigua panadería donde también vivía la familia que llevaba el negocio. De ahí su aire rústico y la distribución en salas, correspondientes a las antiguas estancias, con distintas capacidades que se adaptan ahora al tamaño de los grupos.
El restaurante conserva el antiguo horno de pan, aunque está en desuso. Han abierto un nuevo local, cercano a plaza Universidad, que también invita a olvidarse de que se está en el centro de Barcelona con un ambiente acogedor que remite a otra época.
Nada hace adivinar a pie de acera las dimensiones de las terrazas ajardinadas de este restaurante, a diferentes niveles, que también cuenta con tres salones interiores para grupos. En origen era un domicilio particular, una torre catalana del siglo XIX construida por una cooperativa de periodistas, explica su propietario actual, Carles Gutiérrez.
Los calçots se sirven sobre la tradicional teja, de la que se puede repetir si se desea. El menú, de 32 euros, queda reforzado por una parrillada de butifarra y cordero con múltiples guarniciones: patata asada o al caliu, judías blancas, alcachofa y tomate a la brasa. Una buena idea para bajar el postre –crema catalana o turrón con chocolate caliente– es visitar el Parque Güell.
Su cercanía ha atraído al restaurante algunos grupos de extranjeros, sobre todo japoneses. Más de una vez el camarero tiene que hacer una demostración en directo de cómo se pela, se remoja en la salsas romesco y se come un calçot, explica Gutiérrez, un ritual que maravilla a los turistas y añade atractivo al plato.
No obstante, el cliente tradicional del 'Jardí de l’Àpat' siguen siendo familias y grupos de amigos de la zona. Más allá del Parque Güell, aquellos que estén más en forma pueden aventurarse hasta lo alto del Turó de la Rovira, donde se encuentran los búnkeres del Carmelo, utilizados como batería antiaérea durante la Guerra Civil para defender Barcelona de los bombardeos de la aviación fascista.
Tras décadas de olvido y marginalidad, ya que en sus cercanías proliferaron las barracas, en 2011 fueron recuperados por su valor histórico. Hoy constituyen uno de los puntos más visitados de la ciudad, por sus panorámicas de 360º y unas puestas de sol de lo más 'instagrameables'.
Comer calçots en una auténtica masía catalana del siglo XVII sin salir de Barcelona es posible en este restaurante, que inauguró la actividad hostelera de la familia Soler Ribatallada en 1982.
Totalmente reformada, cuenta con una terraza rodeada de vegetación en el exterior y un interior, de decoración tradicional –conserva incluso las antiguas chimeneas– distribuido en diez salones privados.
A petición de la clientela 'Can Travi' apostó fuerte por las calçotadas, de las que ofrecen dos menús: en el más asequible, de 40 euros, se puede optar también de primero por xató, una ensalada de invierno con escarola, atún y bacalao desmigado, aderezado por la salsa de igual nombre, parecida al romesco pero de textura más ligera.
"La temporada de calçots cada vez empieza antes", observa Carme Oliva, recepcionista del restaurante. Este año la dieron por inaugurada a finales de octubre. Ajeno al boom turístico de Barcelona de los últimos años, 'Can Travi' mantiene su público de siempre, grupos y familias que conocen este clásico y quieren disfrutar de las calçotadas sobre todo los fines de semana.
La internacionalización de los calçots no ha traído un aumento significativo de la clientela extranjera, aunque sí de gente procedente de otros lugares de España. "Ayer mismo unos clientes de Ibiza llamaron para encargar el menú calçotada entre semana", cuenta Oliva.
Los Soler Ribatallada regentan también 'Can Cortada', otra masía restaurada en el barrio de Horta, Patrimonio Artístico de Barcelona. Un ambiente acogedor que permite evadirse de la ciudad sin grandes desplazamientos en coche es el común denominador. Aunque a sus restaurantes es posible llegar en transporte público, también cuentan con párking.
Situado en la montaña de Collserola, sus espectaculares vistas sobre Barcelona, ya sea en las mesas de la terraza o a través de sus amplios ventanales, compensan una decoración algo desangelada.
El menú calçotada, de 34 euros, incluye parrillada de carne o entrecot, acompañados de las tradicionales mongetes (alubias blancas), patatas asadas y alioli.
Los calçots se cocinan a llama viva "hasta que agrietan y silban. Así sabes que están en su punto", explica Pep Perelló, que regenta este restaurante, del que antes era empleado, desde hace cinco años. Los calçots siempre se sirven calientes y con buenas dosis de romesco, una salsa a la que dan un toque personal añadiéndole algo del líquido de los pimientos escalivados, lo que intensifica su sabor.
Para Perelló, calçotada es sinónimo de reunión: grupos grandes que se dan cita con esta excusa, más que parejas. "Mañana sumaremos 80 personas con solo cuatro mesas", ejemplifica.
En cuanto a calidad, para él no hay duda, y los de Valls son los que le ofrecen más garantías. "Saben más dulces que el resto y tienen un tamaño ideal", defiende. 'Nou Can Martí' se encuentra en la carretera de les Aigües, entre los barrios de Vallvidriera y Sarrià, por lo que resulta ideal para caminatas por la montaña, con la ciudad a los pies.
Este restaurante seduce con tres cualidades en peligro de extinción en el barrio de Gracia: comida sin pretensiones, en cantidad y a buen precio.
Cocina tradicional catalana y carne a la brasa es la base de su oferta, estructurada en dos menús –de 20 y 25 euros– que incorporan a los calçots entre los primeros platos desde finales de octubre hasta abril.
Ahora proceden de Valls, pero a principio de temporada son del Maresme, comarca de la costa conocida por su actividad hortofrutícola. "Son mejores los del Maresme, dulces, tiernos, buenísimos. En Valls quizás hayan tenido superproducción", aventura Josep Maria Rojals, que regenta 'La Taina' junto a su esposa.
Los cocinan a la brasa, en una barbacoa que funciona a base de carbón vegetal y constituye el electrodoméstico más imprescindible del establecimiento. Caracoles a la llauna, alcachofas, mejillones con romesco, champiñones y alcachofas son alternativas a los calçots que también pasan por esta parrilla.
Los primeros platos, idénticos en los dos menús, vienen reforzados por carnes contundentes. Por algo este restaurante se ganó su merecida fama gracias a sus T-bone, chuletones cortados en forma de T con el hueso en el medio.
Muchos de quienes se lo acabaron presumen en una fotografía pegada en la pared de la entrada, el particular pasillo de la fama de 'La Taina'. Para aquellos estómagos no tan voraces, también ofrecen pescados como rodaballo o salmón. De cara al verano, la carta se aligera con tapas y platillos y 'La Taina' abre su jardín del interior a los clientes.