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Dice la tradición que si los novios llevan una ofrenda de huevos a las monjas de Santa Clara lucirá el sol el día de su boda. De los milagros de las clarisas con la meteorología no podemos dar fe. De los que hacen con esos huevos y algunos ingredientes más en su obrador, sí. Visitamos a las Franciscanas Clarisas de Llerena, una localidad del sur de Badajoz incluida en la Red de Pueblos Más Bonitos de España que fue sede de los Maestres de la Orden de Santiago y del Santo Oficio de la Inquisición y donde convivieron la cultura cristiana, musulmana y judía.
Caminando por las calles empedradas de su centro histórico, llegamos al convento, fundado a principios del siglo XVI. A través de un patio, se accede a un modesto vestíbulo presidido por un cartel con fotos y precios de los dulces que se preparan allí. Llamamos al timbre y una voz dulce con acento mexicano responde al otro lado del torno. Es la hermana Isabel, que nos abre la puerta que da acceso al convento. Enseguida llega la hermana Fátima, la más joven de la comunidad, que nos hace pasar a un claustro mudéjar luminoso y limpio como una patena, con un aljibe central salpicado de macetas. Las paredes encaladas respiran siglos de rezos y recogimiento envueltos en el aroma de la almendra y el azúcar caliente.
La hermana Fátima toca la campana que cuelga en un muro del claustro para llamar al resto de monjas, que van acudiendo una a una. Son nueve en total las que quedan en el convento. Dos españolas y siete mexicanas. En otros tiempos llegaron a vivir hasta 50 religiosas recluidas entre estas paredes. Nos reciben con una sonrisa y nos conducen al obrador. En este espacio amplio y luminoso trabajan de lunes a jueves elaborando sus aplaudidos dulces. La hermana Verónica nos explica que preparan un total de 26 variedades como pastas de San Francisco, yemas de Santa Clara, perrunillas, magdalenas, pastas de nuez, pastas de almendra, trufas, hojaldras, sultanas, tejas de almendra, princesitas… y, por supuesto la estrella del inventario: los corazones de mazapán, más conocidos en toda la región como los corazones de las monjas de Llerena.
Este dulce empezó a elaborarse en el convento alrededor de 1853, cuando tras la desamortización las hermanas se vieron obligadas a buscar una vía de financiación para su sustento. Cada una de las monjas que residía en ese momento en el convento aportó una receta familiar de repostería. Así nació su obrador. Una de aquellas monjas sugirió la receta de los corazones, de clara influencia árabe, y desde entonces nunca han dejado de hornearse en estas cocinas. Hoy en día, son, junto con las magdalenas, el producto más demandado. Se venden unos 20 kilos de corazones a la semana. En Navidad bastante más.
A los corazones los envuelve un velo de misterio. “Han venido hermanas de otros conventos como Zafra, Badajoz o Coria que también quieren venderlos. Las enseñamos, los elaboran aquí con nosotras y salen bien, pero cuando vuelven a su conventos y los preparan allí, ya no salen igual. No sabemos por qué”, nos explican las hermanas Sole, Verónica, María y María Luisa mientras extienden la pasta de almendra huevos y miel y le pasan el rodillo. Nos aseguran que no se guardan para ellas ningún secreto, que la razón por la que los mejores corazones sólo salen de este convento se les escapa. Sólo Dios la conoce. Nos explican que al convento llega la almendra entera, ellas la humedecen, la muelen y la mezclan en caliente con huevo y azúcar. Una vez fría se empieza a trabajar, pasándola por el rodillo y moldeando uno a uno cada corazón. Se colocan sobre la oblea, y se hornean con un ligero glaseado.
Estas recetas sencillas y primorosas pasan de unas hermanas a otras, las más veteranas muestran el oficio y los secretos a las nuevas. La hermana Rosario es la decana de la comunidad. Ingresó en este convento a los 14 años y ya ha cumplido los 80. Pese a su edad, mantiene una salud envidiable y una lucidez extraordinaria y nos da dos claves importantes para entender el éxito de estos pasteles y el misterio de sus corazones de almendra: “Cada dulce requiere un ambiente, unas condiciones de temperatura, de humedad…. Y además es fundamental la materia prima”. Aquí se emplean productos de la mejor calidad que vienen de pueblos cercanos, por ejemplo, la manteca para las perrunillas es de cerdo ibérico y viene de Valencia del Ventoso o los huevos son de Fuente del Maestre (salvo los que traen los novios, claro).
Verlas trabajar es un gusto. Son pacientes y meticulosas. Manejan los ingredientes con precisión y cariño. Todas trabajan en el obrador, excepto las dos hermanas que ya están jubiladas. Dicen que a todas les gusta hacer los dulces, que lo que evitan es la cocina. Hoy le ha tocado preparar el almuerzo a María Jesús, la única hermana que es originaria de Llerena. María Jesús es menuda, inquieta y guasona. Nos pide entre bromas que le pasemos el Photoshop a su foto y nos acompaña junto al resto de compañeras a mostrarnos la iglesia de estilo clasicista adjunta al convento.
Y allí nos espera una sorpresa más: un conjunto artístico excepcional. Sus bóvedas del siglo XVI están cubiertas por frescos atribuidos a Francisco Pacheco, maestro y suegro de Velázquez, que narran escenas de la vida de la Virgen y de la Orden Franciscana con una composición geométrica de inspiración renacentista. Entre sus tesoros destaca un retablo barroco y, sobre todo, la talla de San Jerónimo Penitente, primera obra documentada del imaginero Juan Martínez Montañés, conocido como “el dios de la madera”, que hoy preside el pequeño museo del convento.
La hermana Pilar, la más recogida y reservada, bendice nuestro trabajo cuando nos despedimos. Nos marchamos y dejamos atrás el remanso de paz y el olor a azúcar caliente sin lograr descifrar el misterio de sus corazones de almendra, pero con la certeza de que encierran el alma del convento
CONVENTO DE SANTA CLARA. C. Corredera, 19, 21, 06900 Llerena, Badajoz. Tel.: 661 70 17 66
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