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Cangas de Onís

Reino de piedra y verde

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Desde el momento en que se accede a Cangas de Onís cruzando su icónico puente romano, con su cruz de la Victoria pendiendo sobre el Sella, el visitante siente el aire regio que aún desprende la que un día fuera la capital del reino de Asturias. De hecho, el mismo Don Pelayo le espera en el jardín que hay delante de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Santa María o de Arriba, destino a alcanzar por la avenida de Covadonga.

Por esta vía también se encontrará con la casa consistorial de la localidad, callejuelas a las que ir a escanciar sidra o la Plaza del Mercado, buen punto para tomarle el pulso a Cangas, sobre todo los domingos. Hay que abandonar su eje central para descubrir otras de sus maravillas en piedra; por un lado, la Ermita de San Antonio y el Aula del Reino de Asturias, sita en la iglesia de Santa María de Cangas; por otro, la Ermita de Santa Cruz, en cuyo interior se puede ver un dolmen prehistórico.

Dado que el concejo en general tiene mucho que ofrecer, resulta indispensable acercarse a Covadonga para recogerse en la Santa Cueva y su Basílica, cuyos elementos ornamentales rosados llaman la atención desde el primer vistazo. Dos ganchos que, si no noquean, es porque se reservan la acometida final a los lagos de Covadonga. Un paraíso para los sentidos que depende de la suerte: cruzar los dedos en el ascenso para que la niebla deje contemplar semejante belleza natural, la de los Picos de Europa que se abren ante los ojos. Un culmen obligado para viajeros a los que Vértigo sólo les suena a largometraje de suspense.